Capitulo : Amenaza

Sofía se quedó mirando a Antonio, completamente sorprendida de verlo allí. La sorpresa la dejó momentáneamente paralizada, mientras un silencio pesado se instalaba en la sala . Se podía escuchar hasta el más leve crujido del parquet bajo los pasos de Brian.

Antonio clavó sus ojos en Brian, su mirada era un láser de ira contenida, y cada palabra que pronunciaba parecía cortar el aire de la habitación.

—Creí haber sido claro contigo —dijo, con voz firme y grave, haciendo que Brian sintiera la presión de cada sílaba—. Desde que te casaste con Sofía, te advertí que debías respetarla.

—¿Cómo es que, después de tres años de haber abandonado a tu esposa, vienes ahora del brazo de una mujer embarazada? ¿Acaso quieres poner el nombre de toda la familia en vergüenza?

Brian tragó saliva; sus dedos se crisparon levemente, un gesto involuntario que delataba el nudo de celos apretándole el pecho. Ver a su tío sostener a Sofía del brazo, protegiéndola con tanta naturalidad, le encendió una chispa amarga en el estómago. Aun así, respiró hondo y obligó a sus músculos tensos a relajarse: debía mantener la compostura . Sus ojos no abandonaron a Antonio.

—Tío —dijo con voz firme, intentando imponer autoridad sobre la situación—, bien sabes que desde siempre he amado a Anna. Pero ni tú ni mi abuelo permitieron que me casara con ella, porque no pertenecía a una familia respetable como la de Sofía. No me culpes por elegir a la mujer que amo en lugar de una esposa impuesta.

Sofía contuvo un estremecimiento. Cada palabra resonaba en su interior, mezclando indignación, dolor y algo de asombro. Por primera vez, escuchaba a Brian hablar con honestidad sobre sus sentimientos, aunque la manera de expresarlos solo aumentaba la tensión. Anna, sentada en el sofá, frunció el ceño y cruzó los brazos, consciente de que la conversación no iba a su favor, mientras acariciaba su vientre como si eso pudiera protegerla.

Antonio avanzó un paso, y el eco de sus zapatos en el mármol de la sala hizo que Sofía se estremeciera.

—Escúchame bien, Brian —dijo, con voz grave y cada palabra cargada de amenaza—. No hay excusa que justifique humillar a tu esposa, mucho menos traer aquí a otra mujer y pretender imponerte sobre su vida.

—Pero , haré una excepción. Como dices que no amas a Sofía… aceptaré el divorcio.

Los ojos de Anna brillaron al instante, como si aquella frase le abriera la puerta a un futuro soñado. Sin embargo, su sonrisa se desmoronó de golpe cuando Antonio, con la voz grave y cortante, continuó:

—Pero olvídate del grupo Valtieri. Serás expulsado por traer vergüenza a la familia.

El mundo pareció detenerse. Brian permaneció inmóvil, incapaz de asimilar lo que acababa de escuchar. Su respiración se volvió pesada, la sangre le ardía en las venas y sus manos se cerraron en puños.

—No puedes hacerme esto, tío —replicó con rabia contenida—. ¿De verdad vas a desplazarme como si nada, solo porque me enamoré y quiero ser feliz con la mujer que amo? ¡Es mi vida!

—No hay marcha atrás —sentenció Antonio, con un tono seco y definitivo. Su voz no dejó espacio a dudas, como un martillo que sella un veredicto inapelable. Cada palabra llevaba la fuerza de un hombre acostumbrado a decidir destinos, dejando claro que nada ni nadie lograría hacerlo cambiar.

Anna, pálida como un espectro, se incorporó del sofá con torpeza. El miedo se dibujaba en sus facciones, pero no dudó en lanzarse hacia Antonio. Cayó de rodillas frente a él y juntó sus manos como si rezara.

—Por favor, señor Antonio… no haga algo así. Brian, no arruines tu futuro por mi culpa —rogó con voz quebrada—. Prometo alejarme de él, pero no lo desherede, se lo suplico.

La súplica no nacía del amor. Anna lo sabía. Si Brian quedaba fuera de la familia Valtieri, ella lo perdería todo: fortuna, respeto, la oportunidad de convertirse en alguien dentro de aquel círculo intocable. No podía permitirse ese destino.

Un par de lágrimas falsas brotaron de sus ojos, recorriendo sus mejillas como un último intento de convencer.

