Sofía quedó inmóvil en la entrada, como si el mundo se hubiera detenido. Apenas podía creer lo que estaba viendo. Su respiración se volvió pesada, y un nudo amargo se formó en su garganta. Recordaba perfectamente que Anna era la mejor amiga de Valentina.
Miles de preguntas se agolpaban en su mente: ¿Por qué esa mujer venía tomada del brazo de su esposo? ¿Por qué estaba embarazada? ¿Ese hijo… era de Brian? De hecho, le resultó sospechoso que justo cuando Brian salió del país, Anna también desapareciera. Un escalofrío recorrió su cuerpo y sus manos comenzaron a temblar sin control. Trató de obligarse a mantener la compostura, a erguir la espalda y aparentar firmeza, pero el temblor en sus piernas la traicionaba. Antes de que pudiera reaccionar, Valentina corrió hacia su hermano y lo abrazó con una sonrisa radiante. —¡Hermano! Qué bueno que regresaste. Mamá y yo te hemos extrañado tanto —exclamó, con un tono cálido que Sofía no recordaba haber recibido jamás. Luego, Valentina se volvió hacia la mujer que acompañaba a Brian. Su rostro se suavizó y sus labios dibujaron una sonrisa dulce. —Anna, querida cuñada, qué alegría verte —dijo, mientras se inclinaba para abrazarla con cuidado, acariciando con ternura el vientre abultado. El corazón de Sofía dio un vuelco. “¿Cuñada?” La palabra retumbó en su mente como un eco insoportable. En ese momento, Sonia apareció, visiblemente emocionada. Se lanzó a los brazos de su hijo, sin soltarlo ni un segundo, para luego dirigir toda su atención a la barriga de Anna. —Mi niño precioso… y mi futuro nieto —susurró con un brillo de orgullo en los ojos, acariciando el vientre como si aquel bebé fuera un tesoro. Sofía sintió que el aire le faltaba. Cualquier rastro de esperanza que aún se aferraba a su corazón se hizo polvo con esas palabras. Todo se derrumbó de golpe. Brian ni siquiera la miró. Pasó por su lado como si fuera invisible, como si no existiera. No hubo un saludo, ni una explicación, ni siquiera un gesto de reconocimiento. Para él, Sofía no era más que un problema en su vida . En ese instante, se sintió como una broma cruel del destino. Tres años de espera… tres años aferrándose a un amor que solo había existido en su imaginación. Y mientras ella lo añoraba con cada latido de su corazón, él había estado construyendo otra vida, con otra mujer… y con un hijo que no sería suyo. Una lágrima rebelde escapó de sus ojos, deslizándose lentamente por su mejilla. Quería llorar, gritar, exigirle respuestas. Quería romperse ahí mismo, pero se obligó a tragar el dolor y quedarse de pie. Sin embargo, por dentro, su dignidad estaba hecha añicos. —Sofía, no te quedes ahí. Ven a servir la cena —la voz fría de Sonia rompió el silencio como un látigo. Sofía parpadeó lentamente, intentando reaccionar. Apenas podía moverse. El impacto y el dolor la tenían paralizada, como si su cuerpo estuviera hecho de piedra. Sin embargo, respiró hondo y se obligó a caminar hacia el comedor. Se acercó a la mesa, tomó los platos y comenzó a servir con manos temblorosas. Sentía que cada movimiento pesaba toneladas. La escena frente a ella era tan absurda como cruel: allí estaba ella, la legítima esposa de Brian, sirviendo la cena a su esposo… y a la mujer que todos trataban como si fuera la verdadera señora de la casa. De pronto, todo encajó. Comprendió que tanto Sonia como Valentina siempre lo habían sabido. La única ciega, la única ingenua y estúpida, había sido ella. Ahora comprendía mejor por qué Brian y Anna siempre actuaban con tanta cercanía en el pasado; ella había sido la mujer que él había amado todo ese tiempo. Cada vez que