En una sola noche, Elena Montalvo pasó de ser la querida princesita de la casa a una simple sirvienta. Tres meses después de la muerte de su madre, su padre se volvió a casar, trayendo consigo una nueva esposa y hermana, apenas un mes mayor que ella. Lo que antes era una vida de comodidad y amor, rápidamente se convirtió en una pesadilla. Su madrastra, con una fachada de dulzura, aisló a Elena de la sociedad, permitiendo que otros la despreciaran. Peor aún, su hermanastra, envidiosa del talento musical de Elena, intentó destruir lo que más amaba: sus manos. Aunque Elena entregó su corazón con la esperanza de ser recompensada, solo encontró decepción y traición. Sin embargo, esta vez, ha decidido resistir. Está decidida a encontrar una salida, sin importar lo que cueste. Cuando la empresa familiar enfrenta la quiebra, su padre recibe una oferta aterradora: el poderoso italiano despiadado Giovanni Romagnoli quiere una nueva esposa. Con rumores que dicen que él fue responsable de la muerte de sus tres anteriores esposas, Verónica se niega a sacrificar a su única hija. —¿Qué debemos hacer? —La empresa está al borde de la quiebra, Verónica, y el Sr. Romagnoli quiere una nueva esposa... —No, no dejaré que mi hija se case con ese hombre. —La voz de Verónica se alzó, llena de rabia—. Ese diablo ya mató a tres esposas. ¡No sacrificaré a nuestra hija! Elena deberá enfrentarse a las sombras de su hogar y al hombre que podría ser su salvación... o su destrucción.
Ler maisCinco años atrás.
El eco de los pasos resonaba en el largo pasillo de mármol de la mansión Montalvo. Cada zancada de Marcelo Montalvo se sentía pesada, cargada de la incertidumbre y el peso del luto reciente que los rodeaba en ese entorno. Habían pasado menos de tres meses desde la muerte de su esposa, y la casa aún olía a las flores marchitas del funeral. En ese momento, Elena se encontraba sentada en la sala de música, sus dedos acariciando las teclas del piano que su madre le había dejado como herencia. Las notas melancólicas de una sonata de Chopin flotaban en el aire, como un lamento por la ausencia de la mujer que había sido el pilar de su vida. —Elena —la voz grave de su padre rompió el hechizo. Ella levantó la mirada, sus ojos verdes todavía reflejaban esa profundidad de tristeza—. Tengo que hablar contigo de algo muy importante. Ella asintió, dejando que las notas se disiparan en el silencio. Se levantó del banco y caminó hacia él, notando las arrugas de preocupación en su frente. —Papá, ¿qué sucede? —preguntó con confusión, aunque una parte de ella intuía que la respuesta no sería buena. Desde la muerte de su madre, su padre había estado actuando de manera extraña, y los rumores en la casa eran imposibles de ignorar. Marcelo la miró, sus ojos oscuros llenos de culpa, pero también de algo más que lo animó a continuar. —Voy a casarme con Verónica. En ese instante, Elena sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. —¿Verónica? —En la mente de Elena apareció la imagen de una mujer—. ¿La misma que estuvo presente en el funeral de mamá? —Sí, ella misma —respondió Marcelo con un suspiro—. Verónica y yo... hemos estado juntos desde... —guardó silencio antes de revelar el secreto que había ocultado por varios años—. Ella me ha apoyado mucho ahora que las cosas se ha puesto difícil. —¿Desde cuándo? —inquirió, mientras se mordía el labio para contener las lágrimas. Su mente estaba imaginando lo peor—. ¿Fue después de la muerte de mamá o la engañaste con esa mujer? —No es así como fueron las cosas, Elena —dijo Marcelo, pero después añadió—. Nunca lo entenderías, aunque te lo explique. Tu madre estaba enferma desde hace tiempo, y Verónica... ella fue un consuelo para mí. Sintió un nudo en la garganta. La había engañado, aunque no lo había afirmado con sus propias palabras; sin embargo, para Elena ya no había ninguna duda sobre ello. —No puedo creer lo que estoy oyendo. Le fuiste infiel a mi madre cuando ella estaba sufriendo y luchando por sobrevivir. Y ahora simplemente te vas a atrever a traer a tu amante a esta casa. Mi madre no tiene ni siquiera tres meses de muerta, y ya quieres meter a una desconocida y pasarla como tu esposa. —Verónica no es una desconocida —replicó su padre—. Te he dicho que llevo conociéndola por años, sé todo de ella. Incluso