Sofía se levantó del suelo con dificultad, sintiendo cómo la garganta le ardía por la brutal presión que Brian había ejercido sobre ella. Cada respiración era un recordatorio doloroso de lo que acababa de vivir.
Arrastró sus pasos hasta su habitación, tambaleándose, como si cada movimiento pesara más que el anterior. Al llegar frente al espejo, la imagen que encontró quebró algo dentro de ella. Su reflejo le devolvió el rostro cansado, los ojos enrojecidos por las lágrimas y, sobre todo, el cuello marcado por un rojo intenso donde los dedos de Brian habían quedado grabados como una cruel firma.
—Es un animal… —susurró para sí, sintiendo cómo la rabia y el dolor se mezclaban en su pecho. Sabía que en pocas horas aquellas marcas se tornarían en un moretón oscuro, una evidencia más de la violencia que había soportado.
Lo que más le hería no era el daño físico, sino la certeza de que jamás pensó que Brian se convertiría en ese hombre cruel, capaz de destruirla sin pestañear. El mismo