Esposa por accidente

Esposa por accidenteES

Romance
Última actualización: 2025-12-12
Célia Oliveira   Recién actualizado
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Resumen
Índice

La vida de Maia ya era bastante complicada. Con apenas 22 años, ya había sido abandonada por su compañero, teniendo que cuidar sola de una hija con un problema de salud, trabajar en un empleo que más parecía un infierno y hacerse cargo de muchos gastos por su cuenta.  Pensando que las cosas no podrían empeorar, ella termina sufriendo un accidente y chocando su bicicleta contra un coche de lujo, que pertenece a Théo Campos, un empresario egocéntrico, capaz de hacer cualquier cosa solo para tener todo lo que desea…

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Capítulo 1

1

La lluvia intensa que caía del cielo no impedía que una mujer anduviera por la calle en bicicleta. Incluso completamente empapada, Maia pedaleaba rápidamente. Sabía que estaba retrasada para el trabajo y que eso sería una mala señal, ya que trabajaba en la casa de una familia donde la patrona era extremadamente exigente y descontaba cada centavo por su retraso. Además, decía una serie de tonterías sin tener noción de lo que ella pasaba todos los días.

Maia era una mujer de 22 años que enfrentaba el fin de una relación. Su marido, que al principio fingía amarla mucho, la abandonó un año después de que su hija, Lis, naciera. Él vivía diciendo que, después de que la bebé nació, Maia comenzó a descuidarse y que ya no tenía tiempo para él. También reclamaba que la casa estaba siempre desordenada y que la bebé no dejaba de llorar.

Su marido se fue de casa repentinamente y Maia tuvo que arreglárselas para ganar dinero, pues mantenerse con una niña no era nada fácil. Por no conseguir ayuda de alguien para cuidar de la bebé, comenzó a vender dulces en la calle con la niña en brazos, pero surgieron muchos problemas: cuentas atrasadas, orden de desalojo, el marido que no pagaba la pensión y la enfermedad de la pequeña Lis.

La niña nació con una cardiopatía, que solo fue descubierta después de que cumpliera un año; por lo tanto, necesitaba cuidados especiales. Incluso consiguiendo ayuda financiera del gobierno, Maia tenía muchos gastos.

Cuando Lis cumplió dos años, Maia consiguió una vacante en una guardería de tiempo completo. Entonces consiguió un empleo fijo en la casa de Solange Ferraz, su actual patrona. Una abogada malhumorada que hacía de todo para convertir su día en un infierno. El empleo era una pesadilla, pero como necesitaba el dinero, aguantaba todo en silencio.

Mientras pedaleaba, las lágrimas se mezclaban con las gotas de lluvia. Lloraba recordando que ese día su hija no había despertado sintiéndose bien. Además de enfrentar la lluvia, dejarla en la guardería fue una tortura.

—¡Está retrasada! —Al abrir el portón de la casa de la patrona, ya la escuchó decir.

—Disculpe, señora Solange, es que la lluvia estaba muy fuerte y estaba esperando que pasara un poco para dejar a mi hija en la guardería.

—Cuántas excusas baratas, cada vez que llega tarde me inventa una historia diferente, siempre usando a la niña como excusa. ¿Y qué tiene si su hija se moja un poco?

—La señora sabe que mi hija tiene la inmunidad muy baja, puede enfermarse por cualquier cosita.

—Ella es así porque usted la protege demasiado; deje que la niña cree inmunidad bajo la lluvia, que coma tierra, que corra. Que haga cosas que todo niño hace.

—Ella no puede esforzarse mucho debido al corazón y…

—¡Ay, basta! —La interrumpió—. Por su retraso de hoy, también terminé atrasándome para ir a la manicura; ahora tendré que reagendar otro horario. Sabe que eso será descontado, ¿cierto? —preguntó. —Ahora vaya a hacer su trabajo. Empiece limpiando mi despacho. Hoy está difícil salir de casa debido a la lluvia, por eso trabajaré aquí.

Maia tragó en seco para no responderle a Solange. Si ella pensaba que era malo salir de casa en un carro, no imaginaba cómo sería en bicicleta, aún más con una niña enferma.

Sabía que, con la presencia de aquella mujer en casa, su día sería solo sufrimiento. Aun así, no se dejó abatir, pues necesitaba el dinero para pagar el alquiler y las cuentas que estaban atrasadas.

