Eliana una joven mujer que vive en un pequeño pueblo en la frontera de un reino medieval. Una noche mientras paseaba por el bosque, es atacada por un vampiro y se convierte en uno de ellos. Al principio Eliana se siente confundida y aterrad con su nueva, pero pronto descubre que tiene una sangre especial que la hace diferente a los demás vampiros.
Leer másEliana colocó con cuidado un pesado tomo de cuero en el estante más alto. La escalera crujió bajo sus pies, y por un instante pensó que iba a ceder, pero se sostuvo firme. Exhaló un suspiro al bajar y pasó el dorso de la mano por su frente. El polvo se le había pegado a la piel, dejando un rastro grisáceo.
La biblioteca olía a papel viejo y a madera encerada. La luz de la tarde entraba por los ventanales arqueados y teñía de dorado los lomos de los libros. Allí, entre paredes forradas de conocimiento, Eliana encontraba paz. Mientras el mundo afuera hablaba de rumores de guerra, de batallas en tierras lejanas entre vampiros y hadas, ella se refugiaba en aquellas páginas que parecían inmunes al paso del tiempo.
Sus dedos, ágiles y suaves, recorrían los títulos escritos en lenguas antiguas. Sabía de memoria dónde se encontraba cada volumen, cada pergamino y cada códice. Era la bibliotecaria más joven en la historia del pueblo, y también la más dedicada. Sus padres estaban orgullosos, aunque su madre solía preocuparse porque pasaba demasiado tiempo rodeada de sombras y silencios.
—Siempre tan entregada, hija mía —dijo aquella tarde la voz de su madre, interrumpiendo sus pensamientos. La mujer, con el cabello cubierto por un pañuelo bordado, se apoyó en el marco de la puerta—. Vas a terminar olvidando cómo es la vida más allá de estas paredes.
Eliana sonrió sin apartar la vista del libro que hojeaba.
—Ojalá el mundo pudiera ser tan simple como tú lo imaginas —replicó su madre, con un dejo de tristeza, antes de marcharse.
Eliana quedó pensativa. Sabía que las cosas no eran tan simples. Había escuchado a escondidas a su padre discutir con los ancianos del consejo sobre la fragilidad de las alianzas, sobre cómo los vampiros y las hadas llevaban décadas acumulando rencores. Se decía que pronto habría una guerra abierta, y aunque aquel pueblo estaba lejos de las grandes ciudades, nadie podía sentirse realmente seguro.
Sacudió la cabeza y regresó a su labor. Prefirió concentrarse en los símbolos dibujados en un pergamino gastado: extrañas marcas en forma de lunas y círculos entrelazados. Había visto aquel patrón en varios documentos, pero nunca había hallado su explicación. Le intrigaba, aunque lo guardó en su memoria sin hacer preguntas.
Cuando cerró la biblioteca al caer la tarde, decidió caminar hacia el bosque cercano. Era un hábito que le ayudaba a despejar la mente antes de volver a casa. El aire fresco olía a resina y a tierra húmeda, y los árboles proyectaban sombras largas bajo la luz del sol que se despedía.
Se adentró más de lo habitual, atraída por un murmullo de agua que nunca antes había escuchado. El sonido provenía de un arroyo oculto entre los matorrales. Eliana sonrió al descubrirlo; parecía un lugar secreto solo para ella.
Fue entonces cuando lo sintió. Una presencia. Una vibración en el aire que erizó cada fibra de su piel.
—Vaya… —dijo una voz masculina, profunda, cargada de un extraño magnetismo—. No esperaba encontrar a alguien aquí.
Eliana se giró de golpe. Una figura alta emergió de entre los árboles. Llevaba una capa oscura que apenas dejaba ver su rostro, salvo por el brillo intenso de unos ojos que parecían reflejar la luz de la luna, aunque todavía no había caído la noche.
—¿Quién eres? —preguntó ella, dando un paso atrás. Su tono fue firme, aunque el corazón le latía con fuerza.
El desconocido avanzó con calma, como si el bosque mismo le abriera camino.
Ella se congeló. Jamás había visto a aquel hombre, y sin embargo, sabía su nombre.
El bosque guardó silencio. Solo quedaban ellos dos, frente a frente.
