El lugar era el mismo.
El auditorio antiguo, remodelado solo lo suficiente para ocultar la historia, pero no para borrarla. Las luces eran más modernas, las cámaras más sofisticadas, pero el aire… el aire seguía cargado de secretos.
Valeria lo sintió apenas entró.
Había demasiada expectativa.
Demasiado silencio contenido.
Demasiadas miradas esperando que ella fallara.
Adrian caminaba a su lado.
No la tocaba.
No la miraba.
Pero estaba ahí, sólido como una sombra imposible de sacudir.
—Recuerda —dijo en voz baja—. Tú decides cuándo hablar.
Valeria asintió.
No estaba temblando como la primera vez.
No estaba huyendo.
Esta vez, estaba de pie.
El enemigo ya estaba allí.
Sentado en la tercera fila, relajado, elegante, con esa sonrisa peligrosa de quien cree que ya ganó. Cuando sus ojos se cruzaron con los de Valeria, alzó una ceja, divertido.
—Míralo —susurró Adrian—. Quiere que te quiebres.
—No le voy a dar ese gusto —respondió ella.
El moderador subió al escenario, habló de transparencia,