La casa estaba en silencio, pero no era el silencio cálido y cotidiano de las noches en el pueblo. Era un silencio tenso, cargado de preguntas que nadie se atrevía a formular. Eliana cenó en la mesa junto a sus padres, apenas probando bocado. Su madre la observaba de reojo, inquieta, y su padre no había dejado de fruncir el ceño desde la tarde.
El incidente del hombre herido —ese que en realidad era un vampiro— no podía borrarse de su mente. Había huido de la biblioteca sin explicación, dejando tras de sí la certeza de que tarde o temprano volvería a aparecer… o alguien vendría a buscarlo.
—Ese forastero —dijo al fin su padre, rompiendo el silencio—. Sanó demasiado rápido. Eso no es natural.
Eliana apretó la cuchara entre los dedos. Sentía la herida cerrada en su palma arder como si delatara su secreto.
Su madre lo negó con un gesto.
Eliana bajó la mirada. No podía mentirles eternamente, pero tampoco se atrevía a confesarles la verdad. Si lo hacía, pondría a su familia en peligro.
—Sea lo que sea —continuó su padre, con un tono grave—, debemos ser cuidadosos. El pueblo es pequeño, y los rumores vuelan. No quiero que nadie nos relacione con cosas que no comprendemos.
La advertencia quedó flotando en el aire. Eliana asintió en silencio, aunque por dentro la culpa la devoraba.
Esa noche, mientras intentaba dormir, escuchó pasos en la planta baja. Bajó con cautela y encontró a sus padres conversando en voz baja en la cocina.
—No es la primera vez que algo así ocurre —decía su madre, con nerviosismo—. ¿Recuerdas lo que contaban mis abuelos? Que nuestra familia alguna vez estuvo ligada a los vampiros… que les ofrecían ayuda en secreto.
Eliana se detuvo en seco. No podía creer lo que escuchaba.
Su padre chasqueó la lengua.
—¿Y si no lo son? —replicó ella—. ¿Y si ese hombre vino aquí porque reconoció algo en Eliana?
Eliana sintió un vuelco en el estómago. ¿Su madre también lo sospechaba?
—No la metas en eso —respondió su padre, más severo—. Eliana no debe cargar con pecados del pasado.
Las palabras le hirieron más de lo que esperaba. ¿Y si sí debía cargar con ello? ¿Y si todo lo que estaba viviendo era consecuencia de esa herencia que tanto habían intentado olvidar?
Subió a su cuarto en silencio, con el corazón acelerado. Apenas pudo conciliar el sueño, y cuando lo hizo, sueños inquietantes la atormentaron: veía la luna teñirse de rojo, y a su alrededor, sombras con colmillos extendiendo sus manos hacia ella.
Al amanecer, el pueblo entero estaba agitado. En la plaza central se corría la voz de que un vampiro había sido visto merodeando cerca de las murallas. Los aldeanos se reunieron con antorchas y armas improvisadas, jurando estar listos si regresaba.
Eliana lo sabía: hablaban del mismo hombre que había curado con su sangre. Si alguien descubría la verdad, su familia estaría marcada para siempre.
Mientras ayudaba a ordenar la biblioteca, su madre se le acercó, con el rostro pálido.
Eliana tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.
Su madre no dijo nada más, pero la forma en que la abrazó después revelaba su temor. No era el abrazo de consuelo habitual, sino uno cargado de miedo, como si intentara protegerla de un peligro que ya estaba demasiado cerca.
Eliana comprendió entonces que su secreto no solo la ponía en riesgo a ella, sino a todos los que amaba.