El cielo gris anunciaba lluvia, pero en el interior de la casa reinaba un silencio más denso que cualquier tormenta. Brooke llevaba toda la noche sin pegar ojo. Las palabras de Lía resonaban en su cabeza una y otra vez.
“Tienes que decírselo. Por ti. Por él. Y por el bebé.”
Pero el miedo era como un muro que no terminaba de romper.
Había pasado tanto.
Había perdido tanto.
Ahora… había dentro de ella algo tan pequeño y tan frágil, que le aterraba pensar en decirlo en voz alta.
Porque si lo hacía real… también haría real el miedo a perderlo.
Aleksei estaba en el despacho, revisando unos papeles. La casa estaba en calma, pero Brooke sentía que su corazón no podía seguir callando.
Resolvió que no podía esperar más.
Respiró hondo. Cada paso que daba hacia el despacho parecía pesarle toneladas.
Cuando se detuvo en el umbral de la puerta, Aleksei levantó la mirada de inmediato.
—Brooke… —la miró con atención, dejando los papeles—. Ven aquí.
Ella dio un paso, temblando.
—Aleksei… tenemos que