Sofía se quedó temblando, completamente humillada, con un mareo que le nublaba la visión y un cansancio que se extendía por todo su cuerpo. Cada palabra de Brian parecía grabarse en su mente con fuego, pero intentó ignorarlo, repitiéndose a sí misma que no era más que estrés, pura tensión acumulada.
Sus ojos se clavaron en Brian y, de repente, un recuerdo la golpeó con fuerza, inesperado y doloroso. La imagen de aquella última noche juntos de hace tres años se le presentó como un relámpago: él había llegado borracho, su mirada turbia y su orgullo lastimado. Ella, en un impulso desesperado de acercamiento y de salvar lo que quedaba de su relación, lo había seducido. La noche había sido suya, pero no por amor, sino por miedo a perderlo, por el anhelo de sentirse todavía deseada y por la esperanza de que algo de su matrimonio pudiera rescatarse.
"Esa fue la última vez que lo miré como un esposo… la última vez que pensé que aún podía salvarnos," recordó, y un nudo se formó en su garganta. La mezcla de deseo, culpa y decepción la atravesó como un filo invisible. Cada gesto, cada caricia de esa noche, ahora le parecía un eco amargo, un recordatorio de que había confiado en alguien que no estaba dispuesto a corresponderla de igual manera.
Sacudió la cabeza, intentando alejar ese recuerdo que la hacía sentir débil y expuesta. No… imposible. Es el estrés. Nada más, se dijo, respirando con dificultad y apoyándose contra la pared.
Aun así, el vértigo no cedía. Su cuerpo estaba agotado, su corazón dolía, y la humillación de ese momento presente se mezclaba con la culpa de aquel pasado reciente. Brian, de pie frente a ella, parecía inamovible, imponente y amenazante, como si su presencia pudiera borrar todos sus intentos de mantener la dignidad. Sofía cerró los ojos un instante, intentando recomponerse, consciente de que cualquier decisión que tomara debía salir de su fuerza, no de su miedo ni de su arrepentimiento.
Brian la observaba con una mezcla de rabia y desdén, y su voz cortante se clavó en el aire como un cuchillo.
—¿De verdad crees que eres alguien ahora, Sofía? —dijo Brian avanzando un paso más hacia ella .
—Te burlaste de mí, me humillaste delante de todos, y aún así pretendes hablarme de respeto Brian. ¿Acaso piensas que mereces algo más que tu miserable orgullo herido?
Sofía lo miró, temblando, con el corazón latiendo con fuerza, pero esta vez se obligó a no retroceder. Sus manos temblorosas se cerraron en puños, y su voz, aunque débil al inicio, encontró fuerza:
—No me hables así . No tienes derecho. Tus palabras no me definen, ni tus amenazas, ni tu arrogancia.
Brian soltó una carcajada amarga, caminando lentamente alrededor de la habitación, como si jugara con ella.
—¿No me defines? —repitió, burlón—. Eres la misma mujer que corría tras mis caprichos, que caía rendida ante mi mirada, que… sí, esa misma, la que me sedujo aquella última noche pensando que aún podía salvar nuestro matrimonio. ¡Patético!
Sofía tragó saliva, sintiendo que la humillación la quemaba por dentro, pero algo dentro de ella se encendió. Dio un paso al frente, enfrentando su miedo.
—Sí, fue la última noche que estuve contigo… pero no por ingenuidad, Brian. Fue porque quise creer que aún había algo bueno entre nosotros. Pero ahora sé la verdad: tú no cambiaste, y yo tampoco puedo seguir siendo tu juguete.
El rostro de Brian se ensombreció, y por un instante, el silencio fue tan intenso que parecía que la habitación misma contenía la respiración. Luego, su voz se tornó fría, venenosa:
—Ten cuidado con lo que dices, Sofía. No olvides que puedo arruinarte mucho más que tus sueños. Y recuerda, cualquier intento de escaparte de mí… te arrepentirás.
Sofía lo observó, firme, sin retroceder, aunque un escalofrío recorrió su espalda. Brian la miró un instante más, con ojos llenos de ira y desprecio, y finalmente, con un gesto rápido y definitivo, se dio la vuelta y salió de la habitación.
La puerta se cerró con un golpe seco, dejando a Sofía sola, respirando con dificultad, todavía temblando, pero con un brillo nuevo en los ojos: la rabia contenida y la determinación de no dejarse vencer.
(.....)
Pasaron dos días en los que Sofía no salió ni un instante de su habitación. Se sentía hundida, sin fuerzas, apenas probando bocado. No quería verlo… no quería presenciar cómo él le restregaba en la cara lo mucho que amaba a Anna, ni soportar que le recordara, una y otra vez, que para él ella no significaba nada.
El sonido del teléfono la sacó de su letargo. Al mirar la pantalla y ver el nombre de Maira, su única y mejor amiga, contestó de inmediato.
—Hey, Sofi, te estoy esperando afuera de la mansión. Hoy saldremos a tu restaurante favorito. No tardes y no me hagas esperar mucho. No aceptaré un “no” por respuesta —dijo con su tono firme e inapelable.
Antes de que Sofía pudiera responder, Maira colgó abruptamente.
Sofía suspiró con resignación. Sabía que no tenía escapatoria. Maira era de esas personas que insistían hasta conseguir lo que querían. Sin ánimos, se levantó de la cama, se dio una ducha rápida y se puso un vestido azul cielo, dejando su cabello suelto. Tomó un bolso pequeño y salió de la habitación.
