El sábado llegó con un cielo despejado y una temperatura que pedía salir a la calle. Brooke se despertó en casa de Lía, donde había pasado la noche de viernes viendo películas y comiendo helado directamente del envase. Ambas estaban tiradas en el sofá del salón, como si el fin de semana les hubiera caído encima sin previo aviso.
—¿Qué planes tienes hoy? —preguntó Lía mientras bostezaba y se estiraba como un gato.
—Tenía pensado estudiar... pero tengo la motivación de una planta sin agua.
Lía se echó a reír.
—Pues me acaban de invitar a una fiesta esta noche. Una de esas con luces de colores, música fuerte y gente que finge estar sobria.
—¿Y tú piensas ir?
—Solo si tú vas conmigo.
Brooke la miró, medio divertida, medio resignada.
—¿Qué clase de chantaje emocional es ese?
—Del tipo efectivo. Vamos, hace mucho que no te arreglas para verte espectacular. Y sé que tienes ese vestido negro que no has estrenado todavía.
Brooke bufó, pero en el fondo ya estaba convencida. Lía sabía cómo empuj