Esa noche Eliana apenas pudo dormir. La figura de Lucien regresaba una y otra vez a su mente: sus ojos plateados, la forma en que pronunció su nombre, las palabras que no podía olvidar.
"Tu sangre es especial… eres la llave que muchos llevan siglos buscando."
Se levantó antes del amanecer, buscando distraerse con su trabajo en la biblioteca. Pero los libros que tanto amaba parecían ahora esconderle secretos. Volvía a encontrarse con los símbolos que había visto días atrás: círculos, lunas, trazos rojos como venas pintadas. Cada página le susurraba que lo que Lucien le había dicho no era una mentira.
Al caer la tarde, la inquietud la arrastró de nuevo al bosque. Sentía que debía regresar al lugar del encuentro, aunque no sabía si lo hacía para enfrentarlo o para buscar respuestas. Caminó entre los árboles hasta que la penumbra la envolvió. Y allí estaba él.
Lucien emergió de la sombra de un roble, como si hubiera estado esperándola.
Eliana apretó los puños, tratando de sonar firme.
El vampiro asintió despacio, como si hubiera esperado esas palabras.
Antes de que pudiera replicar, Lucien se movió con la rapidez de un relámpago. Su mano fría le sostuvo el rostro y, con un movimiento suave pero decidido, inclinó su cuello. Eliana quiso resistirse, pero algo en su cuerpo la traicionó: un escalofrío le recorrió la piel, paralizándola.
Sintió los colmillos rozar su piel, y en un instante, el mundo se apagó.
Cuando abrió los ojos, ya no estaba de pie en el bosque. Se hallaba tendida sobre la hierba húmeda, y el cielo nocturno se extendía sobre ella, tan nítido que podía distinguir cada estrella. El aire era más denso, cada sonido más claro: el crujir de una rama a lo lejos, el batir de alas de un murciélago, incluso el pulso de su propio corazón resonando como un tambor.
Se incorporó sobresaltada. Eliana se miró las manos, temblorosas, y notó un brillo tenue en la piel, como si una luz plateada la recorriera desde dentro.
—¿Qué me hiciste? —susurró, buscando a Lucien.
Él estaba allí, observándola con una mezcla de orgullo y cautela.
Ella lo miró, confundida.
Lucien dio un paso hacia ella, señalando su pecho.
Eliana negó con la cabeza, incrédula.
Lucien sostuvo su mirada con seriedad.
Eliana bajó la vista a sus manos otra vez. Una chispa de energía se encendió en sus dedos, como un destello plateado que desapareció de inmediato. El miedo y la fascinación se mezclaron en su pecho.
—No pedí esto —dijo, con un nudo en la garganta.
Lucien suspiró, con un tono extraño, casi humano.
Cuando regresó al pueblo al amanecer, Eliana apenas podía sostenerse. Su madre la miró con preocupación, pero ella solo dijo que estaba cansada. Sin embargo, en su interior sabía la verdad: algo había cambiado para siempre.
Y mientras se miraba en el espejo de su habitación, notó que sus ojos, antes de un castaño corriente, ahora brillaban con un leve reflejo plateado cada vez que la luz de la luna los alcanzaba.