El cielo estaba cubierto de nubes bajas, como si la ciudad entera se hubiera envuelto en una manta de silencio. Zeynep caminaba por el pasillo de la clínica con el ritmo medido de quien lleva demasiadas cosas en la cabeza. Saludó a los voluntarios, revisó el panel de turnos y entró a su despacho sin quitarse el abrigo. En la mesa la esperaba una carpeta con el sello de la fundación europea, una carta de agradecimiento por el informe trimestral y una invitación para participar en una conferencia internacional sobre justicia comunitaria.
—¿Vas a ir? —preguntó Ayla desde la puerta, con una taza de té en la mano.
Zeynep levantó la vista, sorprendida por la pregunta.
—No lo sé —respondió—. Es en Bruselas. Tres días. Tendría que dejar todo en manos del equipo.
Ayla entró y dejó la taza sobre la mesa.
—Y el equipo está listo. No puedes sostenerlo todo tú sola. Además, te haría bien salir, ver otras cosas.
Zeynep asintió, pero no respondió. Había algo en ella que se resistía a soltar el contr