Cuando Lionetta despertó, aún era de no che. La habitación estaba apenas iluminada por la lámpara encendida sobre el velador del lado de la cama de Angelo. De inmediato, se dio cuenta que el espacio a su lado estaba vacío.
Se incorporó lentamente, mientras terminaba de espabilarse y echó un vistazo alrededor de la habitación. Una sonrisa suave se dibujó en sus labios al encontrar a su esposo. Estaba recostado en el sofá —que había extendido hacia atrás— con sus dos hijas, una en cada brazo. Los tres descansaban profundamente, ajenos al mundo, como si nada pudiera perturbar su sueño.
Supuso que, cuando él le dijo que se encargaría de recostarlas, se refería exactamente a eso. Sacudió la cabeza con una sonrisa divertida en los labios.
Recordaba haberse despertado antes, cuando las niñas comenzaron a llorar, y cómo Angelo se las había acercado para que pudiera amamantarlas. Luego, él se las llevó con cuidado para recostarlas en la cuna que compartían —lloraban sin parar si intentabas h