Mundo ficciónIniciar sesiónSofía Hernández se casó con Brian Valtieri ilusionada, pero después de la boda él huyó al extranjero, dejándola destrozada. Lo esperó tres años hasta que regresó, pero no vino solo: volvió acompañado de una mujer embarazada. Él la desprecia por considerarla fea e insignificante, acusándola de casarse con el solo por dinero, sin saber que Sofía oculta su verdadera identidad como magnate. Tras el divorcio, él vuelve arrepentido e implora perdón, pero ella le responde con firmeza: “Ya no te quiero, ex esposo .
Leer másSofía presionó la pluma sobre el papel de divorcio, la tinta se secó lentamente como su última esperanza. Jimena, su abogada, suspiró:
—Si firmas, en quince días serás libre. —En dos días… —murmuró Sofía para sí misma, repitiendo la cifra como un mantra que apenas lograba tranquilizar su mente. Cada palabra escrita en ese documento era un acto de rebeldía, un grito silencioso contra los años de humillación y abandono. El silencio del penthouse fue roto de manera abrupta. La puerta se estrelló contra la pared con un golpe seco que reverberó en la habitación, haciendo que los cristales de la lámpara temblaran y que Sofía retrocediera instintivamente. —¡Te dije que no intentaras huir de nuevo, Sofía! —La voz de Brian Valtieri, cortante como el cristal y cargada de una furia glacial, llenó el espacio antes de que él mismo apareciera en la habitación. Sofía se encogió, apretando contra su pecho el único maletín que había logrado empacar. Su corazón latía con fuerza, no de emoción, sino de puro terror. Hace apenas cuarenta y ocho horas, había firmado los papeles del divorcio en secreto, creyendo que por fin podría escapar de esta pesadilla. ¿Cómo había sabido él? ¿Cómo había llegado tan rápido, atravesando la distancia que creía segura? —¿Qué… qué haces aquí, Brian? —balbuceó, tratando de mantener la voz firme, aunque el temblor traicionaba su miedo. —¿Acaso creíste que podrías divorciarte de mí sin consecuencias? —Él avanzó, imponente, su traje impecable contrastando con la rabia que destilaba por cada poro. Sus ojos, fríos y calculadores, parecían perforarla, revelando que cada uno de sus movimientos estaba planeado. —Eres mi esposa. Mi propiedad. No te irás a ningún lado hasta que yo lo decida. —¡Ya no te quiero! —gritó Sofía, hallando un resto de valor entre la humillación que la consumía—. ¡Te odio! ¡Llegaste con tu amante embarazada y pretendes que viva bajo el mismo techo como si nada! ¡Tres años de abandono fueron suficientes! Por un segundo, la imagen de su "regreso" hace una semana cruzó su mente como un relámpago doloroso. La ilusión de reencontrarse con el hombre del que había estado enamorada desde niña se desmoronó en cuanto lo vio entrar del brazo de Anna, cuyo vientre redondo anunciaba a gritos su traición. Los días siguientes no fueron mejores: humillaciones públicas, la bofetada junto a la piscina tras la escena montada por Anna, y la cruel indiferencia de su suegra Sonia y su cuñada Valentina. Todo había culminado en su decisión de huir. Brian esbozó una sonrisa fría, sin rastro de humanidad. —Tus sentimientos me importan un bledo, Sofía. Este matrimonio nunca fue sobre amor. Es una alianza. Y tú cumplirás tu parte, te guste o no. Antes de que ella pudiera reaccionar, otra figura apareció en la puerta abierta. Maxin Hernández, su propio padre, con el rostro congestionado por la ira. —¡Insensata! —rugió, ignorando por completo a Brian—. ¿Cómo te atreves a deshonrarnos de esta manera? ¡Brian es tu esposo! ¡Le perteneces! —¡Papá! ¿Tú también? ¿Vas a obligarme a vivir con un hombre que me desprecia y que tiene un hijo con otra mujer? —Sofía apenas podía contener la mezcla de miedo y repulsión. —¡Cállate! —La bofetada de su padre fue tan rápida como brutal, haciéndola tambalear—. Si él tiene una amante, es porque has fracasado como esposa. ¡Es tu culpa! Ahora, recoge tus cosas. Volverás a la mansión Valtieri ahora mismo. Yo mismo me aseguraré de ello. Sofía se llevó la mano a la mejilla