Al bajar las escaleras, sus ojos se posaron en el sofá. Valentina y Anna estaban sentadas allí, rodeadas de ropa de bebé, riendo entre ellas. El nudo en su garganta se apretó, y las lágrimas amenazaron con asomarse.
Valentina, al verla, no perdió la oportunidad de lanzarle una indirecta .
—Vaya, vaya… miren quién decidió salir de su habitación. ¿A dónde vas tan arreglada, Sofía?
Sofía inhaló profundamente, decidida a no darle el gusto. La miró de reojo y continuó caminando, pasando de largo. No pensaba detenerse a jugar su juego.
Pero Valentina no estaba dispuesta a quedarse callada.
—Seguramente vas a reunirte con tus amantes… como has hecho todos estos años. Te haces la santa, pero eres una descarada —espetó con una sonrisa venenosa.
Sofía escuchó cada palabra, pero ni así se detuvo. No era la primera vez que soportaba esas calumnias, y, como siempre, no tenía intención de explicarse ante quien solo buscaba hundirla.
Lo que ella no sabía… era que, desde el segundo piso, Brian había escuchado todo. La observaba salir, con los ojos cargados de ira y los puños cerrados con fuerza, como si en cualquier momento pudiera bajar y detenerla. Sus pasos resonaron contra el piso mientras la veía cruzar la puerta de la mansión.
Y, en su mirada, había una amenaza silenciosa.
Sofía vio el auto de Maira estacionado y subió de inmediato. Su amiga arrancó sin perder tiempo, llevándola hasta un restaurante discreto. Buscaron una mesa apartada, y apenas se sentaron, Maira entrelazó las manos sobre la mesa con expresión expectante.
—Bueno, ya estamos solas. Cuéntamelo todo —exigió con esa firmeza que siempre la caracterizaba.
Sofía tragó saliva. Habló durante unos minutos, descargando lo que había guardado en silencio: la llegada de Brian con Anna, las humillaciones, las palabras crueles.
Maira escuchaba con el ceño fruncido, hasta que de pronto levantó la cabeza, incrédula.
—¿¡Qué!? —su voz resonó en el restaurante, cargada de rabia y sorpresa—. No puedo creerlo, Sofía. ¡Ese desgraciado no tiene límites!
La indignación le encendió el rostro. Golpeó la mesa con la palma de la mano.
—Te juro que si lo tuviera enfrente, le diría todo lo que pienso de él.
Sofía bajó la mirada, con un nudo en la garganta.
—Por favor, Maira, no hagas nada. No quiero que esto empeore.
Maira respiró hondo, intentando contenerse. Le tomó la mano con fuerza, como si quisiera transmitirle su apoyo.
—Está bien. No haré nada… pero escúchame bien: no estás sola. Y no voy a permitir que te siga destruyendo.
Maira guardó silencio. La rabia le hervía por dentro, pero sabía que su amiga tenía razón. Meterse solo complicaría las cosas.
Pero de repente, Maira se sobresaltó.
Oh por Dios .
“¿Ese es Antonio Valtieri?” —Maira bajó la voz—. “Dios mío… ha vuelto. Escuche a mi padre, la otra vez decía que él era el verdadero heredero reconocido por el señor Maximilian. Que Brian entró en la empresa familiar solo porque él lo permitió. Luego, no sé cómo, se fue de repente a Suiza. Escuché que tuvo un gran conflicto con Brian antes de irse .
Sofía suspiro profundo y levantó la mirada… y entonces se encontró con unos intensos ojos verdes que la miraban . Se quedó inmóvil.
Sofía sintió que su corazón se detuvo por un instante al ver a Antonio acercarse. Instintivamente, se puso de pie, como si su cuerpo supiera de antemano que debía mostrar respeto. Su mirada se inclinó levemente en una reverencia casi imperceptible, un gesto automático que surgía del recuerdo de todo lo que él representaba para ella.
Antonio la observó con atención, notando de inmediato la palidez que teñía su rostro y la ligera debilidad en sus movimientos. Sin necesidad de palabras, comprendió que debía actuar con cuidado. —Sofía, parece que necesitas regresar a casa —dijo con voz firme pero serena—. Permíteme llevarte.
Sofía, todavía sonrojada por su sola presencia, apenas alcanzó a mirar a Maira. La amiga, percibiendo la intensidad del momento, solo asintió con discreción, respetando la reacción de Sofía.
Antonio se acercó al auto con un aire de respeto que contrastaba con la arrogancia habitual de Brian. Con cuidado, abrió la puerta y, antes de que Sofía se acomodara, le dirigió una mirada cargada de preocupación. —¿Te encuentras bien? —preguntó, con un tono firme que transmitía seguridad y cuidado a la vez.
Sofía respiró hondo, intentando recomponerse ante la cercanía de Antonio. Su corazón latía con fuerza, y aunque la incomodidad por la palidez y el cansancio aún la invadía, se sintió segura en su presencia. Sin palabras, subió al auto y se acomodó, dejando que Antonio tomara el control de la situación con aquella mezcla de firmeza y respeto que tanto la reconfortaba.
Al llegar el coche se detuvo frente a la mansión. Sofía abrió la puerta con el corazón latiendo desbocado, consciente de lo comprometida que era esa escena. Antonio se quedó inmóvil, observándola con esa mirada que mezclaba preocupación y dureza.
Ella apenas había puesto un pie en el suelo cuando sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Levantó la vista y lo vio.
Brian estaba de pie en la entrada, los brazos cruzados, la furia contenida en sus ojos oscuros.