Mundo ficciónIniciar sesiónNos unimos para hundirlos. Pero entre el odio… nació algo más. Lux y Thiago no tienen nada en común, excepto un enemigo: el matrimonio Mendoza. Ella lo perdió todo cuando su padre fue acusado falsamente de fraude por Alma y Sergio Mendoza, los dueños del imperio farmacéutico más poderoso del país. Él vio morir a su hermana tras consumir un medicamento defectuoso fabricado por la misma empresa. Ahora, ambos tienen una misión: infiltrarse en su mundo. Fingir una historia de amor perfecta. Casarse. Ganarse su confianza. Y destruirlos desde dentro. Lo que no esperaban era que entre el fuego del plan, las noches fingidas y las mentiras compartidas, empezara a crecer algo que ni el odio pudo detener. Esto no era amor. Era estrategia. Hasta que dejaron de fingir.
Leer másLa televisión encendida iluminaba el salón con destellos rojos y blancos, como un faro intermitente en medio de la noche. En la pantalla, el logotipo de Canal 7 Noticias giraba sobre un fondo urgente: ÚLTIMA HORA.
Lux no parpadeaba; no quería perderse ni una palabra, ni una imagen. Aquello no era solo información: era el clímax de meses de paciencia, el momento que había soñado, planeado y esperado con la obstinación de quien sabe que la venganza también puede ser un arte. Quería saborearlo segundo a segundo.A su lado, Thiago permanecía de pie, las manos hundidas en los bolsillos del pantalón y el rostro tan impasible que podría engañar a cualquiera. Pero Lux sabía que, bajo esa calma afilada, él estaba midiendo cada instante. Contaba los segundos, analizaba cada imagen, y, sobre todo, observaba las reacciones que pronto estallarían al otro lado de esa pantalla.
—En unos instantes —anunció la presentadora, con esa voz grave que precede a una catástrofe—, nuestro equipo de investigación, liderado por el periodista Rodrigo Vega, revelará en exclusiva el informe que podría derrumbar a la farmacéutica más poderosa del país: Mendoza Pharma.
La cámara cambió de ángulo con un fundido rápido. El rostro de Rodrigo llenó la pantalla: traje oscuro impecable, corbata perfectamente ajustada y una expresión tan grave que parecía tallada en piedra. Frente a él, un atril repleto de carpetas abiertas como heridas, y detrás, en letras blancas sobre fondo negro, el título:
“Verdad y responsabilidad: lo que la familia Mendoza no quiere que sepas.”Lux sintió un cosquilleo recorrerle la columna. No era nerviosismo; era una oleada de pura anticipación, un vértigo controlado. Había esperado este instante con la paciencia de un depredador. Necesitaba escucharlo. Necesitaba comprobar que cada maniobra, cada riesgo y cada sacrificio habían valido la pena.
Thiago le puso la mano sobre el hombro en señal de apoyo, aunque parecía más bien que él necesitaba sentir el contacto de Lux para no peder el suelo.
—Durante meses —empezó Rodrigo—, nuestro equipo ha investigado irregularidades en el manejo de medicamentos, contratos y registros sanitarios vinculados a Mendoza Pharma, presidida por Sergio y Alma Mendoza. Hemos obtenido pruebas documentales, testimonios de ex empleados y grabaciones exclusivas que demuestran prácticas ilegales, encubrimiento de efectos secundarios y sobornos a funcionarios para evitar demandas y sanciones.
Las imágenes comenzaron a desfilar una tras otra en la pantalla, golpeando con la precisión de un martillo.
Contratos firmados con fechas alteradas. Fotografías granuladas de laboratorios clandestinos, iluminados por luces frías. Videos de reuniones privadas donde la voz de Alma Mendoza, firme y glacial, ordenaba: «Aceleren la salida del producto al mercado, cueste lo que cueste». Y, finalmente, documentos con el sello oficial de la empresa y firmas que, Lux lo sabía demasiado bien, habían costado vidas.Thiago se inclinó hacia ella sin apartar la vista de la pantalla.
—Ya no hay vuelta atrás.Ella tragó saliva. La frase retumbó en su mente como un eco familiar.