tiene una hija, se llama Camila, es un año mayor que tú. Tendrás una hermana, como lo deseabas e intentaremos ser una familia muy feliz. Cerró los ojos, tratando de contener la tormenta de emociones que la embargaba por dentro mientras escuchaba las palabras absurdas de su padre. —Esto que harás, papá, es una traición. No solo a mamá, sino también a mí. Y nunca te voy a perdonar por este daño. [***] Los días que siguieron fueron un borrón de preparativos para una boda que Elena no deseaba presenciar. Trataba de ignorar todo a su alrededor, y se refugiaba en la música de su piano. Era la forma de mantener viva la memoria de su madre y encontrar un respiro en medio del caos en que su vida se había convertido. El día de la boda llegó con un sol brillante que contrastaba con la oscuridad en el corazón de Elena. La ceremonia se celebró en el gran salón de la mansión, adornado con flores blancas y cintas de seda. Elena observó en silencio mientras su padre intercambiaba votos con Verónica, sintiendo que cada palabra pronunciada era una puñalada más en su corazón. —Te prometo fielmente hacerte feliz, cuidar de ti en todo momento y en la enfermedad, hasta la muerte, en la riqueza y en la pobreza —pronunció Marcelo Montalvo, mirando a Verónica con una devoción que Elena no podía entender y tampoco soportaba ver cuánto amaba a esa mujer y ya no a su difunta madre. Cuando la ceremonia terminó, y los invitados aplaudieron, Elena salió al jardín, buscando un momento de soledad. Las lágrimas que había contenido durante todo el evento finalmente brotaron, y se dejó caer en un banco, sollozando silenciosamente alejada del bullicio. —Elena —una voz suave la llamó. Era Camila, su hermanastra, con su expresión de preocupación. Se acercó a ella y se sentó a su lado—. ¿Te encuentras bien? Elena levantó la cabeza, secándose las lágrimas rápidamente. —Sí —respondió con un tono cortante. No la conocía, esa joven era una desconocida para Elena, pero no fue por eso que le habló de esa manera. En realidad, no quería hablar con nadie, deseaba estar sola en ese momento. —Sabes, ahora somos hermanas —soltó Camila—. Podremos apoyarnos mutuamente. Elena solo pudo mirarla con escepticismo. Parecía amistosa con ella, pero… Elena finalmente se soltó de las manos, no podía hacerlo aún olvidando todo para estar cerca de ella. —Estoy cansada. Por un momento captó el enfado en los ojos de la mujer y pensó que lo había malinterpretado, después de todo, la mujer asintió rápidamente con una dulce sonrisa. —Bueno, tenemos mucho tiempo, te gustará.El nacimiento de Ginna fue el punto culminante de una etapa de renovación para la familia Romagnoli. Elena, con una fuerza interior que parecía haberse forjado en el fuego de sus dificultades, estaba dando a luz a una niña, a quien decidieron llamar Ginna.Giovanni estaba a su lado, dándole esa fuerza que ella necesitaba en ese momento. Le apretaba la mano mientras le hablaba en voz baja, asegurándose de que ella supiera que todo iría bien. A pesar de la tensión en el ambiente, todo se reducía a esa niña que estaban esperando con ansias. Cada vez que Elena gemía por el dolor, él se inclinaba para darle palabras de aliento y sin soltar su mano.—Lo estás haciendo bien, amor. Aguanta un poco más —decía Giovanni, mirando a su esposa con una mezcla de orgullo y preocupación.Elena respondía con un simple asentimiento, sin apartar la mirada de su esposo, que se esforzaba por mostrarse calmado, aunque cada contracción parecía recordarle a ambos lo real de la situación. La sala de partos e
Elena y Giovanni habían logrado reconstruir la empresa que había heredado de su madre. Su casa se había convertido en un hogar muy acogedor, el lugar favorito para ambos.Una tarde, mientras el sol comenzaba a descender y bañaba la sala de estar con luces doradas, el bullicio de la familia se hizo notar. Los gemelos, llamados Giulio y Giosuè, corrían por los pasillos con risas contagiosas, llenando la casa de alegría. Giovanni, aunque estaba inmerso en asuntos de la empresa, dejaba a un lado su trabajo para dedicarle un momento a los pequeños. Cuidaba de ellos con la misma intensidad y atención que le daba a Elena. Se había convertido en un buen padre.—¡Giulio, Giosuè, deténganse! —gritó Giovanni en tono de broma mientras los perseguía por el corredor, sabiendo que el desorden infantil ahora era parte del encanto de su hogar. Le encantaba oír sus risas, jugar con ellos y verlos correr por toda la mansión. Los niños no dejaban de reír mientras se escondían en los rincones. Elena los
