Vanessa nunca imaginó que una simple noche de trabajo en el exclusivo casino de la ciudad cambiaría su destino. Cuando sus ojos se cruzaron con los de Dorian Meissner, un hombre poderoso, peligroso y dueño de un imperio criminal, supo que había llamado la atención equivocada. Dorian se obsesiona con ella desde el primer momento. No acepta un no por respuesta. La quiere solo para él, y está dispuesto a pagar cualquier precio para tenerla, incluso si eso significa arrancarla de la vida que conoce. Sin importarle que Vanessa tenga un novio, Dorian hace una oferta imposible de rechazar: su amor o su ruina. Atrapada en un mundo de lujos, secretos y peligro, Vanessa luchará por resistirse a la atracción oscura que la ata a Dorian. Pero, ¿podrá escapar de un hombre que siempre consigue lo que quiere? ¿O terminará rindiéndose ante el deseo de un mafioso que está dispuesto a todo por poseerla?
Leer másVanessa.
Entré al casino observando el bullicio, las luces parpadeantes y el sonido constante de las máquinas. Era como entrar a otro mundo. Caminé directo al camerino, dejé mis bolsos en un rincón, y me coloqué el delantal: el uniforme que todas las chicas usábamos aqui. Frente al espejo, me maquillé con rapidez, dejando mi cabello largo recogido en una cola alta. Tomé mi recipiente metálico y coloqué dentro dos cajetillas de cigarrillos. Ya estaba lista.
Caminé sin prisa hacia el Gran Salón, donde una multitud de personas derrochaba sus riquezas sin remordimientos. Me habría encantado ser rica también… no para gastar sin sentido, sino para darle una vida digna a mi padre. Si mi madre estuviera viva, tal vez nada de esto sería necesario. Pero falleció hace más de un año, y con su partida llegaron las deudas. Todo recayó sobre mí. No tengo opción, más que quebrarme el lomo todos los días.
Trabajo por las mañanas en un pequeño cafetín y por las noches en este casino. Mi novio me ayudó a conseguir este empleo. Apenas llevo unos días, pero siento que me ahogo con cada olor a cigarro, con cada mirada lasciva de los hombres. Y aun así, tengo que aguantar. La paga es buena, incluso las propinas son generosas. A veces llego a hacer hasta 300 dólares en una noche.
Camino entre las mesas y ya siento algunas miradas clavadas en mí, pero las ignoro. Algunas compañeras incluso me miran mal, les molesta que los clientes se acerquen solo a mí para pedirme monedas. Uno de ellos me llama con un gesto de su dedo.
—Por favor, quiero jugar mil monedas —me dice.
—Claro que sí, enseguida se las genero —le respondo, amable.
Me entrega los mil córdobas. Los convierto en fichas y las coloco en su recipiente. Pero justo cuando estoy por retirarme, su mano aprieta mis dedos.
—Gracias, belleza —dice, con una sonrisa repugnante.
Me suelto con cuidado y continúo mi recorrido entre el ruido, las luces, el humo. El cansancio del cafetín empieza a pesarme, pero no hay de otra. Esto o seguir deambulando sin encontrar un trabajo decente. Nunca pude terminar la universidad, no por falta de ganas, sino de dinero. Me habría encantado estudiar y dedicarme a algo más… algo que no fuera esto. Pero debo mantener a mi padre. No hay escapatoria.
—¡Ves tú! Me diste suerte —escucho que decir al hombre, cuando estoy cerca de él, luego me entrega una propina de treinta dólares.
—Muchas gracias —respondo, agradecida.
Continúo caminando entre las mesas. Algunas chicas coquetean con los clientes. Yo no soy así. Tengo novio. Y, para colmo, lo veo en una esquina, sonriendo mientras un tipo le ofrece una bebida. Frunzo el ceño. ¿Por qué acepta cualquier cosa? Me incomoda… pero no digo nada. Sigo mi camino, hasta que, sin querer, choco con alguien.
Alzo la vista.
Un hombre alto me observa. Su mirada es intensa y seria. La tenue luz roja del salón apenas me deja distinguir su rostro, pero su presencia es imposible de ignorar. Me mira un instante y luego ladea la cabeza.
—¿Acaso estás ciega? —pregunta, con voz firme.