[…]

A las dos de la tarde, su teléfono sonó. Al ver que era el número de la guardería, su corazón se apretó de inmediato.

—Aló.

—Buenas tardes, Maia, aquí es Benedita, la directora de la guardería. Estoy llamando para avisarle que Lis se sintió mal y tuvimos que llamar a una ambulancia que la llevó al hospital. Una de nuestras auxiliares la está acompañando, pero necesito que vaya inmediatamente para allá, ya que usted es la responsable de la niña.

—¿Qué ocurrió? ¿Por qué fue necesario llamar a la ambulancia? —preguntó preocupada.

—Lis se desmayó después del horario del almuerzo. Intentamos reanimarla, pero no despertaba. Los médicos la atendieron aquí, pero dijeron que debían llevarla.

—Voy inmediatamente, muchas gracias por todo. —Colgó el teléfono.

Dejando todas las cosas que estaba haciendo, golpeó la puerta del despacho de la patrona, desesperada.

—Entre. —Escuchó a la mujer decir del otro lado de la puerta.

—Señora Solange, acaban de llamarme de la guardería y dijeron que mi hija se sintió mal y la llevaron al hospital. Voy para allá ahora, ¿sería posible que la señora me prestara el dinero del taxi? Es que desde aquí hasta el hospital es muy lejos para ir en bicicleta y no tengo el valor del taxi en mi bolso.

—Usted llega tarde y ahora quiere salir fuera del horario. ¡Esto se está volviendo un desorden, Maia! No fue para eso que la contraté. Usted parecía tan dedicada y comprometida con el trabajo y ahora quiere llegar y salir cuando quiere.

—Es una emergencia, señora, mi hija se sintió mal.

—¿Y acaso usted es médica? ¿De qué sirve ir para allá ahora?

—Necesito acompañar a mi hija, ¡ella solo tiene dos años! —dijo alterada, sin creer en lo que acababa de escuchar.

—Ella debe estar siendo acompañada por alguien de la guardería, ya que esa persona no puede dejarla sola. Así que aproveche esa oportunidad para terminar su servicio lo más rápido posible.

—¿Qué tipo de ser humano es usted? —preguntó nerviosa.

—¿Cómo osa cuestionar quién soy? ¡Usted es la equivocada y quiere culparme!

—Mi hija aún es una bebé y la señora quiere que yo la deje allí con cualquier persona, ¿como si no tuviera madre?

—¿Y acaso solo la tiene a usted en el mundo? Llame al padre para que vaya en su lugar y se quede hasta que termine su horario.

—Ya le dije una vez que el padre de Lis no es un padre presente.

—¿Y qué culpa tengo yo de que usted abriera las piernas para cualquiera? ¿Ahora debo responsabilizarme por sus errores? No voy a darle ningún dinero, y puede estar segura de una cosa: si usted sale de aquí antes del horario, ¡puede estar segura de que será despedida! —gritó.

—La señora no tiene derecho de decir esas cosas sobre mí, no sabe mi historia para juzgarme así. No me haga elegir entre el empleo y mi hija, porque ella siempre será mi prioridad. ¡Y si quiere despedirme, hágalo! ¡Me voy!

Maia salió de allí llorando de nerviosa. Tomó su bicicleta y comenzó a pedalear hasta el hospital, que quedaba del otro lado de la ciudad. No sabía en qué condición de salud su hija se encontraba y eso le apretaba el corazón.

Además, sabía que ya no tendría empleo fijo ni tenía certeza de que su patrona pagaría los días trabajados ese mes. El padre de Lis no contestaba el teléfono y tampoco depositaba la pensión hacía más de cinco meses.

Las cosas iban mal.

Mientras atravesaba una avenida grande, no percibió que el semáforo estaba en rojo y terminó pasando directo, siendo alcanzada por un carro que pasaba en ese momento. Su suerte fue ser arrojada lejos de la bicicleta, que fue aplastada por el auto.

El conductor paró el vehículo en el arcén y, desde dentro, salió un hombre alto, de traje, con una cara muy seria, caminando en su dirección.

—¿Qué m****a fue esa? —preguntó el hombre nervioso, con voz estridente.

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