levantaba la vista, veía a Brian inclinarse hacia Anna, cuidándola con una delicadeza que nunca había tenido con ella. Le apartaba la silla, le servía agua, le sonreía con ternura… como si esa mujer fuera un tesoro. Aquella imagen le apretó el corazón con una fuerza insoportable. —¿Y ya han elegido nombre para el bebé? ¿Saben si será niño o niña? —preguntó Valentina, girando la cabeza hacia Sofía con una sonrisa cargada de burla. —Aún no sabemos el sexo —respondió Anna con dulzura impostora —, pero Brian quiere que sea una niña… que se parezca a mí. Esas palabras fueron como una puñalada directa al pecho de Sofía. Sintió que la herida se abría aún más, sangrando por dentro. —¡Wao! Esta es la comida favorita de Brian y mía —comentó Anna, mirando el plato frente a ella—. Muchas gracias, querida, por esmerarte tanto. Su tono estaba cubierto de un veneno apenas disimulado. —No la elogies tanto, querida —intervino Sonia con desdén—. Sofía es una buena para nada, pocas cosas sabe hacer bien. Tener que aguantarla todo este tiempo ha sido un sacrificio… Si no fuera por Maximilian y esa absurda idea de casar a Brian con ella, no sería parte de nuestras vidas. Sonia hizo una pausa, mirando a Anna con complicidad. —Pero estoy segura de que mi hijo sabrá hacer lo correcto… y divorciarse de esta mujer. No quiero que nada sea difícil para ti. Sofía apretó los puños con fuerza en su vestido. Deseaba gritarle, defenderse, exigir respeto. Pero se contuvo. La humillación quemaba en su interior como fuego, pero sabía que cualquier palabra solo serviría para darle más armas a su suegra. —Oh, no te preocupes, Sonia —respondió Anna con una sonrisa triunfante—. Brian ya me ha explicado todo esto desde el principio. Su matrimonio con Sofía no ha sido más que un error del cual se arrepiente . Las palabras cayeron sobre Sofía como un balde de agua helada. Levantó la vista hacia Brian y, por primera vez desde su llegada, él la miró. No había calidez en esos ojos, ni rastro de amor. Su mirada estaba vacía, fría… como si no significara nada para él. Ese fue el golpe final. Sin decir una palabra, Sofía dejó los platos sobre la mesa y se alejó, caminando con pasos firmes pero con el corazón hecho pedazos. Cada paso que daba fuera de ese comedor era una huida de la humillación que había sentido . Sofía salió al jardín y se detuvo junto a la piscina. El aire frío de la noche golpeaba su piel, pero el dolor que sentía por dentro era mucho más intenso que cualquier brisa helada. Se llevó las manos al rostro, intentando contener el grito que amenazaba con escapar. Era un grito de humillación, de rabia contra sí misma. —¿Cómo pude ser tan tonta? —susurró, ahogada en lágrimas—. ¿Cómo pude creer que Brian me amaría… si ya me desechó como basura una vez? Las lágrimas caían sin control. Ahora lo entendía todo. Todo ese tiempo, ella no había sido más que una figura incómoda en la vida de Brian, una pieza que podían mover a su conveniencia. Había perdido años valiosos, entregando su corazón a un hombre cruel que nunca la quiso. Sintió una presencia detrás de ella. Se giró, y allí estaba Anna. De inmediato, Sofía se obligó a secar sus lágrimas. No iba a darle el placer de verla rota. Intentó pasar por su lado, pero la voz de aquella mujer la detuvo. —Sofía, espero que después de esto pidas el divorcio y te alejes para siempre de Brian. Como ves, él y yo vamos a tener un hijo. No querrás ser la rompehogares de una familia —dijo Anna con un tono arrogante. Sofía apretó los puños. ¿Rompehogares? La miraba y hablaba como si fuera la esposa legítima, y Sofía, un simple estorbo en sus vidas. Se giró con la cabeza en alto. —Lo haré… pero no porque tu me lo digas . Lo haré cuando Brian me lo pida. En el fondo, por enfermo que fuera, quería que él mismo le diera la cara y le explicara lo que estaba ocurriendo. Después de todo, lo merecía. Anna soltó una carcajada cargada de burla. —Eres demasiado ingenua. Cuando Brian lo diga ?