Obligada a un matrimonio sin amor, Nehir Karaman se convierte en la esposa del despiadado magnate Mirza Aslan, un hombre cuya mirada negra oculta más secretos de los que ella imagina. En un juego de poder, orgullo y traiciones familiares, Nehir lucha por mantener su fortaleza mientras Mirza, consumido por el remordimiento, descubre que su mayor batalla será ganarse el amor de la mujer que un día condenó. Cuando el hielo se derrite, solo queda el fuego. Y esta vez, Nehir decidirá si las cenizas pueden dar paso a una nueva vida.
Leer másLa mansión Karaman estaba sumida en un silencio tenso, como si cada uno de los muros pudiera sentir la guerra que se libraba dentro. La noche era espesa, sofocante, y el aire llevaba consigo el peso de una decisión irreversible.
En el despacho de Halil Karaman, el patriarca de la familia, se desarrollaba una batalla que marcaría el destino de sus hijas. —No me casaré con él, padre. No puedes obligarme. —La voz de Eylül Karaman era apenas un susurro tembloroso, pero estaba cargada de desesperación. Sus ojos oscuros brillaban con angustia, y su pecho subía y bajaba con un ritmo irregular. Frente a ella, Halil Karaman la observaba con paciencia calculada, sus dedos acariciando el borde de un vaso de whisky con la tranquilidad de un hombre acostumbrado a salirse con la suya. La decisión estaba tomada. Y su hija menor no tenía escapatoria. —Este matrimonio no es un castigo, Eylül. Es una alianza. —Su voz era fría, sin espacio para la discusión. Eylül sintió la presión apretándole el cuello. Mirza Aslan, el hombre con quien su padre quería unirla, era un nombre que provocaba respeto y miedo por igual. Dueño de un imperio, su figura imponente y su mirada negra como la noche lo hacían parecer más una fuerza que un hombre. —Es un monstruo. Halil sonrió, con una calma que solo hizo que la desesperación de Eylül creciera. —Es el hombre más poderoso del país. Y será tu esposo. Un sollozo ahogado escapó de sus labios. No había salida. No había opción. Pero antes de que el destino pudiera sellarse, la puerta del despacho se abrió de golpe, y la presencia de Nehir Karaman irrumpió como un vendaval. Su cabello negro recogido con precisión no restaba poder a la intensidad de su mirada azul, tan fría como la nieve más brutal. Nehir nunca temblaba. Nehir nunca cedía. —Si alguien debe casarse con Mirza Aslan, seré yo padre, no permitiré que cases a mi hermana con ese hombre. La sentencia cayó sobre la habitación como un trueno. Mi hermana Eylül me miró con incredulidad, su rostro empapado en lágrimas, mientras Halil entrecerraba los ojos, evaluando la propuesta de su hija mayor. Su plan estaba saliendo en este momento como el lo deseaba. Silencio. Un instante de suspensión. Encerró la habitación. La voz que rompió la tensión no fue la de Halil, ni la de Eylül. Fue la de Mirza. —Interesante. El hombre que había permanecido en la penumbra, observando la discusión como si fuera una negociación, ahora avanzó un paso. Mirza Aslan, con su postura dominante y su traje negro impecable, dejó que su mirada me recorriera. Sus ojos oscuros eran insondables, imposibles de leer, pero había algo en ellos: una evaluación calculadora, un reconocimiento de la batalla que comenzaba. Las dos mujeres al escuchar la voz, voltearon viendo al hombre, la verdad no esperaban encontrarlo en ese lugar. —¿Estás dispuesta a entregar tu vida por ella? Sin dudas le sostuve la mirada. No titube. No temblé. —No estoy entregando mi vida. Solo estoy tomando el control del destino vacío que le quieren dar a mi hermana, ambos saben que no quieres a nadie, ni a ti mismo Señor Aslan.— respondió Nehir sin apartar la mirada ni un segundo —Estoy salvando a mi hermana de un monstruo como tú. Mirza sonrió, apenas un movimiento imperceptible en el borde de sus labios. —Entonces es un trato, me casaré con tu hija mayor y espero que este patético espectáculo no se vuelva a repetir. — respondió Mirza. No podía creer lo que decía este hombre, sin dudas el no tenia corazón. Mi padre, Halil asintió con satisfacción. Mientras mi hermana Eylül lloró en silencio. Y yo… supe que había sellado mi propia guerra. O más que eso había sellado mi propio destino. —Hermana de verdad lo siento, siento que tengas que hacer esto por mi culpa— la voz baja de Enyül penetro los tímpanos de todos allí presentes. La chica se sentía tan culpable, pero no podía mentir cuando le tenía Miedo a un monstruo como lo era Mirza. Casi parecía el jefe de una banda de mafiosos turcos, ese hombre imponía respeto, era muy poderoso, casi o más que el mismo presidente. Mirza, miraba con burla a la familia Karaman frente a el, eran unos patéticos, el padre en busca de más poder no le importaba sacrificar a sus propias hijas. Y el aunque no tenía la necesidad de un matrimonio por conveniencia sabía que necesitaba estar casado para reclamar todo lo que le pertenece. • ────── ✾ ────── •La llamada había sido breve. Precisa. Como un bisturí que corta la piel sin que sangre de inmediato. —Quiero hablar —dijo Eylül al otro lado del teléfono. Leyla no sonrió. Pero en su interior algo vibró. Una ficha había caído. Y con ella, se comenzaban a mover todas las demás. —Perfecto, hermosa —murmuró con voz melosa—. Te recogeré en media hora. No te preocupes… solo hablaremos. ✾ Cuando el auto se detuvo frente al portón trasero de la universidad, Eylül ya estaba allí. Con una mochila pequeña al hombro, el cabello suelto y la expresión de quien carga una culpa que no pidió pero tampoco sabe dejar. Leyla no descendió del coche. Solo abrió la puerta trasera con un gesto de muñeca. —Sube. No morderé. Aún. Eylül dudó apenas. Pero subió. Y cuando la puerta se cerró tras ella, algo del mundo que conocía pareció hacerlo también. ✾ El viaje fue silencioso los primeros minutos. Rize pasaba en sombras por la ventana: húmeda, gris, espectral. Como si la ciudad también fingiera dormi
