Capitulo : Acusaciones

Brian los vio descender juntos del auto. Sus ojos se estrecharon al instante, y sin importarle la presencia de Antonio, se lanzó hacia Sofía con una mezcla de furia y celos.

—¿Dónde estabas, Sofía? —exigió, con la voz cargada de rabia—. ¿Acabas de visitar a tu amante? ¿Acaso eso eres ahora, una cualquiera?

Sofía respiró hondo, intentando mantener la dignidad y preparar una respuesta firme, pero antes de que pudiera articular palabra, Antonio intervino con un tono firme y protector.

—Ella estaba con su amiga —dijo, cruzando los brazos—. La encontré en un restaurante, y no se encontraba bien, así que me aseguré de traerla a casa.

Brian frunció el ceño, el rostro encendido por la furia. Antonio no retrocedió ni un centímetro.

—Mide tus palabras, Brian —advirtió Antonio, con rudeza—.

Brian se quedó parado, la ira y los celos revolviéndose en su interior. Ver a su propio tío defender a Sofía lo hacía sentirse humillado y fuera de control.

Brian apretó los puños, la rabia nublando su juicio. Dio un paso hacia Antonio, con la voz quebrada por los celos y la frustración.

—¡Eso es mentira, tío! —vociferó, el pecho subiendo y bajando con violencia—. Deja de defenderla. Sofía salió con su amante, ¿no lo ves? ¡Ella tiene amantes! Todo este tiempo me ha mentido, mientras se me vendía como una santa.

Giró bruscamente hacia Sofía, los ojos brillando con odio.

—Pero no eres más que una zorra —escupió con crueldad.

Sofía se estremeció, los labios temblándole, pero no bajó la mirada.

—¡Basta, Brian! —intervino Antonio, interponiéndose medio paso delante de ella—. No tienes derecho a hablarle así.

—¿No tengo derecho? —Brian soltó una carcajada amarga, descontrolada—. Soy su esposo, maldita sea. Claro que tengo derecho.

De un movimiento brusco, la tomó por el brazo con tanta fuerza que Sofía soltó un pequeño gemido de dolor.

—¡Suéltala! —tronó Antonio, avanzando con furia.

Sofía intentó liberarse, pero el agarre de Brian era implacable, marcado por la rabia.

—¡No la voy a soltar! —rugió, arrastrándola apenas unos centímetros hacia él—. Esta mujer me ha ridiculizado frente a todos. Y tú, tío, creyendo sus mentiras.

En ese instante, la puerta principal se abrió de golpe. Sonia, Valentina y Anna aparecieron en el umbral, alertadas por los gritos que resonaban en toda la entrada de la mansión.

Pero, lejos de escandalizarse, sus miradas se llenaron de una extraña satisfacción.

—¡Eso es mentira Brian ! —la voz de Sofía se quebró, pero logró imponerse entre los murmullos—. Yo nunca he tenido un amante, jamás le he fallado a mi matrimonio.

El silencio que siguió fue sofocante. Todos la miraban, pero no con compasión, sino con sospecha. Valentina cruzó los brazos, disfrutando de la escena.

—¿Y cómo quieres que te creamos? —dijo con sorna—. Todos sabemos que te escapas de la mansión cada vez que puedes. ¿O acaso pretendes hacernos creer que eres una santa?

Sonia, no tardó en intervenir. Su voz era fría, implacable.

—No me sorprende en lo más mínimo. Desde el principio supe que no eras digna de esta familia. Maximilian se equivocó al imponerte como esposa de mi hijo.

Valentina prodigio tratando de ponerle las cosas difíciles a Sofía .

—Yo… yo traté de advertirte, Brian. —posó su mano sobre el brazo de él—. No quise decir nada, porque pensé que Sofía cambiaría, que al final valoraría lo que tiene… pero mírala. Ni siquiera puede sostenerte la mirada. ¿De verdad vas a arriesgarlo todo por confiar en alguien como ella?

Antonio, que hasta ese momento se había mantenido en silencio, dio un paso al frente, su voz retumbando con autoridad:

—¡Basta ya! —tronó, mirando uno por uno a los presentes—. ¿Cómo se atreven a acusar a una persona sin pruebas?

Sus ojos se clavaron en Brian, duros e implacables.

—¿Y tú, Brian? —espetó—. ¿Acaso dudas de mis palabras? ¡Suelta a Sofía de inmediato!

El aire se tensó aún más. Valentina y Sonia se miraron, sorprendidas, incapaces de ocultar la incomodidad en sus rostros.

Antonio siguió avanzando, cada palabra suya era un látigo.

—Te lo advertí —rugió—. Nadie, absolutamente nadie, tiene derecho a ponerle una mano encima a Sofía. ¡Y menos tú!

Brian lo enfrentó, con el rostro descompuesto por la mezcla de ira y desconcierto.

—Esto no es asunto tuyo, Antonio —espetó, apretando todavía más el brazo de Sofía—. Es mi esposa. Haré con ella lo que considere necesario.

Los ojos de Antonio chispearon, su voz se volvió aún más cortante, casi un rugido animal:

—¿Tu esposa? —repitió con desprecio—. ¡Entonces compórtate como un hombre y no como un cobarde que descarga su frustración golpeando lo que debería proteger!

Sofía, entre sollozos, alzó apenas la mirada. La tensión era tan densa que apenas podía respirar. Sentía el pulso de Brian acelerarse contra su piel, pero también la amenaza que emanaba de Antonio, dispuesto a destruir cualquier barrera que se interpusiera entre él y ella.

Brian continuó agarrando a Sofía sin importarle la imponente presencia de Antonio. Su orgullo herido lo cegaba, y la furia lo volvía sordo a toda advertencia.

Todo aquello era una declaración de poder, como si quisiera demostrar que ni siquiera Antonio podía detenerlo. Sofía sollozaba, forcejeando en vano, mientras las marcas de sus dedos se hundían en la piel delicada de su brazo.

Y en ese instante, Antonio, con los dientes apretados y los ojos fijos en Brian , murmuró con veneno:

—Si no la sueltas … voy a destrozarte, y no habrá quien te salve.

El silencio posterior fue como el filo de una daga suspendida en el aire.

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