Retrocedo un paso, incómoda.
—Discúlpeme… —murmuro.
Pero se interpone en mi camino otra vez. Sonríe de lado.
—Quiero jugar. ¿Tienes monedas?
—Sí, señor, tengo monedas.
—Búscame una máquina. ¿Cuál crees tú que sea la mejor?
—No lo sé, señor… pero quizás la del medio.
—Si gano esta noche, te daré una buena propina. Y si pierdo… ¿cómo me las vas a pagar?
—No entiendo a qué se refiere, señor —le digo, nerviosa.
Se acerca un poco más. Mi pulso se acelera. Su colonia es intensa… masculina, exquisita.
—Si pierdo, no te preocupes. No pasa nada —dice, bajando el tono—. Y si gano… te daré las quinientas monedas que prometí. Y algo más.
—¿Algo más?
Saca la lengua con picardía y me pide que lo acompañe. Lo sigo hasta la máquina del centro. Le cambio 2000 córdobas en monedas. Me sorprende.
—Voy a jugar todo esto. Quiero sacar mil más. Si lo logro, te daré quinientas monedas. Es un reto. Pero si no gano… igual te daré algo. No te preocupes.
—Está bien, señor…
Me pide un cigarrillo. Lo saco con algo de nervios, pero él me indica que se lo ponga en la boca. Obedezco. Luego enciendo el encendedor y prendo el cigarro. Me dedica una sonrisa. Entonces lo veo bien, sus ojos… son de un verde profundo, provocativo, imposible de descifrar.
Empieza a jugar, moviendo los dedos con agilidad sobre los botones. De pronto, la máquina lanza tres veces el número siete. Mis ojos se abren de par en par.
El sonido de las monedas cayendo es como música.
—Me diste suerte, Rosabella—susurra, mientras me entrega la bandeja llena de monedas.
Ese apodo… me deja helada y, al mismo tiempo, me ruboriza.
Cruzo las monedas al cajero. Él continúa jugando. De vez en cuando me mira, como si pudiera leerme los pensamientos.
—¿Va a seguir jugando? —le pregunto.
—Claro que seguiré. Esta noche no pienso perder. No con una mujer tan bella como tú cerca. Quizás seas mi amuleto.
—Seguramente no soy yo… pero suerte no le falta.
—Podría ser que sí lo seas. Y si no, igual no me arrepiento de tenerte aquí.
Empieza a beber mientras juega. Yo permanezco de pie, sintiendo que mis piernas ya no me sostienen. El cuerpo me pesa. Cierro los ojos solo un instante.
—¿Te estás durmiendo? ¿Te aburre estar de pie en tu trabajo?
—No, señor. Claro que no —respondo rápido.
—Bebe conmigo.
—No puedo, estoy trabajando…
—Es una orden.
—Lo siento, señor… no puedo.
Él deja de jugar y me mira fijamente. Una mirada que me atraviesa, como si quisiera entender todo lo que escondo… o desnudar mi alma sin tocarla.
Después de varios minutos, vi que uno de los meseros se acercaba. El hombre que juega al parecer es muy conocido aqui, con una señal le indicó que dejara una silla. Me sorprendí cuando todos comenzaron a mirarme.
—Siéntate —ordenó el hombre, con un tono autoritario.
—Estoy en mi trabajo… —intenté decir.
—He dicho que te sientes —repitió, ahora con voz más firme, como si no aceptara una negativa.
No tuve opción. Me senté, no sabía si era por pena o por miedo a que me echaran por desobedecer a un cliente que, claramente, tenía mucho dinero.
—Ya que no quieres beber alcohol, al menos toma algo para refrescarte —mencionó sin dejar de ver la máquina.
Acepté la bebida. Vi cómo se acomodaba su camisa, subía las mangas y quedé sorprendida al ver la cantidad de tatuajes que tenía en los brazos, incluso en los dedos. Seguía jugando mientras yo bebía lentamente. Luego me pidió que cambiara las monedas nuevamente. Me levanté, lo hice y se las entregué. Creo que habían pasado ya más de tres horas, y honestamente sentía que ese hombre se había ganado la lotería.
Cuando terminó su juego, se acercó a mí. Instintivamente quise retroceder, pero no tenía a dónde ir.
