Eliana tragó saliva. La figura encapuchada se movía con una calma inquietante, como si no tuviera prisa ni miedo. Su voz había sido baja, pero clara, y el eco de sus palabras aún vibraba en los oídos de la muchacha.
—¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó, intentando mantener firme la mirada.
El desconocido inclinó la cabeza apenas, como un cazador que observa a su presa. Entonces bajó la capucha. Su rostro era pálido, demasiado perfecto, con facciones marcadas y una mirada tan intensa que parecía desnudarla. Los ojos, de un gris plateado, reflejaban la poca luz que quedaba entre los árboles.
—Porque llevo años esperando encontrarte —respondió con serenidad—. Mi nombre es Lucien.
Eliana retrocedió un paso. Había escuchado ese nombre en los susurros de los libros prohibidos y en los cuentos que los ancianos contaban para asustar a los niños. Lucien, el vampiro errante, aquel que vagaba entre los clanes sin servir a ninguno, siempre envuelto en rumores y misterios.
—No… esto debe ser un error —murmuró, abrazándose a sí misma—. Yo solo soy una bibliotecaria.
Lucien sonrió, y la frialdad de aquel gesto la hizo estremecer.
Se acercó un paso. Eliana sintió cómo la temperatura del aire descendía, y cómo el sonido del bosque se apagaba a su alrededor. Ni un pájaro, ni un insecto. Nada. Solo ellos dos, suspendidos en un silencio sobrenatural.
—Aléjate —exigió, aunque su voz tembló por primera vez.
Lucien levantó las manos, como para mostrar que no tenía intención de herirla.
Ella negó con la cabeza, incrédula.
—Tu sangre te contradice —replicó él, con un tono tan suave como cortante—. No importa cuánto lo niegues. Dentro de ti late un poder que puede cambiar el destino de muchos.
Eliana frunció el ceño. Había escuchado rumores sobre los dones de ciertos linajes, pero nunca había imaginado que esas historias tuvieran algo que ver con ella.
Lucien avanzó otro paso, y esta vez ella no retrocedió. Había algo en sus palabras que la retenía, como una cuerda invisible.
Las palabras le golpearon el pecho. Eliana recordó los símbolos extraños que había visto en los pergaminos de la biblioteca, los que nunca encontró en ningún otro registro. De pronto, cobraban un sentido inquietante.
—Eso es imposible —susurró, aunque ya no estaba tan segura.
Lucien se inclinó un poco hacia ella. Su voz bajó hasta convertirse en un susurro hipnótico.
Eliana se estremeció. Parte de ella quería correr, pero otra parte, más fuerte, quería escuchar más.
Lucien la miró fijamente. En sus ojos brillaba una mezcla extraña de respeto y necesidad.
Ella cerró los ojos un instante. El aire estaba frío, pero sentía un calor extraño recorriéndole las venas. Como si algo dentro de sí respondiera a aquellas palabras.
Cuando los abrió de nuevo, Lucien estaba tan cerca que podía escuchar el ritmo contenido de su respiración.
Lucien sonrió otra vez, aunque en esa sonrisa había un matiz de tristeza.
Dicho eso, se desvaneció entre las sombras del bosque, como si nunca hubiera estado allí. Eliana quedó sola, con el corazón latiendo a un ritmo frenético y la certeza de que su vida acababa de romperse en dos.