La mansión Romagnoli había cambiado tanto en un lapso corto. Lo que alguna vez fue un lugar marcado por sombras y secretos ahora brillaba con vida. El aroma de pasto fresco llenaba el aire, y los gemelos correteaban por el lugar, sus risas resonando como una melodía constante que mantenía todo en movimiento.Elena observaba a sus hijos jugar desde el balcón de su habitación. Sus pequeños pies descalzos tocaban el césped del jardín. El sol iluminaba sus cabellos oscuros, y sus risas despreocupadas le daban una sensación de paz que nunca pensó que podría experimentar.Giovanni entró a la habitación en silencio, acercándose detrás de ella. La rodeó con sus brazos, apoyando su barbilla en el hombro de Elena mientras contemplaba la misma escena.—Ellos son nuestra obra maestra —dijo en voz baja, dejando un beso suave en su cuello.Elena sonrió, apoyando su cabeza contra la de él.—Nuestra mejor creación.Giovanni la giró lentamente para mirarla, sus ojos estaban llenos de ternura.—No solo
El sol se había escondido tras las colinas que rodeaban la mansión Romagnoli, dejando el cielo teñido de un anaranjado profundo. En el despacho de la casa, Giovanni revisaba los últimos informes de la empresa, su concentración interrumpida ocasionalmente por los ecos de las risas de sus hijos en la sala de estar. Sin embargo, su expresión era grave; los acontecimientos recientes seguían pesando en su mente, y aunque intentaba mostrarse sereno, el cansancio se reflejaba en sus ojos oscuros.Elena apareció en la puerta del despacho, llevando una taza de café.—Parece que te hará falta esto —dijo, entrando con una sonrisa cansada pero cálida.Giovanni levantó la mirada, su ceño fruncido relajándose ligeramente al verla.—Eres un ángel, como siempre. —Aceptó la taza y la colocó sobre el escritorio antes de alargar una mano para tomar la suya y atraerla hacia él—. ¿Los niños ya están dormidos?—Bellini los acostó hace un rato. Estaban agotados después de tanto correr por el jardín.Elena s
El sol comenzaba a asomarse entre las cortinas de la habitación principal de la mansión Romagnoli, iluminando con suavidad las paredes decoradas con tonos cálidos. Elena se despertó con el suave balbuceo de uno de sus pequeños desde la cuna. Habían pasado ya meses desde aquel trágico evento que marcó sus vidas, y aunque las heridas físicas habían sanado casi por completo, las emocionales seguían dejando cicatrices profundas.Al ponerse en pie, sintió un leve tirón en la pierna donde había recibido el disparo. "Un recordatorio de que sobrevivimos", pensó con una mezcla de gratitud y melancolía. Se acercó a las cunas de sus gemelos y los observó con una sonrisa. Sus rostros angelicales parecían borrar cualquier sombra de preocupación.Giovanni entró en la habitación poco después, ya vestido para el día. A pesar de su apariencia serena, Elena podía notar el cansancio en sus ojos. La empresa había requerido de todo su esfuerzo, especialmente tras los problemas legales que enfrentaron con
El corazón de Giovanni se detuvo un instante cuando miró a Elena en aquel estado. El pequeño no dejaba de llorar.—¡Elena! —gritó, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda.Elena estaba allí, apoyada contra el marco de la puerta, con el rostro pálido y una mueca de dolor evidente. La mancha roja se mostraba en su muslo derecho, la sangre empapando lentamente la tela de su pantalón.—Estoy bien... —murmuró ella, intentando mantener la compostura, aunque su voz temblaba.Giovanni corrió hacia ella, con el bebé aún llorando en sus brazos. Se arrodilló rápidamente, revisando la herida con manos temblorosas.—¡Esto no es "estar bien", Elena! Estás sangrando mucho —dijo con la voz rota, su desesperación más que evidente.Ella trató de sonreír, aunque el dolor le nublaba la mente.—Solo fue un roce... Estoy bien, de verdad. Pero, Giovanni... —sus ojos se llenaron de lágrimas al mirar al bebé—, ¿él está bien? Déjame verlo.—Lo está, él solo tiene hambre y tal vez algo de frío —aseguró él
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