—Gracias por esta noche. Toma, esto es tuyo —me dijo, entregándome los quinientos dólares que me había prometido—. Regresaré —añadió, me guiñó el ojo y se dirigió a la caja para pagar.
Solté un suspiro al verlo marcharse, y justo en ese momento una de las chicas del lugar se acercó a mí.
—¿Qué fue todo eso? —me preguntó, intrigada.
Encogí los hombros, aún en shock.
—No lo sé…
—¡Vanessa!— Giro al ver que me llamaron desde la zona de supervisión. Me acerqué algo nerviosa, pensando que me iban a reprender por haber estado sentada tanto tiempo.
—Sí, señor…
—Tienes dos horas libres.
—¿Cómo así?
—Si quieres puedes descansar o terminar antes de las dos horas e irte. Pero tú solo obedeces, ¿verdad?
Me quedé mirando en dirección a donde el hombre había ido. A lo lejos, lo vi de pie, con una rosa en una mano y levantando el dedo en señal de despedida. Me guiñó el ojo antes de salir por las grandes puertas. ¿Qué fue eso? ¿Qué habrá hecho ese hombre?
—Está bien, muchas gracias. Voy a tratar de terminar antes de las dos horas para irme.
—Perfecto. Gracias a ti, ese hombre dejó una buena propina.
—De verdad.
—¿Así es? Así que, ¡aprovéchalo!
Volví a mi rutina, y poco después, vi que mi novio se acercaba.
—Veo que te han dado buena propina —dijo con una media sonrisa.
—¿Cómo lo sabes?
—Ese hombre que se acaba de ir viene frecuentemente a este lugar y tú fuiste la primera con la que entabló conversación. Te estuve observando.
—¿Estás celoso? —pregunté en broma.
—No, tranquila… ¿Cuánto te dio?
—Bueno… quinientos dólares.
—¡Wow, mi amor! Qué bueno. Y eso que no hiciste nada…
—¿Cómo que no hice nada? — pregunté elevando las cejas.
—¿Será que me puedes prestar algo para hoy? Tengo que pagar unas cosas. Mi amor, se agradecida conmigo, ¿sí?
—Está bien, te puedo prestar treinta. ¿Te parece?
—Es muy poco…
—Es lo que tengo. Esos quinientos son para mi padre y sus medicamentos.
—Bueno… acepto los treinta, por lo menos para el Driver.
Me dio un beso en los labios y luego se alejó con los treinta dólares. Lo observé mientras caminaba hacia una de las maquinitas. Lo vi producir diseños y sentí una duda en el pecho. Quise acercarme a preguntarle qué haría, pero una de las chicas se me adelantó.
—Veo que coqueteaste muy bien con ese hombre. Casi no platica con nadie.
—¿A qué te refieres?
—¿Qué hiciste para que tuviera toda tu atención?
—Lo siento, no sé a qué te refieres. Solo estaba haciendo mi trabajo.
—¿Sabes cuántas de nosotras quisiéramos estar cerca de él?
—¿Qué quieres decir?
—Fuiste la primera mujer con quien conversó. Hasta te consiguió una silla, te dio de beber, y encima te dio quinientos dólares. Ese hombre viene aquí seguido y no le habla a nadie. Es muy serio, no le gusta que nadie se le acerque, ni siquiera las mujeres. ¿Te imaginas? ¿Será que tienes algún hechizo que nos puedas pasar para conquistar así a un poderoso?
—Claro que no… No sé a qué te refieres.
Rodé los ojos, molesta, y comencé a recoger cajetillas de cigarros vacías.
—Dime, ¿te pidió que te acostaras con él?
Me quedé de pie, congelada.
—¿Cómo puedes decir eso? Cualquiera que te escuche va a pensar que sí lo hice.
—Tranquila… ¿Tu novio no se molestó al verte con ese hombre tan misterioso?
—¿A qué te refieres?
—A que también le gusta coquetear con mujeres adultas…
—¿Estás hablando en serio?
—Solo obsérvalo. Pero no ahora, ya está jugando. Ay… si quieres, quédate ciega.
—¿Qué dijiste?