ardiente, las lágrimas de traición y dolor quemándole los ojos. Estaba completamente sola. Atrapada. Brian la observaba con satisfacción cruel, cruzado de brazos como un depredador que ve cómo su presa es conducida de vuelta a su jaula. —Vamos —dijo Brian con tono final—. La diversión ha terminado. Tienes un papel que interpretar, y yo escribiré el guión. Alguien tenía que escribir uno nuevo, pensó Sofía con amargura mientras era prácticamente arrastrada fuera de su refugio. Y si nadie más lo haría… tal vez tendría que hacerlo ella misma. Una chispa de determinación, fría y tenue, comenzó a arder entre las cenizas de su corazón roto. Esta era la tercera vez que él la humillaba hasta lo inimaginable. Y ella había prometido que no habría una cuarta. —Si me obligas a mí —susurró con voz rota—, no prometo ser la ‘esposa obediente’ que quieren. La arrastró hacia el auto, y mientras se acercaban a la mansión Valtieri, el lujo y la opulencia de su hogar parecían ahora prisiones doradas. Anna ya estaba sentada en el sofá, acariciando su vientre con una sonrisa falsa. —Ah, Sofía —dijo Anna con veneno en el tono—. Brian dijo que vendrías. Me alegro de que hayas entendido tu lugar. Sofía se quedó quieta, pero en su interior la decisión de escapar se fortalecía. No permitiría que su vida terminara en manos de aquellos que solo buscaban su sometimiento. Hasta que una voz grave resonó en el umbral: —¿Es así como tratas a tu esposa, Brian? Todos se giraron. Antonio Valtieri, el tío de Brian, estaba allí, con una expresión sombría y los hombros tensos. Su mirada se posó en Sofía: en el moretón que surcaba su mejilla, en el brazo magullado por el agarre de Maxin. Su mandíbula se tensó como si contuviera un huracán de rabia. —Tío… ¿qué haces aquí? —preguntó Brian, sorprendido, incapaz de disimular el sobresalto. Antonio no respondió a Brian. Se acercó a Sofía, y con una gentileza inesperada, le soltó el brazo que Brian había agarrado: —La próxima vez que alguien la toque sin permiso, tendrá que responderme a mí.—Brian… —intentó hablar Anna, temblando—. Eso no es verdad. Sabes que eres el único hombre con el que he estado.—¿Quién te dijo algo así? —interrumpió él, su voz cargada de rabia mientras apretaba más su agarre sobre el brazo de ella—. ¡Sofía! —escupió el nombre con un hilo de furia—. ¡Sofía me dijo que era estéril!Anna palideció de golpe. Tragó con dificultad y murmuró una maldición apenas audible, su mirada llena de miedo y desesperación.—¡Eso es mentira, Brian! —balbuceó, su voz temblando mientras trataba de mantener la compostura—. No eres eso, te lo juro… si no, ¿cómo habría podido… tener a este bebé? —trató de manipularlo, dejando que su tono sonara convincente y suplicante—. ¡No es de otro hombre, Brian!—No… —replicó él, entre dientes, con los ojos encendidos—. No es verdad . Te lo aseguro… Brian —pero sus palabras se quebraron, cargadas de dolor e incredulidad.Anna lo miró, intentando recuperar el control, y su tono se volvió casi desafiante, con un dejo de amenaza velada
—No… —Brian negó lentamente con la cabeza, su voz quebrada—. No puede ser… eso es imposible.Sus ojos buscaban desesperadamente una grieta en la expresión de Sofía, una señal de que mentía, de que todo era solo un intento de herirlo.—Me estás mintiendo —susurró, dando un paso hacia ella—. Dilo, Sofía. Estás mintiendo para ocultar que ese niño es mío.Sofía no se movió. Sus labios temblaron apenas, pero su mirada se mantuvo firme, helada.—No tengo por qué mentirte —dijo con calma cortante—. Lo que dije es la verdad. Eres estéril, Brian. Siempre lo fuiste.El aire se volvió espeso. Brian sintió cómo la sangre le hervía por dentro, cómo la rabia y la incredulidad se mezclaban hasta formar un nudo en su pecho.—¡Cállate! —rugió, dando un paso más, con los ojos encendidos por la furia—. ¡No digas eso!Extendió la mano y la tomó por la muñeca con fuerza, obligándola a mirarlo de frente. Su respiración era pesada, desbordante de frustración.—Entonces explícame —dijo entre dientes, con la
