Mundo de ficçãoIniciar sessãoEl silencio se volvió insoportable.
Podía escuchar mi propia respiración, irregular, demasiado fuerte para una oficina tan elegante. El contrato pesaba en mis manos como si no fuera solo papel, sino una sentencia disfrazada de oportunidad. Adrian Blackwood seguía de espaldas, observando la ciudad desde el ventanal. La lluvia golpeaba el vidrio como un recordatorio cruel de cómo había llegado hasta allí: empapada, desesperada, sin un plan B. Yo tampoco tenía uno ahora. —¿Cuánto…? —mi voz salió ronca— ¿Cuánto paga este contrato? Adrian giró lentamente. Su expresión era impenetrable, calculadora. —Más de lo que ganarías en cinco años en cualquier otro lugar —respondió—. Suficiente para borrar tus deudas. Para respirar sin miedo. Sentí un nudo en el estómago. —¿Y a cambio de qué? —insistí. Él se acercó despacio, con pasos seguros, como un depredador que sabe que su presa no puede huir. Se detuvo frente a mí, tan cerca que pude percibir su aroma limpio, caro… peligroso. —A cambio —dijo— de que entiendas que, desde el momento en que firmes, tu tiempo ya no será solo tuyo. Tragué saliva. —Eso suena… ilegal. Una sonrisa ladeada apareció en sus labios. —Todo lo que hago es legal, Valeria. —Se inclinó un poco—. Lo que no siempre es cómodo… es moral. Mi corazón golpeó con fuerza. —¿Es un contrato de… acompañamiento? —pregunté, sintiéndome absurda solo de decirlo. Adrian alzó una ceja. —No te contraté para adornar cenas —respondió con frialdad—. Pero tampoco para un puesto común. Serás mi asistente personal. Parpadeé. —¿Asistente? —Disponibilidad total. Viajes. Reuniones privadas. Acceso a información sensible. —Sus ojos grises se oscurecieron—. Y silencio absoluto. Algo en su tono me hizo entender que no estaba diciendo todo. —¿Por qué yo? —pregunté—. Hay miles de personas más calificadas. Adrian me sostuvo la mirada durante un largo instante. Demasiado largo. —Porque no tienes nada que perder —dijo finalmente—. Y porque sé reconocer el hambre cuando la veo. La palabra me hirió más de lo que quise admitir. —Eso no es justo —murmuré. —La justicia es un lujo —replicó—. Y tú no estás en posición de exigirlo. Sentí la vergüenza arderme en el pecho, pero también algo más… rabia. —No soy una cosa —dije, levantando un poco la voz—. No puede hablarme como si yo… —Como si fueras prescindible —me interrumpió—. Lo eres. Todos lo somos. Incluido yo. Sus palabras me descolocaron. Por primera vez, vi algo distinto en él. No debilidad, pero sí una sombra. Algo que no encajaba con la imagen perfecta del CEO implacable. —Entonces —continuó— la pregunta no es si te gusta mi propuesta. Es si estás dispuesta a aceptarla. Miré el contrato otra vez. Había una cláusula marcada en rojo. Exclusividad. —¿Qué significa exactamente esto? —pregunté. Adrian tomó el papel, señaló la línea con su dedo. —Mientras dure el contrato, no podrás trabajar para nadie más. Ni aceptar otros ingresos. —Alzó la mirada—. Yo seré tu única prioridad profesional. —¿Y mi vida personal? Una pausa. Demasiado larga. —No interferirá… siempre que no interfiera conmigo. El escalofrío regresó. —¿Cuánto dura? —pregunté. —Eso lo decidiré yo. Mi pulso se disparó. —Eso no es normal. —Nada de lo que vale la pena lo es —respondió. Di un paso atrás. —Esto es una locura. —No —dijo con calma—. Es una transacción. Mis ojos se llenaron de lágrimas que me negué a dejar caer. —¿Y si me arrepiento? Adrian se enderezó, serio. —Entonces aprenderás una lección costosa. —¿Qué tipo de lección? —Que no todo se puede deshacer. El aire parecía faltarme. —Necesito pensarlo —dije. Él negó lentamente. —No tienes tiempo. —¿Por qué tanta prisa? Sus ojos se clavaron en los míos con intensidad. —Porque alguien más quiere ese puesto —respondió—. Y no suelo repetir ofertas. Sentí el vértigo de estar al borde de un precipicio. —Si firmo… —susurré— ¿qué espera de mí hoy? Adrian tomó su reloj, lo miró. —Hoy solo firmarás —dijo—. Mañana empezarás a descubrir en qué te has metido. Eso no me tranquilizó en absoluto. Miré la pluma sobre el escritorio. Pensé en mi familia. En las promesas que hice. En el miedo constante de perderlo todo. Pensé también en sus ojos grises. En la forma en que me observaba como si ya me perteneciera… incluso antes de firmar. —¿Puedo leerlo una vez más? —pedí. —Por supuesto —respondió—. Las jaulas más efectivas son las que se aceptan con los ojos abiertos. Esa frase me heló la sangre. Leí cada línea con atención. Palabras elegantes ocultando compromisos vagos. Poder absoluto disfrazado de oportunidad. Y aun así… Sabía que iba a firmar. Porque la desesperación es una voz muy persuasiva. Tomé la pluma. Mi mano temblaba. —Una última pregunta —dije antes de hacerlo—. ¿Por qué hace esto? Adrian se inclinó hacia mí, apoyando ambas manos en el escritorio, encerrándome sin tocarme. —Porque me aburro —susurró—. Y tú… no lo eres. Firmé. El sonido de la pluma sobre el papel resonó en la oficina como un disparo. Adrian tomó el contrato, lo guardó en una carpeta negra y sonrió. No una sonrisa amable. Una sonrisa de victoria. —Bienvenida a Blackwood Corporation, Valeria —dijo—. Desde hoy… trabajas para mí. Un asistente entró a la oficina sin tocar. —Señor, ya está todo listo —informó. —Perfecto —respondió Adrian—. Llévenla al departamento temporal. Parpadeé. —¿Departamento? —No vivirás donde vivías antes —dijo con naturalidad—. Quiero tenerte cerca. —¿Eso estaba en el contrato? —En letra pequeña —respondió—. Página nueve. No recordaba haber visto eso. Mi corazón comenzó a latir desbocado. —No dijimos nada de mudarme hoy. —Lo sé —respondió—. Por eso no te lo pregunté. Quise protestar, pero dos cosas me detuvieron: El contrato ya firmado. Y la certeza de que oponerse ahora no cambiaría nada. —Tranquila —añadió, observándome—. Solo es el principio. Mientras salía de la oficina escoltada por un desconocido, comprendí algo con una claridad brutal: No había aceptado un trabajo. Había entrado en un juego. Y Adrian Blackwood siempre ganaba. Pero lo que no sabía —y lo descubriría demasiado tarde— era que ese contrato escondía una cláusula final… una que no había leído. Y que, a partir de esa noche, mi vida dejaría de pertenecerme por completo.