—Nada, nada. Aprovecha tus dos horas. Suerte con ese riquillo. La próxima vez, haz algo para que nosotras también podamos acercarnos a él.
—Lidia, por favor…
—Bueno, hasta luego Vanessa. Yo seguiré buscando quién me dé propina. Como tú ya tienes mucha, me imagino que no te interesan los clientes. Así que déjamelos a mí. Chao.
Solté un bufido, molesta, y seguí con mi trabajo. Al terminar mi ronda, entré al camerino. Quise hablar con Daniel, pero lo dejé así. Seguramente estaba jugando. Tal vez trataba de conseguir dinero, ya que no le presté más. ¿Sería buena idea? Pero él sabe que necesito ese dinero. Por el momento, no puedo prestarle nada más.
Terminé todo, me cambié. Me puse mis jeans rasgados, una camiseta sencilla, colgué mi bolso al hombro y decidí irme. Quise escribirle a mi novio, pero lo vi platicando con unos clientes. Quizás era mejor no interrumpirlo.
Salí del casino y esperé poder conseguir un Driver. Mientras escribía, caminaba rápidamente hacia la entrada. Había mucho movimiento: autos lujosos en fila, motocicletas… y por no estar viendo bien, choqué con alguien otra vez.
Estuve a punto de resbalar, pero sentí unas manos fuertes sujetarme de la cintura y atraerme contra un cuerpo. Me asusté, y rápidamente intenté alejarme, pero al ver quién era, me quedé de piedra.
Era él.
El mismo hombre intimidante que había estado jugando hace más de una hora.
—Hola, Rosabella —dijo, con una voz profunda.
Abrí los ojos con sorpresa. ¿Rosabella? ¿Qué hace aquí este tipo?
—Disculpe —dije nerviosa.
—Te estuve esperando —susurró acercándose a mí.
Sentí que mi piel se erizaba por completo.
¿Qué le pasa a este loco? ¿Por qué estaba esperándome? ¿Qué quiere conmigo?
DorianLos años habían pasado tan rápido que a veces me pregunto si realmente los disfruté. El pasado había quedado atrás… aunque no del todo, porque aún me perseguían recuerdos dolorosos, imborrables. Perdí a mi madre, y durante mucho tiempo creí que también había perdido a mi padre… hasta que la vida me sorprendió con la verdad.El doctor Xavier resultó ser mi padre, aquel que todos daban por muerto. El destino quiso que un hombre lo ayudara a escapar de esa tumba que Thiago le había preparado. Hoy Xavier no solo está vivo, sino que consiguió su licencia como médico y, además, me salvó la vida. No hay palabras suficientes para describir la gratitud que siento; ahora forma parte de mi vida y de mi familia.En cuanto a mi esposa… ¿qué puedo decir? Vanessa es mi razón de ser. Juntos tenemos dos hijos: un niño de diez años, idéntico a mí, y una pequeña de cinco, tan hermosa como su madre. No puedo afirmar que soy “el hombre más feliz del mundo”, porque seguramente hay otros que también l
VanessaPor fin todo había terminado. Nos despedimos de nuestros amigos y emprendimos el viaje de regreso a nuestro país. Mientras viajábamos, pensaba en todo lo que habíamos vivido. Me dolía recordar la traición de mi padre y la sombra de Thiago, pero sabía que esos recuerdos solo pertenecían al pasado. Mi futuro ahora tenía sentido, y ese sentido se llamaba nuestro hijo.Antes de irnos, Shory me entregó unas pulseras doradas. Me explicó que era un lazo para fortalecer nuestro amor, un símbolo que nos uniría a mí y a Dorian. Nunca había creído mucho en esas cosas, pero conocerla a ella y a Dominic Vega, me hizo pensar que incluso el destino podía tener su magia. Al despedirme, sentí un nudo en la garganta; aunque los conocí poco tiempo, habían dejado una huella enorme en mi corazón.Cuando llegamos a la mansión, el cansancio me venció. Dormí todo el día, dejando que mi cuerpo descansara tras tantos días intensos. Al despertar, miré mi habitación y, por extraño que fuera, la nostalgia