Antonio la observó con desdén. Su mirada era tan dura que la atravesó como una daga.

—No creas que tus lágrimas de cocodrilo me harán cambiar de parecer. Puedes engañar al iluso de mi sobrino… pero a mí no.

El aire en la sala se volvió insoportable. Anna comenzó a temblar en el suelo, aterrada, pero aun así no dejó de suplicar.

—Lo amo, señor Antonio… lo amo como jamás he amado a nadie. No le haga daño. Si es necesario, me disculparé con Sofía.

La respuesta de Antonio cayó como un trueno:

—¿De verdad piensas que puedes venir aquí, humillarla, y después pedir perdón como si nada? Sofía merece respeto. Y no permitiré que nadie se lo niegue.

Anna, acorralada y viendo cómo todo se le escapaba de las manos, optó por su última carta: fingir un desmayo. Su cuerpo se dobló con una fragilidad calculada y se desplomó en los brazos de Brian, quien la atrapó con desesperación, como si de verdad temiera perderla en ese instante.

—¡Tío, por favor! —gritó con la voz rota—. No seas tan cruel con Anna… Ella está embarazada.

El silencio que siguió fue espeso, casi mortal. Brian fruncía el ceño, luchando contra el orgullo herido y la rabia que le carcomía las entrañas. Sus ojos ardían, pero sabía que enfrentarse a Antonio era como chocar contra un muro imposible de derribar.

Sofía había permanecido muda, observando la escena. Sus manos se aferraban con fuerza a la tela de su vestido, mientras un dolor punzante le atravesaba el corazón. Por un instante quiso llorar, pero se contuvo. El hombre cruel frente a ella no merecía ni siquiera ese fragmento de su dolor.

Antonio dio un último vistazo a todos y habló con voz firme, que no admitía réplica:

—Está decidido —declaró Antonio con voz firme, dejando que el silencio subrayara su sentencia—. Todo quedará en manos de Sofía. Si ella desea el divorcio, lo tendrá… y nadie en esta casa, ni dentro ni fuera de la familia, se atreverá a impedírselo.

Y sin mirar atrás, abandonó la residencia. Su sombra quedó impregnada en las paredes, dejando tras de sí un silencio frío, casi insoportable, que pesaba más que cualquier palabra.

Sofía, al ver a Antonio marcharse, subió de inmediato a su habitación. Cerró la puerta con fuerza, como si aquel gesto pudiera apartar también el peso de todo lo ocurrido. No alcanzó a respirar tranquila: la puerta se abrió de golpe y Brian irrumpió sin permiso.

Él avanzó hacia ella con los ojos encendidos, la furia marcando cada uno de sus pasos.

—¿Esto era lo que deseabas, Sofía? —rugió—. ¿Querías hundirme así? Pues lo has conseguido.

Sofía suspiró, cansada, como quien ya no tiene fuerzas para discutir, pero aun así lo enfrentó con voz firme:

—No me importa lo que digas. Me divorciaré de ti, Brian. Ya no hay vuelta atrás. Se acabó. Traer a esa mujer a esta casa y pretender que viviéramos bajo el mismo techo fue la gota que colmó mi paciencia.

Brian soltó una carcajada amarga, casi cruel.

—¿Divorciarte? —repitió con burla—. Mírate tan seria… ¿Acaso vas a fingir que ya no estás obsesionada conmigo? ¡Si pasaste dieciséis años arrastrándote por un poco de mi atención!

Sofía apretó los puños y lo miró a los ojos, con un temblor en la voz que no era debilidad, sino determinación.

—Eres un infeliz. Merezco ser libre, y lo seré, no importa lo que digas. Cuando me divorcie, encontraré a un hombre que sí me valore…

No alcanzó a terminar. Brian se acercó con un paso rápido, interrumpiéndola con la mirada encendida.

Él estaba convencido de que Sofía solo quería provocarlo, que sus palabras eran una farsa imposible de sostener. En su mente, era irremplazable en el corazón de Sofía .

—Escúchame bien, Sofía —escupió, con un tono frío y venenoso—. No nos divorciaremos. Estarás atada a mí mientras me seas útil, y seguirás haciendo lo que mejor sabes: arrastrarte por mí.

La amenaza final cayó como un golpe seco.

—Y más te vale que no insistas con el divorcio… o juro que destruiré la empresa de tu familia.

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