Rodrigo continuó desde el atril:
—Entre las pruebas presentadas se incluye el testimonio de familiares de víctimas fallecidas tras consumir el medicamento Medivor, cuya venta fue aprobada a pesar de reportes internos que confirmaban su peligrosidad.En ese instante apareció en pantalla la foto de una joven de cabello castaño y sonrisa tímida. Lux reconoció el rostro al instante. No porque la hubiera visto en persona, sino porque cada vez que Thiago hablaba de ella, su voz se quebraba apenas.
—Su nombre era Camila Beltrán —dijo Rodrigo—. Tenía veintidós años. Murió dos semanas después de iniciar el tratamiento.
Thiago cerró los ojos un instante. Lux deslizó su mano hasta tocar la suya. Él no la apartó.
—Este informe, junto con todas las pruebas recopiladas, ha sido entregado a la Fiscalía General y se hará público en su totalidad en nuestra página web —finalizó Rodrigo—. La justicia tiene la palabra… pero la verdad, desde hoy, ya no podrá ser silenciada.
El silencio que siguió fue más pesado que el estruendo de la noticia.
En la pantalla, los conductores retomaban la transmisión, hablando de “posibles consecuencias” y “reacciones inmediatas”.Thiago apagó el televisor con un clic seco. Lux lo miró.
—¿Contento? —preguntó, aunque sabía que esa palabra no alcanzaba para describir lo que sentía.Él negó con la cabeza.
—Esto no es felicidad, Lux. Es el principio del final.Ella asintió. No hacía falta decirlo: ese día no solo habían abierto las puertas del infierno para los Mendoza… también para ellos.
Lux se volvió hacia la ventana. Desde el piso treinta y dos, la ciudad parecía tranquila, ajena al caos que acababan de desatar. Pero sabía que todo estaba a punto de cambiar.
Cerró los ojos un segundo y, en la oscuridad, regresó la imagen del primer día que vio a Thiago.
El día que, sin saberlo, comenzó este plan.El sol de la mañana caía limpio sobre el pasto perfectamente cortado del Club de Golf Imperial. El sonido seco de las pelotas al golpear los palos se mezclaba con el murmullo de los socios y el zumbido de los carritos eléctricos.Thiago ajustó sus guantes de golf. El movimiento de las manos provocó un leve ardor en la herida del brazo, recuerdo fresco del disparo recibido ayer. No se quejó. Aquella cicatriz era, para él, un recordatorio de por qué estaba ahí: era su oportunidad de estar cara a cara con Sergio Mendoza.—¿Listo? —escuchó la voz de Nicolás, su amigo, el mismo que le había abierto las puertas al club.Nicolás Ramírez era un empresario carismático, dueño de una compañía de importación y distribución farmacéutica que recientemente había cerrado varios tratos con el grupo Mendoza. Su habilidad para moverse entre políticos, médicos y proveedores internacionales lo había convertido en un hombre de confianza dentro del círculo.—Más que listo —respondió Thiago, con una sonrisa
Lux soñó con él esa noche.No había sala, ni heridas, ni planes de venganza: solo un espacio indeterminado, oscuro, iluminado por destellos rojos y dorados, como brasas ardiendo en la penumbra.Thiago estaba ahí, de pie frente a ella, la camisa abierta revelando la venda en su costado. Pero en el sueño, la herida no lo hacía frágil; lo hacía más fuerte, más peligroso, como si cada cicatriz fuese una medalla de guerra.—¿Vas a seguir mirándome así? —preguntó él, con esa media sonrisa que mezclaba desafío y deseo.Lux no respondió. Caminó hacia él despacio, sintiendo el calor del aire vibrar en su piel. Cuando estuvo lo bastante cerca, alargó la mano y rozó con las yemas de los dedos la venda que cubría su torso. Thiago inhaló hondo, sus músculos tensándose bajo su toque.—Dices que confíe en ti —murmuró ella, acercando los labios a su oído—, pero no sé si quiero confiar… o probar qué tanto puedes resistir.Thiago soltó una risa baja, grave, que le erizó la piel. Su mano atrapó la de el
