Eliana despertó con la sensación de no estar sola. La primera luz del amanecer se filtraba por las ventanas, pero en su interior pesaba una sombra invisible. Se incorporó en la cama y miró alrededor: nada fuera de lo común. Sin embargo, el presentimiento no desapareció.
Mientras caminaba hacia la biblioteca, notó algo extraño. En la esquina de la plaza, un hombre encapuchado parecía observarla con demasiado interés. Fingió acomodarse el manto y giró hacia otra calle, pero cuando volvió la vista atrás, él ya no estaba.
Se dijo a sí misma que era producto de su imaginación… aunque en el fondo sabía que no lo era.
Ese día, la biblioteca estuvo llena de aldeanos que buscaban respuestas en viejos tomos: unos sobre hierbas protectoras, otros sobre rituales contra hadas. Todos parecían desesperados. Eliana ayudaba como podía, pero cada vez que levantaba la mirada, notaba una figura oscura entre las sombras de los estantes.
Un hombre alto, de mirada penetrante, hojeaba un libro sin realmente l