Lionetta se casó con Angelo estando perdidamente enamorada de él. Lo había amado en silencio durante años, y cuando él por fin correspondió sus sentimientos, creyó estar viviendo un sueño. Al principio, su matrimonio parecía perfecto, pero con el tiempo comenzaron a distanciarse. A pesar de los esfuerzos de Lionetta por salvar la relación, nada parecía mejorar. Justo cuando está a punto de rendirse, Angelo sufre un accidente. Angelo ha perdido los recuerdos de varios años de su vida, y la realidad en la que despierta le resulta extraña. Tiene una esposa con la que no recuerda haberse casado, aunque no le cuesta entender por qué lo hizo. Siempre consideró a Lionetta una mujer hermosa e inteligente. ¿Podrán recordar juntos lo que los unió por primera vez? ¿O las heridas no sanadas y la falta de comunicación terminarán por borrar el amor que alguna vez los unió?
Leer másLionetta levantó el celular una vez más, revisó la pantalla en silencio y lo dejó sobre la mesa con un suspiro resignado. Era evidente que Angelo no llegaría a tiempo para la cena.
Comenzó a comer antes de que la comida se enfriara, pero al poco tiempo empujó el plato a un lado, sin apetito. Se levantó sin prisa y se dirigió a su habitación. Estaba agotada. La sesión de fotos de esa mañana la había dejado sin energía, pero la emoción por aquella cena le había dado fuerzas durante el día. Fuerzas que se habían terminado por desvanecerse al darse cuenta que Angelo le había fallado otra vez.
Su esposo llevaba semanas demasiado ocupado. Al principio, Lionetta intentó ser comprensiva. Entendía que el trabajo podía absorberlo, dirigir una de las empresas de seguridad más famosas del país no era nada fácil. Pero conforme las situaciones se repetían —cenas canceladas, noches interminables en la oficina, fines de semana en los que apenas cruzaban palabras—, ya no se sentía tan comprensiva.
Lionetta le había pedido que cenaran juntos esa noche, una especie de cita romántica, y Angelo había prometido llegar a tiempo. Le creyó. O al menos quiso creerle. Y, sin embargo, una vez más, él había fallado a su palabra.
Lo que más odiaba de todo aquello era que, en el fondo, lo había estado esperando. Una parte de ella ya sabía que él no llegaría.
¿En qué momento había perdido la confianza en su esposo?
En su habitación, se dirigió directo al vestidor lista para cambiarse. Al ver su reflejo en el espejo, dejó escapar una risa seca, casi burlona. Se había arreglado con esmero, tardándose su tiempo para impresionar a Angelo, pero no había tenido ningún sentido.
Sintió una punzada en el pecho. Una grieta más en un corazón que ya venía herido.
¿Hasta cuándo iba a seguir así?
Intentaba ser comprensiva con Angelo, pero dolía cada vez que él la decepcionaba. Dolía ver cómo, con cada día que pasaba, él parecía menos interesado en ella.
La única parte de su relación donde aún parecía haber cercanía era en la cama. Pero ella necesitaba más. No quería sentirse como una esposa decorativa, esa a la que se buscaba solo cuando él necesitaba desahogarse.
Llevó la mano hasta el collar que adornaba su cuello y sonrió, apenas, mientras sentía cómo la vista se le nublaba. Había sido un regalo de Angelo en uno de los viajes que habían tenido juntos. Con delicadeza, desabrochó la joya y la guardó en su estuche. Luego se desvistió en silencio y se puso la ropa de dormir. Sus movimientos eran lentos como si apenas le quedaran fuerzas para moverse.
Regresó a la habitación y se sentó en el borde de la cama, mientras los recuerdos comenzaron a mezclarse unos con otros en su mente. Risas compartidas, promesas susurradas al oído, conversaciones hasta tarde.
No sabía con certeza en qué momento había comenzado la distancia entre ellos. Tal vez hacía medio año. Al principio pensó que solo era una etapa, una mala racha provocada por el estrés, por las exigencias de la rutina. Su trabajo como modelo también era demandante, y a veces viajaba demasiado.
Quizá no todo había sido culpa de Angelo. Lo reconocía. Ella también cometió errores. Pero aun así, había tratado de enmendarlo. Estaba haciendo un esfuerzo por mejorar las cosas.
Y Angelo simplemente parecía no notarlo. Ni siquiera estaba segura de si él se daba cuenta que su relación no era la misma de antes.
Se limpió las mejillas con la palma de la mano, justo cuando escuchó el motor de un auto acercarse. Minutos después, la puerta se abrió y Angelo entró.
Su corazón dio un brinco al verlo. A pesar de todo, no había dejado de amarlo ni un poco. Lo observó en silencio. Se veía tan atractivo como siempre. El traje le daba una apariencia seria y formal que siempre le había resultado magnética.
—Lamento llegar tarde —dijo él.
