Lionetta asintió con un leve gesto de agradecimiento cuando Neilan le abrió la puerta de atrás y se subió al auto. Él la cerró con suavidad antes de rodear el coche y tomar su lugar al volante. Mientras el auto arrancaba, ella se quedó mirando por la ventana.
Frente a sus ojos estaba su casa, la misma que Angelo había comprado para ambos. Ese lugar había sido testigo de sus sueños compartidos, de las largas noches en las que hablaban del futuro. Pero en ese momento, sus planes parecían casi inalcanzables.
El coche se alejó lentamente y Lionetta se perdió en sus pensamientos.
Habían pasado al menos quince minutos de trayecto cuando la voz del conductor la sacó abruptamente de su ensimismamiento.
—Señora, creo que debería ver esto —dijo el hombre, bajando la velocidad.
Lionetta se inclinó hacia adelante, y al mirar entre los asientos delanteros, el mundo se le detuvo. A unos metros de la carretera, estaba el auto de Angelo. Aunque bien podría haberse tratado de un auto parecido al de su esposo, la sensación que la invadió le dijo que no era el caso.
Era una escena desastrosa. El coche estaba completamente destrozado, con la parte delantera reducida a un amasijo de metal retorcido y el parabrisas roto. Había un rastro de cristales esparcidos entre la pista y el lugar donde se encontraba el auto.
—Detente —dijo, aunque no estaba segura de si su voz había salido con la suficiente fuerza para que el conductor la escuchara hasta que el conductor se hizo a un lado de la carretera y frenó.
Lionetta abrió la puerta y salió antes de que el coche se detuviera por completo. Corrió hacia la escena, sin prestar atención a los oficiales que aún estaban el lugar. Su corazón empezó a agolpear con desesperación cuanto más cerca se encontraba del coche. Un oficial se interpuso en su camino antes de que pudiera acercarse lo suficiente.
Lionetta estuvo a punto de ignorarlo, de empujarlo si era necesario, pero un rápido vistazo por encima del hombro del oficial bastó para darse cuenta que el auto estaba vacío.
—¿Saben el nombre del conductor? —preguntó, haciendo un esfuerzo por mantener la voz firme.
—Angelo Benedetti.
El aire se le escapó de los pulmones como si la hubieran golpeado en el pecho. Escuchó un quejido de dolor que pronto se dio cuenta que había escapado de sus labios. Sus piernas flaquearon y la cabeza comenzó a darle vueltas.
—Señora… —dijo Neilan, dando un paso para sujetarla.
—Estoy bien —mintió—. ¿Dónde está él? —le cuestionó al oficial.
—¿Lo conoce usted?
—Sí… es mi esposo.
Una sombra de compasión cruzó el rostro del agente. Lionetta sintió cómo el miedo se le instalaba en el estómago.
—Estaba inconsciente y tenía múltiples lesiones. Tardaron un tiempo en sacarlo del vehículo. Lo acaban de llevar en una ambulancia —explicó el oficial con seriedad, mientras le indicaba a qué clínica lo estaban trasladando.
El breve alivio que había sentido al saber que Angelo seguía vivo se desvaneció tan rápido como apareció. Su mente se llenó de imágenes inquietantes. Angelo atrapado entre los hierros retorcidos, mientras los bomberos luchaban para sacarlo. Volvió a mirar hacia el auto y casi pudo verlo allí, inmóvil y herido.
Sin decir una palabra más, Lionetta giró en redondo y corrió de regreso al coche. Necesitaba llegar a Angelo pronto, no podía dejarlo solo. No necesitó darle instrucciones al conductor; él arrancó tan pronto ambos subieron.
En el silencio del auto, el peso de lo sucedido la aplastó con más fuerza. Sus manos comenzaron a temblar y sus ojos se llenaron de lágrimas. De pronto, respirar se le hizo una tarea casi imposible.
—Suficiente —se ordenó en voz baja, con la voz temblorosa. Luego se limpió con brusquedad las mejillas e intentó recuperar el control de sus emociones. No podía derrumbarse en un momento como ese.
Buscó su celular en su bolso y marcó el número del padre de Angelo. Él e Isabella debían saber que su hijo estaba en el hospital, probablemente luchando por su vida.
—Hola, cariño —saludó Luka con su característica voz animada—. ¿Cómo estás?
Lionetta se quedó en silencio. Jamás habría imaginado tener que hacer aquella llamada. No sabía cómo decirlo, cómo hablar sin quebrarse.
—¿Lio? ¿Estás ahí? —preguntó Luka.
—Sí… —logró responder. Tragó saliva y continuó—: Angelo tuvo un accidente con su auto. Lo llevaron de emergencia a la clínica. No sé en qué estado se encuentra, pero... parece que está grave.
Esta vez, fue Luka quien guardó silencio. Un silencio denso, cargado de temor.
—Yo… lo siento —susurró Lionetta—. En serio lamento que esto haya pasado.
—No es tu culpa, hija. ¿Cómo estás tú? —preguntó enseguida—. ¿Ibas con él? ¿También estás herida?
Las lágrimas volvieron a brotar, silenciosas.
—No… él viajaba solo. Me enteré del accidente hace unos minutos cuando me dirigía de nuestra casa a la ciudad. Su auto… —hizo una pausa para contener el temblor de su voz—. Su auto estaba a un lado de la carretera.
Una secuencia de imágenes pasó por su cabeza y casi perdió la compostura otra vez.
—Oh, Lio… —dijo Luka con ternura—. Todo estará bien. Angelo es fuerte. Va a salir de esta. Confía en él.
Asintió con la cabeza, aunque el padre de Angelo no podía verla.
—¿Has hablado con tus padres?
—Todavía no. Eres el primero a quien llamo. Quería informarles cuanto antes, pero no llamé a Isabella porque no estaba seguro de cómo reaccionaría.
—Gracias por eso. Yo se lo diré y también me encargaré de hablar con tus padres. Sé que estás pasando por un momento difícil. Estaremos en el hospital tan pronto podamos. Cuida de mi hijo hasta entonces. Estamos en contacto.
—Está bien —dijo con voz baja, antes de colgar.
Apoyó la cabeza en la ventana y miró hacia al exterior, demasiada consumida por sus pensamientos para prestar atención al paisaje que pasaba frente a ella.
La idea de alejarse de Angelo había sido dolorosa, pero imaginar un mundo sin él era aún peor. Si él moría…
Corto esa línea de pensamientos porque no era capaz de enfrentarse a esa posibilidad. No en ese momento... y probablemente nunca.
Cuanto más pensaba en todo, más le dolía el pecho. La imagen del accidente se repetía una y otra vez en su mente, como una película que no podía detener. Las preguntas la acosaban sin descanso. ¿Y si había sido su culpa? ¿Y si Angelo había estado distraído por todo lo que había pasado entre ellos?
Se arrepentía con toda el alma de haberle sugerido tomarse un tiempo. Si Angelo moría ese día, lo único que quedaría grabado en su memoria sería ese momento en que estuvo a punto de abandonarlo, en lugar de quedarse y seguir luchando por ellos.
«No, él no morirá»
¿Cómo había podido siquiera creer, por un instante, que podía vivir sin él?
—Señora —la voz del conductor la sacó de su espiral de pensamientos—. Hemos llegado.
Lionetta parpadeó, volviendo en sí. Frente a ella se alzaba la clínica. Salió del coche, y de inmediato el conductor estuvo a su lado. Tomó una bocanada de aire, intentando reunir el valor que le quedaba, y caminó con paso firme hacia el interior del edificio.