Sofía lo miró fijamente, sintiendo cómo un dolor profundo le atravesaba el pecho. No quería que él la viera así, humillada, tirada en el suelo como si no valiera nada. Alzó la mirada hacia su padre, que permanecía de pie junto a ella, mientras apretaba los puños con tanta fuerza que sus uñas se incrustaron en el mármol, partiéndose en el intento.
—Brian, lamento mucho todo lo que pasó —dijo Maxin, con voz seca—. He traído a Sofía para que te pida perdón.
Brian no contestó de inmediato. Desde lo alto de la escalera, la observaba con una expresión que mezclaba desprecio y burla, como si cada segundo que la miraba fuera un juicio silencioso.
—Me temo que un perdón no será suficiente, Maxin —respondió Sonia con su voz burlesca llenando la sala—. Tu hija ha puesto en vergüenza el nombre de las dos familias. No sé de qué forma la has criado, pero no basta con disculparse. Ella deberá arrodillarse y suplicar perdón.
Sofía recorrió la habitación con la mirada. Nadie salió en su defensa. Solo veía acusaciones en los ojos que la rodeaban: Anna fingiendo una preocupación que no sentía, Valentina con una sonrisa cargada de malicia y Sonia observando con un brillo satisfecho, como quien contempla un espectáculo largamente esperado. En ese instante, comprendió que estaba rodeada de depredadores… y que ella era la presa.
Alzó la cabeza, plantando sus ojos en los de Brian. Su voz salió firme, aunque le temblaban las manos.
—No me disculparé contigo. Jamás lo haré.
Brian soltó un bufido, incrédulo ante su resistencia.
—Desgraciada —escupió Maxin, acercándose a ella. La tomó del cabello y la obligó a mirarlo—. Pídele perdón a Brian. Es lo mínimo que puedes hacer después de habernos convertido a todos en una burla.
—No será necesario, señor Hernández —intervino Brian, con una calma venenosa—. Tomaré este asunto como un malentendido. Sofía solo intentaba llamar mi atención, por eso armó toda esta escena.
Las palabras la golpearon más fuerte que la bofetada de su padre. ¿Llamar su atención? ¿Eso era lo que él creía? Sofía sintió que la rabia le ardía en la sangre. Él había traído a casa a una mujer embarazada, y aun así se atrevía a reducir su dolor y su dignidad a un simple capricho.
—Solo espero que esto no vuelva a ocurrir, Sofía —continuó él con frialdad—. Ya hemos hablado. No quiero más errores de tu parte.
Con las rodillas clavadas en el mármol frío, Sofía miró la espalda de Brian subiendo las escaleras con Anna. Sintió su corazón atravesado por un punzón de hielo. Segunda vez. Ni siquiera la mira, como si realmente fuera basura que se puede tirar.
Ella lo miró en silencio, intentando comprender cómo podía ser tan desvergonzado. Sentía un nudo en la garganta, pero no dejaría que su voz se rompiera delante de él. Con esfuerzo, se incorporó del suelo y lo miró fijamente, con lágrimas brillando en sus ojos.
—Jamás te perdonaré por esto —susurró, para sí misma cada palabra cargada de resentimiento.
Giró sobre sus talones y comenzó a subir las escaleras. Las lágrimas terminaron escapando, resbalando por sus mejillas mientras su corazón latía con fuerza, herido y furioso. Detrás de ella, el silencio era tan pesado que podía sentirlo aplastándola, pero no se detuvo. Cada paso que daba era un intento desesperado por no derrumbarse delante de quienes querían verla rota.
Cuando llegó a su habitación, cerró la puerta con fuerza y apoyó la espalda contra ella, como si así pudiera bloquear todo lo que había afuera. Sus piernas temblaron hasta que no pudieron sostenerla más, y terminó dejándose caer al suelo. Se abrazó las rodillas y enterró la cabeza entre ellas, intentando esconderse del mundo, de él… de todo.