Lionetta no respondió de inmediato. Por un instante se sintió tentada a ponerse de pie, acercarse a él, ayudarle a quitarse el saco y la corbata, luego llevarlo a la cama y frotarle los hombros para aliviar la tensión que se acumulaba en ellos. Pero no lo hizo.
No era la primera vez que quería acercarse a él, pero se contenía a sí misma. Antes de salir con Angelo no había sido una persona abiertamente expresiva, pero había cambiado al comenzar su relación con él. Sin embargo, ya no se sentía con la misma libertad. Se preguntó cuándo había empezado a contenerse con él.
—Tenía una reunión que se prolongó demasiado —dijo Angelo, rompiendo el silencio. Sabía que había metido la pata cuando entró al comedor, guiado por los sonidos, y encontró a la cocinera recogiendo los restos de lo que prometía ser una velada romántica.
Había soltado una maldición al recordar que debía cenar con su esposa y había corrido al segundo piso en busca de ella.
—Supongo que ya no importa —respondió Lionetta.
—Por supuesto que importa. Debería haber estado aquí.
Lionetta sostuvo la mirada unos segundos antes de hablar:
—Así es, pero otra vez no estuviste. Tal vez deberíamos darnos un tiempo —dijo con una calma que incluso a ella le sorprendió. Por dentro, sin embargo, la historia era otra. La sola idea de separarse de él le oprimía el pecho y le impedía respirar con normalidad.
Las palabras quedaron suspendidas entre ellos. Angelo no respondió de inmediato. Incapaz de creer lo que acababa de oír.
—Lo nuestro ya no está funcionando —agregó ella.
—Mi pequeña leona… —dijo él, dando un paso hacia adelante.
Ella retrocedió de inmediato. Sabía que, si él la tocaba, su determinación se desmoronaría y terminaría rindiéndose. Y entonces todo seguiría igual.
Angelo le estaba haciendo daño, cuando alguna vez le prometió que jamás lo haría.
El apodo que solía sacarle una sonrisa, en ese momento solo le causaba más dolor, porque traía consigo el recuerdo de una etapa que sentía lejana.
—Tú también necesitas pensar en lo que realmente es importante —continuó ella, con la voz más firme.
—Tú eres importante.
Lionetta esbozó una sonrisa carente de humor.
—No lo parece. No puedes negar que nuestro matrimonio ha cambiado y si no te has dado cuenta es porque te importa aún menos de lo que creo. Esta noche era mi último intento para que pudiéramos hablar, para ver si todavía quedaba algo que salvar… pero me fallaste. —Lionetta suspiró, agotada—. Esta noche dormiré en la habitación de invitados. Mañana me iré a casa de mis padres.
No estaba segura de si quería hablarles a sus padres sobre los problemas que estaba atravesando su matrimonio.
Dio un paso hacia la puerta, luchando por no quebrarse allí. Pero Angelo no la dejó marcharse, él la tomó de la muñeca cuando pasaba junto a su lado.
—Quédate, por favor —pidió él. Incluso en lo que parecía una súplica, su voz seguía sonando controlada.
Siempre había amado esa faceta suya. Su calma inquebrantable, incluso en los peores momentos. Sentía que podía apoyarse en él y encontrar fortaleza cuando la suya flaqueaba.
Pero ahora lo detestaba por eso. Odiaba que no estuviera enloqueciendo como ella.
—Sabes que te amo.
Lionetta lo miró. Se maldijo por hacerlo, porque bastó una mirada para que su determinación temblara. Estuvo a punto de ceder.
—La verdad es que ya no lo sé —dijo, tragando el nudo en su garganta.
Se soltó de su agarre con un tirón firme y salió sin decir más.
Apenas se recostó en la cama de la habitación de invitados, sintió cómo las lágrimas comenzaban a brotar. Los sollozos no tardaron en sacudir su cuerpo.
