El salón de guerra estaba iluminado por candelabros que lanzaban luces rojas sobre las paredes de piedra. La mesa central, cubierta de mapas y pergaminos, se convirtió en el escenario donde se enfrentarían no con espadas, sino con palabras.
Lyra, la líder de los vampiros, permanecía de pie frente a la mesa. Alta, de piel nívea como mármol bajo la luz de las velas, con una cabellera negra que caía en ondas brillantes sobre sus hombros. Sus labios carmesí formaban una línea severa, pero sus ojos rojos, profundos y ardientes, parecían capaces de desnudar el alma de cualquiera que osara mirarla demasiado tiempo. Su porte era el de una reina: orgullosa, peligrosa y exquisitamente hermosa.
Frente a ella estaba Kael, el líder de las hadas. Su figura contrastaba con la oscuridad del salón: alto y fuerte, de hombros anchos y músculos definidos bajo la armadura ligera de tonos plateados. Su piel clara brillaba con un matiz dorado, como si la luz misma lo buscara. Sus cabellos largos, de un rubi