VanessaObservé la herida, que por fortuna estaba seca, como si las hierbas que preparé hubieran hecho su magia. Guardé el botiquín, respiré hondo y me acerqué donde estaban el señor Óscar y su esposa.—Ahora es hora de ir a buscar a tu esposo —dije.—Muchas gracias, de verdad —respondi con la voz quebrada—. No sabe cómo agradecértelo.—Tranquila, no hace falta —sonreí—. Lo importante es que estéis bien.Óscar acariciaba con calma a unos perros que estaban echados en la sombra de un árbol, la ternura de su gesto me arrancó una risa involuntaria y, en ese instante, pensé en Dorian y en la manera en que hablaba con Nox. Una punzada de nostalgia me rozó el pecho. «Pronto estaré a tu lado», susurré para mí, imaginando el abrazo que tanto anhelaba. Ya lista me ayudaron a subir al una camioneta.Salimos de la carretera y la prisa se apoderó de mí: deseaba que las doce horas pasaran de un tirón. No me importaba mi padre ni ese tal Thiago; lo único que quería era volver junto a Dorian y empeza
DorianEl viaje había sido pesado, pero finalmente llegamos a la isla. Apreté los puños con fuerza mientras esperaba la señal de Gregorio y de mis hombres. Ya me habían comunicado que estaban rodeando el lugar, listos para atacar. Les pedí que vigilaran cada rincón, y les mostré una fotografía de mi esposa para que la reconocieran si la veían. Pero hasta ese momento, no había señales de ella. Sin embargo, los movimientos eran intensos: lanchas en el río, más de cinco, como si estuvieran buscando a alguien.Mi corazón latía con furia. Estaba nervioso, pero no podía darme el lujo de flaquear. Tenía que salir de esto, luchar, aunque me equivocara. Tenía que salir victorioso.La radio sonó. Dominic contestó.—¿Están listos? Shiory como vez el movimiento —preguntó.—Listo cariño —respondió ella con voz firme—. Estoy lista, aun con mis heridas se que luchare. No te preocupes por mí.—Bueno, no te preocupes tú —dijo Dominic —. Te curare cuando lleguemos a casa. Ya sabes cómo.Negué con la ca
DorianMe desperté en una niebla de angustia: débil, cansado, con el corazón golpeando en mis oídos como si quisiera salirse del pecho. El único pensamiento que me atormentaba era una idea absurda y enloquecedora —¿y si Vanessa me ha traicionado? Si realmente ella sabia que era Rosabella —. Me odié un instante por pensarlo. Como pensar eso, si ella ni siquiera queria casarse conmigo en aquellos meses atras. Prácticamente tuve que amenzarla, todo fue a la fuerza. Si eso hubiese sido verdad, ¿ya se habría ido de mi lado hace tiempo? Aun así, la sospecha no me soltaba... era como un huracán sin querer detenerse.La voz de Dominic me llegó, firme, como un puñetazo.—Tienes que luchar por el amor de tu vida, no pienses en otra cosa. Deja tu duda aún lado—. Sus palabras me retumbaron, pero mi rostro se quedó vacío al imaginar cómo podría enfrentarla después; ¿cómo mirarla a los ojos si las dudas me consumían? Quizás ella estaba sufriendo, quizá esperaba que yo apareciera… debía hacer algo.
VanessaCamino de un lado para otro, con unas ganas enormes de escapar. Sé muy bien lo que tengo que hacer. Todavía no han llegado esos supuestos médicos.Ni crean que deseo recordar ese maldito pasado que ahora se está volviendo presente. No me interesa. Aunque sea su hija verdadera, preferiría no serlo. Prefiero ser huérfana antes que la hija de una escoria que hace daño, que utiliza a las personas como mercancía, que las vende al mejor postor. Jamás querría ser hija de ese desalmado.Golpeo la puerta con insistencia.—Necesito tomar un poco de agua, por favor. ¿Podrían traerme un poco? —pido, tratando de sonar exigente.Miro el tenedor sobre la mesa y lo sujeto con fuerza en mi mano. Este será mi momento. No importa lo que pase: no voy a permitir que mi hijo crezca rodeado de personas tan desalmadas. Ese tal Thiago odia tanto a Dorian que es capaz de vender a mi hijo. No… esto no lo permitiré.Cuando se abre la puerta, veo que el hombre trae un pichel de vidrio con un vaso.—Señori
Último capítulo