Después de más de diez horas viajando, se sentía demasiado bien respirar aire fresco y estirar las piernas. Lionetta salió a la terraza de la cabaña y se quedó sin aliento.El aire estaba impregnado de sal, flores tropicales y libertad. Frente a ella, el mar se extendía en un azul infinito, perdiéndose más allá del horizonte. A lo lejos, otra isla recortaba su silueta sobre el cielo claro. Era imposible no sentirse pequeña y a la vez completamente viva en un lugar así. Un paraíso en la tierra.Detrás de ella, escuchó la voz de Angelo despidiéndose del hombre que los había acompañado desde el helipuerto. Un instante después, su esposo la rodeó por la cintura y apoyó el mentón en su hombro.—Había olvidado lo hermoso que era este lugar —murmuró Lionetta, aún sin poder apartar la mirada del paisaje.Cuando se casó con Angelo, él se había encargado de preparar cada detalle de la luna de miel y la había llevado justo allí. Ahora, años después, habían vuelto a ese rincón escondido del mundo
Angelo se detuvo en el umbral de la puerta que daba acceso a la azotea de uno de los edificios más altos de la ciudad. Desde allí, observó embelesado a su esposa mientras posaba para las cámaras. Lionetta se había reincorporado formalmente hacía un poco más de un mes, aunque había reducido considerablemente el ritmo. Como siempre, lucía espectacular. Se movía con una gracia sensual, casi como si danzara entre los flashes.Por un momento, Angelo consideró pedirle a Nerea que se encargara de hacer desaparecer todas esas fotos antes de que fueran publicadas. Pero enseguida sacudió la cabeza. Eso solo significaría que alguien llamaría a Lionetta para repetir la sesión y pasarían aún más tiempo separados.Le encantaba verla disfrutar de su trabajo. Era brillante, talentosa, magnética. Pero todavía no le gustaba compartirla con nadie.Después de que su esposa apareció en la portada de una de las revistas más conocidas del país unas semanas atrás, no pudo evitar pensar en todos los idiotas q
Angelo entró en la habitación donde Tazio estaba retenido desde hace algunos días. No era legal tenerlo allí, pero tampoco sería la primera vez que trabajaban por debajo de la ley. Solo tenían que asegurarse de que nadie lo descubriera.Tazio estaba sentado en la única cama del cuarto, pero se puso de pie de un salto al verlo entrar. Su rostro estaba magullado —aun no era capaz de abrir uno de sus ojos por completo—, testimonio de los golpes que el padre de Angelo le había dado unos días atrás.—Tengo algunas preguntas para ti —dijo Angelo, dejando las muletas a un lado. No iba a dejar que ese imbécil lo viera en silla de ruedas. Caminó cojeando hasta la única silla del lugar y se sentó en ella—. Puedes elegir no responderlas, pero será mucho peor para ti.—¿Crees que te tengo miedo? —replicó Tazio con una calma forzada y una sonrisa arrogante.—Supongo que no —dijo Angelo, encogiéndose de hombros—. Pero harías bien en tenerlo.Angelo ya se había dado cuenta de que no tenía delante a
—¿Debería asustarme? —preguntó Lionetta con una sonrisa nerviosa.—No lo sé —respondió Angelo, haciendo una pausa antes de continuar—. Hay otra razón por la que me fui alejando, por la que cada vez estaba más distante. Desde que comenzamos a salir, mis sentimientos por ti empezaron a sobrepasarme. No podía pensar en nada más que en ti. Odiaba tener que compartir tu atención con otros. Hubo momentos en los que… —soltó una breve risa sin humor, bajando la mirada—, momentos en los que pensaba que podría encerrarte aquí, darte todo lo necesario para hacerte tan feliz que nunca siquiera consideraras dejarme.Angelo, se detuvo, y con delicadeza acarició la mejilla de Lionetta. Esta vez quería ser completamente sincero con ella. Nada de ocultarle sus sentimientos.—Creí que, al ponerte un anillo en el dedo, todo se calmaría. Pero se hizo mucho peor. Al fin eras completamente mía y yo tuyo. Nunca antes había sentido nada tan profundo y no sabía cómo manejarlo. Cuanto más fuerte se hacía lo qu
—Abre —ordenó Angelo.Lionetta sonrió antes de obedecer. Él no le había permitido siquiera tocar el tenedor; él mismo la había alimentado durante todo el desayuno. Era imposible no encontrarlo demasiado tierno.—Creo que ya he comido demasiado —comentó después de tragar.Aún no habían hablado del pasado, y Lionetta no tenía prisa. Estaba disfrutando demasiado de tener toda la atención de Angelo y de la calma que se había instalado entre ellos como para arriesgarse a romper ese momento con preguntas cuyas respuestas podían esperar.Por ahora, le bastaba con saber que él había recuperado la memoria. Que había recuperado a su esposo por completo.No le importaba lo que descubriera o lo que él tuviera que decirle. No pensaba alejarse de su lado.—¿Cómo está tu pierna? —preguntó, después de beber un poco de agua.—Bastante mejor de lo que esperaba.—No te olvides de tomar tu medicación.Él se inclinó y le dio un beso en la mejilla.—No lo haré.Lionetta había perdido la cuenta de cuántos
PasadoAngelo se recostó en el sillón de su oficina, con la última fotografía entre las manos. Una más para la inquietante colección que había recibido en los últimos meses, y que comenzaba a ponerle los nervios de punta.Había intentado rastrear al remitente sin éxito. Quienquiera que fuera, sabía cómo cubrir sus huellas. Usaba buzones públicos, elegía fechas aleatorias y, según los sellos postales, las enviaba desde distintos puntos de la ciudad. No había logrado identificar un patrón. Ningún hilo del que tirar hasta dar con el responsable.Hasta el momento no había involucrado a nadie más. Ni siquiera a Nerea. No porque dudara de su capacidad. Sabía que, si alguien podía encontrar una pista que los llevara al responsable, era su prima, aunque en este caso dudaba que lograra algo, porque ni siquiera sabían qué o a quién estaban buscando exactamente. La verdadera razón era que no quería mostrarle esas fotos ni a ella ni a nadie.Lionetta tampoco sabía nada de esas fotografías. Y él p
Último capítulo