Capítulo 4

El siguiente amanecer llegó sin misericordia. Rize seguía envuelta en su eterna niebla, como si la ciudad supiera que allí, en esa mansión, cada palabra era un disparo y cada gesto un campo minado.

Nehir despertó con el zumbido suave de su despertador analógico. Nada de alarmas digitales. Nada que pudiera ser monitoreado por “accidente” desde la oficina de seguridad de Mirza. Se duchó, aplicó su crema facial con movimientos precisos, escogió un traje gris ceniza, y delineó sus labios con su característico rojo de guerra. No era una mujer que usaba maquillaje. Era una mujer que usaba armadura.

Mientras descendía las escaleras, una criada joven —Şirin— intentó hacerle una reverencia innecesaria.

—Señora Aslan... ¿desea té o café esta mañana?

—Una taza de justicia y dos cucharadas de paciencia, si tienes. Si no, café fuerte —contestó Nehir, sin detener el paso.

Şirin parpadeó. Luego sonrió tímida. Primer punto para Nehir.

En el comedor, Mirza ya estaba sentado con el diario extendido frente a él y el mismo aire de emperador aburrido de siempre. Llevaba puesto un conjunto impecable de lino oscuro y miraba las noticias como si fuesen su propio boletín de rendimientos.

—¿Saben qué juez condenó a muerte al ministro corrupto de Adana? —dijo sin levantar la vista.

—La misma que desayuna contigo —respondió Nehir, sentándose—. ¿O acaso pensaste que solo sirvo para posar en la cabecera de tus cenas?

—No. Pensé que también sabías hablar sin presumir.

—Y yo pensé que sabías desayunar sin respirar arrogancia —dijo ella, agarrando la tostada sin mirarlo.

Desde el otro extremo de la mesa, Tarık apareció con una taza de té y una expresión de falsa preocupación.

—¿Amor conyugal o duelo al amanecer? Uno nunca está seguro en esta casa.

—Desayuna, Tarık —murmuraron ambos al unísono, con una sincronía que molestó más de lo que agradó.

En su estudio, Nehir ajustó las carpetas del juzgado. Tenía un juicio clave ese día: un caso de lavado de dinero vinculado a uno de los bancos más antiguos de la región. Mientras revisaba las notas, Zeynep entró sin llamar.

—¿Sabías que Mirza tiene reuniones con los sindicatos textiles a puerta cerrada? Algunos dicen que prepara una huelga pactada para comprar acciones baratas.

—¿Y esto me lo cuentas por qué? —preguntó Nehir sin levantar la vista.

—Porque si alguien va a destruir este lugar por dentro, que al menos lo haga con estilo —sonrió Zeynep y salió dejando un aroma a menta en el aire.

A las 8:15 a. m., Mirza estaba en su oficina, ubicada en el último piso del edificio Aslan Tekstil, con vistas al Mar Negro. Frente a él, su director de operaciones le presentaba un reporte.

—Las exportaciones de Ankara bajaron un 7 %. Las fábricas en Esmirna requieren nuevo equipo.

—Mueve la licitación a través de la empresa subsidiaria. Hazlo parecer accidente ecológico. Nos van a multar igual, al menos saquemos ganancia —ordenó, sin levantar la voz.

—Señor… su esposa está en la portada del Cumhuriyet.

Mirza tomó el periódico. Foto de Nehir, toga negra, labios rojos, el titular: “La jueza que no teme a los intocables”.

Frunció apenas los labios. No por disgusto. Por interés.

—Interesante. Tenemos diferentes formas de imponer respeto. Yo compro el miedo. Ella lo dicta desde el estrado.

Esa noche, de regreso en la mansión, los dos se cruzaron en el vestíbulo al mismo tiempo. Él se quitaba los gemelos dorados. Ella desabrochaba sus tacones con una mano mientras sostenía un expediente con la otra.

—¿Estás coleccionando enemigos o solo firmas sentencias como quien reparte flores? —preguntó Mirza.

—Ambas. A veces las flores son para los funerales —respondió ella—. ¿Y tú? ¿Ya ahorcaste al mercado textil o solo lo estás dejando sin oxígeno lentamente?

—¿Te preocupa?

—No. Solo me gustaría saber cuántas tragedias tenemos previstas por semana. Para ajustar el calendario.

—No me caes bien, Karaman.

—Perfecto. Eso lo hace más soportable.

Mientras ambos subían por las escaleras de mármol en sentidos opuestos, Nehir se detuvo y sin girar la cabeza dijo:

—Por cierto, dile a tu tía Safiye que deje de enviarme sugerencias de modista. No planeo convertirme en estatua de porcelana.

Desde el piso superior, Mirza rió bajo. Un sonido raro, casi humano.

—Y dile tú a tu madre —respondió— que deje de enviar pasteles de lima. A esta casa le sienta mejor el veneno.

Nehir no sabía que su madre le enviaba de sus deliciosos pasteles, sin decir nada puso sus ojos en blanco y termino de subir las escaleras para ir a su habitación, sin dudas tendría una sería conversación con su madre.

Así, en medio de sarcasmos, miradas filosas y un respeto tan venenoso como necesario, transcurrían sus días. Dos imperios, dos trincheras… y un campo de batalla: la mansión Aslan.

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Esto se está poniendo delicioso. 🍷🖤🇹🇷

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