Tres días antes del impacto, Eylül Karaman creía haber recuperado cierta normalidad. Los exámenes finales en la universidad, los cafés entre clases y los audios diarios a su hermana mayor componían su burbuja de contención. A veces, incluso sonreía. Fingía que todo estaba en orden, que la boda forzada no había dejado cicatrices, que el monstruo con el que casi fue obligada a casarse ahora no residía en la misma mansión que Nehir. Pero los ojos no mienten. Y cada noche, frente al espejo de su habitación, Eylül encontraba el reflejo de alguien que intentaba sostenerse sobre una estructura rota. —No más lágrimas —se decía—. No más culpa. Nehir la llamaba cada mañana desde el despacho del juzgado. Rutinario. Constante. Firme. —¿Estás durmiendo bien? —Sí, abla. No te preocupes por mí. —Siempre me preocupo. No porque dudo de ti, sino porque sé que eres más frágil de lo que quieres admitir. —Gracias —respondía Eylül con una sonrisa tenue—. Pero tú también deberías cuidar de ti. Estás
El amanecer en Rize era apenas un suspiro entre la lluvia y la niebla. La ciudad se desperezaba con lentitud, aún dormida bajo capas de humedad que parecían no querer disiparse. Desde su habitación en el ala este de la mansión Aslan, Nehir contemplaba la silueta gris del Mar Negro a través del ventanal. No había dormido. Otra noche en blanco. La amenaza, la imagen de Eylül vigilada, y la presencia inquietante de Leyla volvían una y otra vez a su mente como un disco rayado. Apretó la taza de café entre las manos. La cerámica cálida apenas era consuelo ante el nudo constante en su estómago. Frente al espejo, su rostro seguía firme, impasible, pero sus ojos estaban más oscuros. El rojo de labios esta vez no era símbolo de control… era una advertencia. Cuando salió de la habitación, no fue al comedor. No quería soportar otro desayuno de miradas fingidas y comentarios pasivo-agresivos. Caminó directo al salón donde solía recibir a sus contactos del juzgado. Tenía un informante esperándol
La noche cayó sobre Rize como una cortina de terciopelo húmedo. Las nubes se aferraban a la montaña, negándose a disolverse. En la mansión Aslan, ni la brisa lograba colarse. Todo estaba cerrado. A cal y canto. Y sin embargo, el aire era irrespirable. La tensión acumulada tras la visita de Leyla seguía adherida a las paredes, como el olor a incienso viejo en un templo olvidado. Nadie hablaba. Nadie osaba mencionar su nombre. Pero el vacío que había dejado era tan presente como su perfume. Nehir cerró la puerta de su estudio con un portazo controlado. Caminó directo a la ventana, apretando los dedos contra el marco de madera con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron. Sentía que el corazón aún le golpeaba las costillas como si intentara escapar. No por celos. Sino por lo no dicho. Por el silencio de Mirza. Por el abrazo que no entendía. Por ese instante de posesión pública como si pudiera protegerla de algo sin explicarle de qué. Y por esa mujer. Esa sonrisa. Esa frase. “Lo
La mañana amaneció con una llovizna tenue que resbalaba por los vitrales de la mansión Aslan como susurros atrapados. Dentro, las cosas no eran más tranquilas. Al contrario. La tensión entre sus muros era tan sólida como el mármol que pisaban.En la cocina, el aroma a café turco recién hecho no fue suficiente para disolver la electricidad en el ambiente.—¿Otra noche sin dormir, señora Aslan? —preguntó Şirin con cautela, mientras dejaba una bandeja sobre la mesa.—No sabía que había empleados que cronometraban el insomnio —replicó Nehir, hojeando documentos judiciales—. ¿Es parte del nuevo protocolo Aslan?—Oh, no, claro que no, solo que... usted dejó la luz encendida hasta muy tarde.—Una mujer tiene que elegir entre la justicia y el sueño, Şirin. Yo tomé partido hace años.✾En la sala contigua, Mirza escuchaba con atención desde el umbral mientras ajustaba los botones de su camisa. Al entrar, su mirada se posó en la pila de carpetas sobre la mesa y luego en los ojos de su esposa.—
El tercer día en la mansión Aslan comenzó con una sinfonía habitual: pasos delicados de sirvientas, el zumbido bajo de conversaciones al otro lado de los pasillos… y una bruma que convertía los ventanales en espejos empañados por los suspiros del pasado.Nehir abrió los ojos con la misma disciplina de siempre. Se levantó sin suspirar, hizo la cama sin ayuda y caminó hasta el baño con la postura de quien no necesita aplausos. El agua caliente arrastró el letargo nocturno, y con cada gota que tocaba su piel, reforzaba una certeza: no sería el adorno trágico de esta historia. No mientras respirara.Eligió un conjunto burdeos sobrio y elegante. Toga judicial al hombro, cabello recogido en una coleta tensa como su paciencia. El labial rojo, su firma diaria, fue el último toque. Esa boca no besaba—pero sí dictaba sentencias.✾—¿Café turco o veneno destilado? —preguntó Tarık desde el comedor con esa sonrisa de quien aún no ha sido demandado formalmente por acoso pasivo.—¿Tienes suficiente
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