Brian bajó a desayunar sin decir una palabra. El ambiente estaba cargado, todos lo notaron. Su madre, Sonia, dejó el periódico a un lado y lo observó con preocupación; Valentina lo miraba con una mezcla de enojo y curiosidad.—Buenos días —murmuró él, apenas audible, mientras tomaba asiento.Nadie respondió al principio. El silencio se hizo incómodo, hasta que Valentina, con un tono agrio, rompió la calma.—¿Ya viste las noticias? —preguntó sin mirarlo directamente—. Sofía Hernández… ahora es mi tía. La esposa de mi tío Antonio.Hizo una pausa, soltando una risa seca.—No puedo creer la suerte que tiene esa zorra.Brian levantó la mirada lentamente. El brillo en sus ojos bastó para hacerla callar, pero ella insistió, disfrutando de provocarlo.—Primero el escándalo, después la boda… ¿Qué sigue? ¿Que la nombren dama de honor de la familia?—Valentina —interrumpió Sonia, con tono de advertencia.—¿Qué? Solo digo la verdad —replicó ella, cruzándose de brazos—. Todos saben lo que esa muje
La casa amaneció envuelta en un silencio denso, casi solemne.El desayuno estaba servido con la perfección habitual: porcelana blanca, café humeante, el sonido leve de los cubiertos contra los platos. Pero entre Sofía y Antonio no había palabras, solo miradas que se rozaban sin atreverse a sostenerse.El anillo en su mano aún le parecía irreal. Brillaba demasiado, como si quisiera recordarle cada segundo lo que había hecho la noche anterior. Casarse. Sin aviso. Sin tiempo para respirar.Antonio, frente a ella, hojeaba el periódico con gesto imperturbable, pero la tensión en su mandíbula lo delataba. Ninguno de los dos mencionó la boda, ni el contrato, ni el escándalo. Era como si ambos intentaran mantener la calma sobre un suelo que todavía temblaba.De pronto, el sonido de pasos firmes interrumpió la quietud. El mayordomo apareció en el umbral del comedor, con el rostro grave y las manos cruzadas a la espalda.—Señor Valtieri —anunció con voz medida—, tiene una llamada del señor Maxi
El ruido era ensordecedor. Los flashes seguían estallando frente a ella como relámpagos, cada uno más violento que el anterior. Sofía apenas lograba respirar. Maira la sostenía por los hombros, intentando abrirse paso entre el mar de cuerpos que las rodeaba, pero era imposible.—¡Déjenla en paz! —gritó Maira, desesperada, mientras una cámara casi se estrellaba contra el rostro de Sofía.Y entonces se escuchó.Una voz firme, autoritaria, que cortó el caos como un cuchillo:> —¡Abran paso! ¡Seguridad privada del señor Valtieri!El murmullo se transformó en confusión. Dos hombres vestidos de negro irrumpieron entre la multitud, empujando a los reporteros con fuerza controlada. Los flashes titilaron, los gritos se mezclaron con protestas y el sonido de sirenas lejanas.—¡Rápido, señorita! —ordenó uno de ellos, rodeando a Sofía con el brazo y cubriéndola del todo—. ¡No mire atrás!Maira también fue apartada con cuidado, aunque el miedo en su rostro era idéntico al de Sofía. Entre empujones
Al día siguiente Sofía se sentía más ligera, más viva que nunca. La felicidad que la invadía era tan pura que a veces le costaba creer que todo aquello fuera real. Antonio había cumplido su promesa: la cuidaba con una devoción que rozaba la exageración.Había puesto a Mónica, una de las empleadas más atentas de la casa, exclusivamente a su cuidado. Sofía ya no debía preocuparse por ninguna de sus antiguas labores; lo único que tenía que hacer era descansar, alimentarse bien y sonreír.—Antonio es un exagerado… —solía murmurar entre risas cada vez que Mónica aparecía con una bandeja de frutas o un vaso de leche tibia—. Pero es tan tierno…En el fondo, aquella sobreprotección la conmovía. Era la forma en que Antonio demostraba su amor: controlando cada detalle, asegurándose de que nada le faltara a ella ni al pequeño ser que crecía en su interior.Esa mañana, Sofía se levantó con una sensación de ternura difícil de describir. Caminó hasta el espejo del dormitorio y, con una sonrisa soñ
Último capítulo