La luz del amanecer se filtraba por las rendijas del gran ventanal, tiñendo la habitación con tonos rojizos. Kael abrió los ojos lentamente, sintiendo el cuerpo pesado, los músculos tensos, y el olor de Lyra todavía flotando en el aire. El lecho a su lado estaba vacío, las sábanas revueltas y aún tibias.Por un instante, creyó que lo había soñado. Pero el sabor de su piel todavía permanecía en sus labios, y las marcas de sus uñas ardían sobre su pecho. No fue un sueño. Fue una rendición.Se sentó al borde de la cama, con el rostro entre las manos. Había cruzado una línea que no debía. Lyra no era solo la reina de los vampiros, era la enemiga de su especie… y aun así, Kael no podía dejar de buscarla con la mirada, esperando verla aparecer.Pero no lo hizo. En lugar de ella, entró un sirviente vampiro con un semblante sombrío.—La reina partió antes del amanecer —informó con una reverencia—. Dejó órdenes de que descansara.Kael no respondió. Solo asintió, aunque dentro de él se revolvía
Capítulo 32 – La Noche de la ReinaLa tensión que se había encendido en el salón no tardó en explotar. Cuando la última vela se apagó y el silencio reinó en el castillo, Lyra decidió que no habría pactos sin demostrar quién tenía realmente el control.Kael fue conducido a una habitación amplia, de muros oscuros y cortinas de terciopelo rojo. No pasaron más de unos segundos antes de que Lyra apareciera, caminando con pasos firmes, el vestido ajustado a su figura como una segunda piel. Sus labios carmesí estaban curvados en una sonrisa peligrosa.—¿De verdad creíste que podía dejarte marchar así? —susurró, cerrando la puerta con un golpe seco.Kael no respondió. Sus ojos verdes ardían mientras la veía acercarse, como un depredador en plena caza. Lyra lo empujó contra la pared con una fuerza inesperada, sus labios devorando los suyos sin aviso. El beso fue violento, húmedo, cargado de un hambre que lo hizo gemir bajo su pecho.Las manos de Lyra se deslizaron por el torso de Kael, arrancá
El salón de guerra estaba iluminado por candelabros que lanzaban luces rojas sobre las paredes de piedra. La mesa central, cubierta de mapas y pergaminos, se convirtió en el escenario donde se enfrentarían no con espadas, sino con palabras.Lyra, la líder de los vampiros, permanecía de pie frente a la mesa. Alta, de piel nívea como mármol bajo la luz de las velas, con una cabellera negra que caía en ondas brillantes sobre sus hombros. Sus labios carmesí formaban una línea severa, pero sus ojos rojos, profundos y ardientes, parecían capaces de desnudar el alma de cualquiera que osara mirarla demasiado tiempo. Su porte era el de una reina: orgullosa, peligrosa y exquisitamente hermosa.Frente a ella estaba Kael, el líder de las hadas. Su figura contrastaba con la oscuridad del salón: alto y fuerte, de hombros anchos y músculos definidos bajo la armadura ligera de tonos plateados. Su piel clara brillaba con un matiz dorado, como si la luz misma lo buscara. Sus cabellos largos, de un rubi
El gran salón del castillo estaba iluminado por antorchas que proyectaban sombras alargadas sobre las paredes de piedra. Lyra, líder de los vampiros, se mantenía erguida en su trono, sus ojos rojos clavados en Kael, el líder de las hadas. Ambos se observaban con desconfianza, aunque la tensión de la guerra les obligaba a dialogar.—Tu pueblo nos ha cazado durante siglos —dijo Lyra con voz fría.—Y el tuyo nos ha reducido a vivir en rincones ocultos —respondió Kael, firme, sin apartar la mirada—. Pero la Orden del Eclipse no distingue. Si no unimos fuerzas, perderemos todo.Eliana permanecía al lado de Dracovish, escuchando cada palabra, pero su mente estaba en otra parte. La guerra, el pacto, la traición de Veyron… todo se mezclaba con la presencia de Dracovish a su lado, con la fuerza de su mano rozando la suya, con el fuego que ardía en su interior desde hacía semanas.Las negociaciones se prolongaron. Finalmente, Lyra asintió con un gesto.—Habrán condiciones, pero habrá pacto. Vam
Eliana despertó de golpe, cubierta en sudor. No estaba en su biblioteca, ni en el castillo seguro, sino en una sala provisional donde Kael y Dracovish habían decidido ocultarla tras la huida de Veyron. La herida en su cuello apenas era visible, pero ardía como si en su interior hubiera fuego líquido.Intentó calmarse, pero al tocar la piedra fría de la pared, un destello brotó de sus manos. La roca respondió a su contacto, iluminándose con runas antiguas que jamás había visto.—¿Qué…? —murmuró, retrocediendo.La sala se llenó de un murmullo extraño, como voces lejanas que recitaban palabras en una lengua olvidada. Eliana cayó de rodillas, sus ojos bañados por una luz carmesí. Y entonces, sin proponérselo, las heridas de Dracovish —que aún descansaba apoyado contra una columna— comenzaron a cerrarse rápidamente.El vampiro abrió los ojos, sorprendido.—¿Tú… me estás sanando?Kael entró justo en ese momento, su lanza todavía en la mano. Se detuvo al ver la escena: la luz de Eliana rodea
Veyron no regresó a la sala de reuniones; se internó en los túneles más profundos del castillo, donde las piedras susurraban nombres que nadie quería recordar. Allí, tras una puerta que llevaba un sello que sólo él conocía, existía una cámara que no era templo ni mazmorra: era un laboratorio.No era el cuarto de hierbas de los ancianos ni el taller de los herreros vampíricos. Era un lugar frío y meticuloso, con mesas de obsidiana pulida, cristales que atrapaban luz como prismas, y frascos alineados con precisión militar. Instrumentos desconocidos colgaban en paredes de hierro, y en una vitrina se apilaban especímenes encerrados en líquido fosforescente. Todo olía a metal y a alquimia antigua.Veyron dejó caer sobre la mesa el trozo de tela con la gota de sangre. La miró como si fuera una gema. Su mano —temblorosa, sí, pero firme— deslizó una pequeña aguja sobre la piel ajada del paño y recogió la mínima cantidad con un sonido apenas perceptible.—Tan perfecta como dijeron —murmuró, si
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