No quería ser lastimada por Brian. Lo había jurado tantas veces en silencio, había deseado con todas sus fuerzas alejarse, pero era inútil.
Cada palabra que él le dirigía era como un cuchillo afilado, clavándose sin piedad en lo más profundo de su alma. No podía soportarlo… y lo peor era saber que no tenía escapatoria. Estaba atrapada, a su merced, en las manos de un hombre que parecía disfrutar viendo cómo se rompía poco a poco.
Se preguntó si algún día podría salir de aquella prisión , si llegaría el momento en que su vida no estuviera definida por él. Pero la respuesta se perdió en el silencio de la habitación, un silencio tan pesado que parecía susurrarle que no… que no habría salida.
Pasaron dos días en los que Sofía no salió ni un instante de su habitación. Se sentía hundida, sin fuerzas, apenas probando bocado. No quería verlo… no quería presenciar cómo él le restregaba en la cara lo mucho que amaba a Anna, ni soportar que le recordara, una y otra vez, que para él ella no significaba nada.
El sonido del teléfono la sacó de su letargo. Al mirar la pantalla y ver el nombre de Maira, su única y mejor amiga, contestó de inmediato.
—Hey, Sofi, te estoy esperando afuera de la mansión. Hoy saldremos a cenar. No tardes y no me hagas esperar mucho. No aceptaré un “no” por respuesta —dijo con su tono firme e inapelable.
Antes de que Sofía pudiera responder, Maira colgó abruptamente.
Sofía suspiró con resignación. Sabía que no tenía escapatoria. Maira era de esas personas que insistían hasta conseguir lo que querían. Sin ánimos, se levantó de la cama, se dio una ducha rápida y se puso un vestido azul cielo, dejando su cabello suelto. Tomó un bolso pequeño y salió de la habitación.
Al bajar las escaleras, sus ojos se posaron en el sofá. Valentina y Anna estaban sentadas allí, rodeadas de ropa de bebé, riendo entre ellas. El nudo en su garganta se apretó, y las lágrimas amenazaron con asomarse.
Valentina, al verla, no perdió la oportunidad de lanzarle una indirecta .
—Vaya, vaya… miren quién decidió salir de su habitación. ¿A dónde vas tan arreglada, Sofía?
Sofía inhaló profundamente, decidida a no darle el gusto. La miró de reojo y continuó caminando, pasando de largo. No pensaba detenerse a jugar su juego.
Pero Valentina no estaba dispuesta a quedarse callada.
—Seguramente vas a reunirte con tus amantes… como has hecho todos estos años. Te haces la santa, pero eres una descarada —espetó con una sonrisa venenosa.
Sofía escuchó cada palabra, pero ni así se detuvo. No era la primera vez que soportaba esas calumnias, y, como siempre, no tenía intención de explicarse ante quien solo buscaba hundirla.
Lo que ella no sabía… era que, desde el segundo piso, Brian había escuchado todo. La observaba salir, con los ojos cargados de ira y los puños cerrados con fuerza, como si en cualquier momento pudiera bajar y detenerla. Sus pasos resonaron contra el piso mientras la veía cruzar la puerta de la mansión.
Y, en su mirada, había una amenaza silenciosa.
Sofía vio el auto de Maira estacionado a un lado de la carretera y caminó hacia él sin pensarlo. Apenas subió, su amiga puso el motor en marcha y condujo directo al restaurante favorito de Sofía, un lugar al que solían ir cuando querían desconectarse del mundo.
Al entrar, buscaron una mesa apartada y se sentaron frente a frente.
—Amiga, ahora que estamos solas, quiero que me cuentes todo —dijo Maira con una sonrisa—. Estoy tan feliz… Brian al fin volvió, como tanto querías. Cuando vi las noticias, pensé en llamarte o ir a visitarte enseguida, pero no quería toparme con Valentina, sabes que no la soporto. Además, no quería arruinar el momento romántico entre Brian y tú, por eso esperé hasta hoy para que me contaras…
Maira hablaba sin parar, con ese entusiasmo que siempre la caracterizaba, mientras Sofía la escuchaba con el corazón apretado. Intuía que su amiga no había visto las últimas noticias… y le dolía tener que ser ella quien se las dijera.
