El invierno había comenzado a instalarse en la ciudad con una calma engañosa. Las calles parecían más silenciosas, los mercados menos bulliciosos, y en la mansión Aslan se respiraba un aire de preparación. No era la tensión de los juicios pasados ni la incertidumbre de los primeros días de la clínica; era otra cosa, más profunda: la sensación de que se acercaba un cierre, un desenlace que pondría a prueba todo lo que habían construido.
Nehir se levantó temprano, con el corazón inquieto. Caminó hasta la biblioteca y encontró a Mirza revisando informes. No eran documentos judiciales, sino planes de sostenibilidad para la clínica y propuestas de expansión comunitaria.
—¿Otra vez trabajando antes del amanecer? —preguntó ella, apoyándose en el marco de la puerta.
Mirza levantó la vista y sonrió.
—No es trabajo, es preparación. Siento que estamos entrando en la última etapa de todo esto.
Nehir se acercó y se sentó a su lado.
—¿Última etapa?
—Sí —respondió él—. Hemos sobrevivido a las tormen