Capítulo 5

El tercer día en la mansión Aslan comenzó con una sinfonía habitual: pasos delicados de sirvientas, el zumbido bajo de conversaciones al otro lado de los pasillos… y una bruma que convertía los ventanales en espejos empañados por los suspiros del pasado.

Nehir abrió los ojos con la misma disciplina de siempre. Se levantó sin suspirar, hizo la cama sin ayuda y caminó hasta el baño con la postura de quien no necesita aplausos. El agua caliente arrastró el letargo nocturno, y con cada gota que tocaba su piel, reforzaba una certeza: no sería el adorno trágico de esta historia. No mientras respirara.

Eligió un conjunto burdeos sobrio y elegante. Toga judicial al hombro, cabello recogido en una coleta tensa como su paciencia. El labial rojo, su firma diaria, fue el último toque. Esa boca no besaba—pero sí dictaba sentencias.

—¿Café turco o veneno destilado? —preguntó Tarık desde el comedor con esa sonrisa de quien aún no ha sido demandado formalmente por acoso pasivo.

—¿Tienes suficiente de ambos como para compartir con tu madre? —respondió Nehir sin perder el paso.

Safiye, sentada al fondo del salón, levantó una ceja tan afilada como sus uñas esmaltadas.

—Buenos días, tía —agregó Nehir, sentándose—. No te vi ahí, entre el perfume y las miradas de juicio.

—Las verdaderas mujeres no necesitan que las vean —replicó Safiye—. Se sienten.

—Y los verdaderos imperios no necesitan matriarcas atrapadas en el siglo pasado, pero aquí estamos —sonrió Nehir, bebiendo un sorbo de café sin dejar de mirarla.

Un leve carraspeo sonó en la entrada.

Mirza.

Observó a su esposa por un instante más de lo necesario. No como hombre fascinado, sino como un estratega confundido. Algo se movía distinto en ella. No era solo una Karaman. No era solo una jueza. Era… incómodamente coherente.

—¿Qué pasa, Aslan? —dijo Nehir al notar la pausa—. ¿Te sorprende que no esté llorando en el ala este como una esposa modelo?

—Solo estoy evaluando la extraña capacidad que tienes para hablar y dejar migas de pólvora en cada frase —respondió él, sirviéndose café.

—Es un talento que adquirí lidiando con egos frágiles en trajes a medida.

Tarık escupió el té.

—Por Ala Nehir, no provoques tanto a mi primo, en realidad no estás preparada para el verdadero Mirza, él no perdona y el no avisa, solo actua— Por un momento sentí un escalofrío por mi espalda, dejé mi mirada fija en Mirza, observé cómo sus ojos y su rostro se tornaban más duros, pero no dijo nada.

Lo vi apretar sus manos y luego como dio la vuelta para salir de casa.

Sin darme cuenta solté el suspiro que no sabía que estaba reteniendo, vi a la familia y sentí que él ambiente cambio de un momento a otro.

A las 9:05 a. m., Nehir estaba en el tribunal. El caso involucraba a un banco local acusado de lavado de dinero a través de subsidios agrícolas. En el estrado, impasible, analizó pruebas con precisión quirúrgica. Su nombre ocupaba titulares. “La jueza Karaman no perdona”.

Mirza lo leyó en su despacho, molesto… pero no por las palabras. Por la fotografía. Ella no solo lucía imponente. Lucía como si no necesitara nada. Como si estuviera hecha para este país, para estos momentos. Y eso lo irritaba, lo confundía... y lo provocaba.

Cemil entró y dejó una carpeta sobre su escritorio.

—Los de Bursa quieren renegociar. Temen que la nueva administración ponga impuestos a las exportaciones.

—Que teman —respondió Mirza—. El miedo es más barato que el respeto.

—Hay algo más —dijo su asistente, abriendo otra carpeta—. La señorita Leyla llegó a Estambul anoche. Preguntó por usted.

El bolígrafo en la mano de Mirza se detuvo. Solo un segundo. Pero fue suficiente.

—No le digas a nadie que volvió —ordenó.

Nadie se podía enterar que había vuelto, y mucho menos su esposa.

Ya entrada la tarde, de regreso en la mansión, Nehir se descalzó en la biblioteca. Zeynep estaba allí, hojeando un libro de política comparada.

—Te vi en las noticias —dijo, sin apartar la vista de la página—. Pareces la versión elegante de una sentencia de muerte.

—¿Eso fue un cumplido?

—De los mejores que recibirás en esta casa.

Nehir sonrió apenas. A veces, las aliadas aparecían en los rincones menos esperados.

La cena fue más silenciosa de lo habitual. Safiye observaba. Tarık intentaba provocar sin éxito. Zeynep leía incluso en la mesa. Y Mirza… Mirza no dejaba de observarla.

Cuando terminaron, la acompañó al pasillo.

—No pareces hecha para obedecer.

—Y tú no pareces hecho para mandar sin estar temblando por dentro.

—¿Por qué estás aquí, Nehir?

—Porque tú no querías a una esposa. Querías una amenaza controlada. Alguien que te incomodara lo suficiente como para sentirte vivo sin que se note. Lo hice para salvar a mi hermana de hombres como tú, que influyen poder y dominio, mi hermana está hecha para que la amen sin condiciones y tú no le darías si no más que sufrimiento.

Él la observó, en silencio.

—¿Y tú qué querías Nehir?— Hizo la pregunta Mirza.

—Un enemigo que no se escondiera detrás de ternura falsa —respondió—. Y déjame decirte, Aslan… has sido eficiente.

Esa noche, mientras él se encerraba en el despacho y ella escribía notas legales en su estudio, algo distinto flotaba en los pasillos de la mansión. Una energía indescifrable. Como si en esa guerra silenciosa, ambos empezaran a aceptar que el fuego que se tiraban… los estaba calentando más de la cuenta.

Y mientras la ciudad dormía, bajo la lluvia y la niebla, una mujer del pasado tomaba una copa en un penthouse de Estambul, observando una foto antigua de Mirza Aslan. Sus labios se curvaron en una sonrisa peligrosa.

—No la va a soportar —susurró.—Mirza volverá hacer mío, cueste lo que me cueste.

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