… Si tuvieras un poco de dignidad, cogerías tus maletas y te irías ahora mismo. ¿Es que no tienes dignidad? Puede que seas la esposa legal de Brian . Pero si yo fuera tú ya habría solicitado el divorcio a causa de la vergüenza. — Esto es entre Brian y yo, así que no te metas . Soy su esposa… y tu eres solo su amante. Las palabras fueron como un golpe para Anna, que enrojeció de furia. Sofía le había recordado su verdadero lugar, y aunque Brian la adoraba , no dejaba de ser únicamente su amante. Anna, en lugar de responder, entornó los ojos con una calma calculada. No necesitaba levantar la voz; sabía exactamente cómo hacerla pagar por cada palabra. De pronto, dio un paso atrás y, con un movimiento tan inesperado como preciso, se dejó caer hacia atrás, sumergiéndose en la piscina. El chapoteo resonó como un disparo en el silencio de la noche, y apenas su cabeza emergió, sus gritos desgarraron el aire. —¡Ayuda! —clamó, fingiendo desesperación mientras agitaba los brazos—. ¡Me está intentando matar! Sofía se quedó helada. Por instinto, dio un paso hacia el borde para ayudarla, pero antes de que pudiera hacer algo, Brian apareció corriendo. Con un empujón la apartó, como si fuera basura, y saltó al agua para sacar a Anna. —¿Estás bien? —preguntó, sujetándola con fuerza. Anna, con voz débil y fingida, respondió: —Casi no puedo… respirar… Sofía me empujó , dijo que yo tan solo era tu amante . Ella quería matar a nuestro bebé. Yo solo… quería hablar con ella, pero… me lanzó a la piscina . Las palabras cayeron como cuchillas en el aire. Brian levantó la mirada hacia Sofía, y en sus ojos había un odio puro, tan intenso que parecía capaz de destruirla con una sola mirada. Ella abrió la boca para defenderse, para decir que era mentira, pero la voz se le quebró. Brian se levantó y caminó hacia ella . Sin darle tiempo a reaccionar, le dio una bofetada tan fuerte que la hizo caer al suelo. —¡Cómo te atreves! ¿Qué clase de monstruo intenta matar a un bebé indefenso? —escupió con rabia. Sofía quedó aturdida, con la mejilla ardiendo y la vista nublada. No podía creer que Brian la hubiera golpeado. ¿Acaso para él era tan despreciable? Aun así, intentó hablar, explicarle que todo era una mentira, pero él no le dio tregua. La tomó del brazo con una fuerza brutal y la obligó a levantarse. —¡Basta, me lastimas! —protestó ella, intentando soltarse. Brian no aflojó el agarre. La arrastró fuera de la mansión hasta el jardín delantero, donde la lluvia comenzaba a caer con fuerza. Allí, la obligó a arrodillarse en el suelo, como si fuera un castigo. —Te juro que no lo hice, Brian… Tienes que creerme —suplicó Sofía, con lágrimas que se mezclaban con la lluvia fría. Él se inclinó hacia ella, con el rostro endurecido y la voz helada. —Escúchame bien, Sofía. Si algo le pasa a Anna o a mi hijo… te haré pagar. Ella temblaba, empapada y rota, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor. La lluvia helada le golpeaba el rostro, Sofía mordía su labio y sentía el sabor metálico de la sangre. Esta es la primera, se dijo antes de gritar . Brian, te doy tres oportunidades. Si después de tres veces sigues tratándome así… desapareceré para siempre. Pero él fingió no escucharla y vio cómo Brian se alejaba sin volver la vista atrás .