El estruendo del disparo desgarró la noche. Thiago se abalanzó contra Lux y la cubrió con su cuerpo, hundiéndola contra el suelo.—¡Vámonos! —gritó uno de los encapuchados. En segundos, los hombres corrieron hacia una camioneta estacionada a pocos metros y el vehículo arrancó a toda velocidad, perdiéndose en la calle oscura.Thiago, Lux y la joven quedaron paralizados, respirando agitadamente, con la adrenalina aún martillándoles las venas.—¿Estás bien? —preguntó Lux, mirando a Thiago, que seguía encima de ella, protegiéndola.—Sí… sí, estoy bien… —respondió él, aunque la voz le temblaba apenas.—¡Sangre! —exclamó la muchacha, antes de desmayarse de golpe en el suelo.Lux y Thiago se miraron confundidos, hasta que notaron el hilo rojo corriendo por el brazo de él. El disparo lo había alcanzado.—Maldición… —susurró Thiago, apenas dándose cuenta.Sin pensarlo dos veces, Lux rasgó la fina tela de su camisa con un movimiento firme, arrancando la manga y dejando al descubierto el brazo f
-1 semana después-El auto negro se detuvo frente al Club Imperial de la Ciudad de México, un edificio señorial en Polanco, de fachada blanca y columnas imponentes, iluminado con lámparas de hierro que proyectaban destellos dorados sobre la alfombra roja. El murmullo de los invitados se mezclaba con el tintinear de copas y el murmullo de un cuarteto de cuerdas que tocaba en la entrada.Thiago bajó primero, impecable en su smoking negro, la elegancia del corte acentuando la firmeza de sus hombros y la seguridad en su porte. Luego tendió la mano a Lux. Ella descendió con la elegancia calculada que había practicado frente al espejo durante días, envuelta en un vestido de seda color marfil que abrazaba sus curvas y reflejaba la luz de los faroles. Cada paso suyo atraía miradas, susurros, admiración.Los días restantes de la luna de miel habían estado dedicados a planear esta noche. Hablaron de lo que sabían de los Mendoza, repasaron posibles escenarios, ensayaron respuestas y sonrisas. Ta
La mesa estaba servida. Dos copas de vino reposaban bajo la tenue luz de las velas, mientras el murmullo del mar se mezclaba con la música suave de un saxofón a lo lejos. Todo, como siempre, estaba perfectamente planeado. Como aquella cita que Thiago hubiese querido prepararle al amor de su vida. Lux llegó unos minutos tardes, como siempre para desafiar a Thiago y a su obsesión por la perfección y puntualidad. Se puso un vestido negro que abrazaba cada curva como si hubiese sido hecho para ella. Su cabello suelto caía en ondas suaves sobre sus hombros y sus labios rojos parecían un invitación peligrosa. Thiago ya la esperaba. Se encontraba impecable en un traje de lino, hecho a la medida, que destacaba la amplitud de sus hombros y la firmeza de su porte. Lux, a pesar suyo, se sorprendió admitiendo de nuevo que se veía increíblemente guapo, como si cada detalle de él estuviera diseñado para encender miradas.Cuando Thiago se puso de pie al verla, el movimiento r
La suite que Thiago había reservado para pasar la semana de luna de miel era una de las mejores del hotel: amplios ventanales frente al mar, jacuzzi privado en la terraza, dos habitaciones con camas de diseño y detalles de lujo en cada rincón. Sin embargo, Lux no lo notó.Molesta por lo que había pasado en el avión, apenas cruzó la puerta fue directo a encerrarse en una de las habitaciones. Ni siquiera se despidió de Thiago. Se dejó caer sobre la cama, con el vestido todavía puesto, y cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera apartar de su mente la sensación de que todo se le estaba escapando de las manos.Thiago, por su parte, solo comprobó lo que ya sabía: Lux era de carácter complicado y demasiado impulsiva, dos cualidades que podían ser un arma letal o el mayor riesgo para el plan. La dejó ser. No iba a desgastarse intentando domarla esa noche.Se despojó lentamente de sus ropas, dejó el reloj y el celular sobre la mesa de centro y decidió que, si Lux quería guerra, él tendrí
Último capítulo