—Maira… basta —interrumpió, bajando la mirada—. Es cierto que Brian volvió, pero lo hizo del brazo de otra mujer. De Anna… y ella está embarazada. Esperan un hijo. Todo este tiempo, él solo me usó como un parche para proteger a la mujer que realmente ama.
Maira abrió los ojos como platos, incrédula.
—Ese infeliz… ¿cómo se atreve?
—Y no solo eso —continuó Sofía, con la voz temblorosa—. Me dejó bien claro que nunca me amó. Que debió deshacerse de mí desde hace tiempo. Que Anna es la mujer a la que ha amado mucho antes de casarse conmigo.
—¡Ese desgraciado! —exclamó Maira, golpeando la mesa—. Juro que voy a ir y lo voy a enfrentar ahora mismo.
—No —Sofía la detuvo, aferrando su mano—. Por favor, no lo hagas. Hazlo por mí. Encontraré la manera de divorciarme de Brian… sin duda la encontraré.
Maira guardó silencio. La rabia le hervía por dentro, pero sabía que su amiga tenía razón. Meterse solo complicaría las cosas.
Pero de repente, Maira se sobresaltó.
Oh por Dios .
“¿Ese es Antonio Valtieri?” —Maira bajó la voz—. “Dios mío… ha vuelto. Escuche a mi padre, la otra vez decía que él era el verdadero heredero reconocido por el señor Maximilian. Que Brian entró en la empresa familiar solo porque él lo permitió. Luego, no sé cómo, se fue de repente a Suiza. Escuché que tuvo un gran conflicto con Brian antes de irse .
Sofía suspiro profundo y levantó la mirada… y entonces se encontró con unos intensos ojos verdes que cruzaron justo por su lado. Se quedó inmóvil. Antonio Valtieri, el hijo mayor de Maximilian y tío de Brian. Había escuchado muchas historias sobre él, pero Jamás imaginó verlo allí, y mucho menos descubrir que el hombre lucía tan joven. Apenas debía ser unos tres años mayor que Brian.
Se quedó inmóvil, recordando que su abuelo , en vida, a veces mencionaba “ Al hijo predilecto del señor Maximilian ”… y ahora comprendía que no se refería a Brian.
Lo observó avanzar con paso firme hacia la salida, rodeado de varios guardaespaldas que apartaban a cualquiera que se interpusiera.
Cuando pasó por la puerta del restaurante, Antonio desvió la mirada hacia los ojos enrojecidos de Sofía, se detuvo un segundo y le susurró a su guardaespaldas: “Averigua el nombre de esa señorita.”
Sofía se obligó a apartar la mirada, aunque su corazón latía con fuerza, como si presintiera que ese encuentro no sería el último.
Cuando Sofía regresó a la mansión, la noche ya estaba avanzada. Se despidió de Maira con un abrazo rápido y cruzó el portón con paso cansado. El silencio reinaba en el lugar, y apenas cerró la puerta, notó que todo estaba sumido en la oscuridad.
Respiró hondo y avanzó hacia las escaleras. Sus tacones resonaban suavemente contra el mármol, pero de pronto escuchó algo más… pasos, firmes y lentos, acercándose hacia ella .
Su corazón dio un vuelco. Giró la cabeza, pero no alcanzó a reaccionar cuando una mano, dura como el acero, se cerró con fuerza alrededor de su muñeca, obligándola a detenerse.
—¿Dónde has estado toda la noche? —la voz grave y fría de Brian le heló la sangre. Sus ojos brillaban con una furia contenida mientras la arrinconaba contra la pared, bloqueándole cualquier escape—. ¿Con cuál de tus amantes andabas, Sofía?.....