La mañana amaneció nublada, con un aire húmedo que presagiaba lluvia. Brooke se despertó antes del sonido de su alarma, con los ojos ardiendo de tanto pensar durante la noche. En su pecho aún pesaba esa mezcla extraña de ansiedad y expectativa. Aquel coche oscuro seguía grabado en su memoria. Y lo peor era que ya no sabía si le generaba inquietud o consuelo.
Se levantó, desayunó en silencio y caminó al campus con auriculares, pero sin música. Su mente estaba demasiado llena para agregarle más ruido.
El día pasó entre clases prácticas, apuntes desordenados y cafés mal servidos. A mediodía, mientras revisaba un cuaderno en la biblioteca, Ethan se le acercó de nuevo.
—Al final no viniste anoche.
—Lo sé, lo siento. Me surgió algo en casa. No estaba bien —dijo Brooke, con sinceridad a medias.
Ethan se sentó frente a ella.
—No tienes que dar explicaciones. Pero si algún día necesitas despejarte, tengo un par de películas horribles y mucha pizza congelada en mi casa. Es una oferta seria.
Bro