Mundo ficciónIniciar sesiónTras la trágica muerte de su padre en un accidente aéreo, Paris Helmont ve desmoronarse no solo a su familia, sino también el imperio que su padre juró proteger: “Diamonds Helmont”, la comercializadora de diamantes más influyente de Nueva York. Como heredera legítima, está decidida a ocupar el lugar que le corresponde, pero el consejo directivo guiado por intereses ocultos desconfía de su liderazgo y nombra sustituto a Andrew Kayser, un joven empresario brillante y ambicioso, galardonado dos veces como ¡Empresario del Año! Paris exige su derecho a dirigir la compañía, y Andrew, con una sonrisa tan encantadora como peligrosa, propone un desafío: “quien logre duplicar las ganancias de la empresa en seis meses obtendrá el puesto de CEO... y el control absoluto del cincuenta y dos por ciento de las acciones.” La guerra corporativa se desata. Entre estrategias, alianzas y traiciones, ambos se enfrentan en un juego donde la inteligencia y la pasión se entrelazan peligrosamente. Una noche de copas cruza los límites entre ellos, Paris se entrega al amor sin sospechar que está cayendo en la red de su enemigo. Hasta que un audio revelador le muestra la verdad: la seducción fue parte de un plan meticulosamente diseñado... pero no por Andrew. Detrás de todo se oculta Carl Anderson, el accionista mayoritario y antiguo amigo de la familia Helmont, cuya ambición parece no tener límites. Ahora, Paris deberá decidir si perdonar o vengarse, si recuperar su empresa o destruirla por completo. Porque en el mundo de los diamantes, el brillo más intenso suele esconder la traición más oscura.
Leer másEl sonido de los pasos sobre el mármol era lo que rompía el silencio en el camposanto familiar. El ataúd dorado con visibles diamantes descansaba en el centro de la sala extensa y rodeada de rosas blancas y rojas, rodeado de rostros hipócritas. ¡Nadie! En verdad lloraba de tristeza, excepto ella, aunque no dejara caer una sola lágrima. Su interior estaba inundado como mar desbordado y saliéndose de su cauce.
Paris Helmont sostenía un vaso con coñac entre los dedos como si fuera una extensión de su control. Vestía de blanco absoluto: traje ajustado, cabello recogido, labios color sangre. Parecía hecha de hierro, pero por dentro era cristal quebrado. Un diamante quebrantado.
Su padre, el hombre que había construido Diamond Helmont desde una pequeña tienda en Baltimore, hasta convertirla en un imperio en Ney York, yacía frente a ella. Y con él, todo lo que había jurado proteger.
Una voz sin escrúpulos a su espalda interrumpió su pensamiento, interrumpió el silencio de su mente y la privacidad de su alma. —El consejo quiere hablar contigo, Paris, en verdad es ¡Urgente!
Ella no giró para observarlo. Solo vio el reflejo de su propia figura en el vidrio del féretro.
—¡Era de esperarse! —respondió con serenidad—. Las hienas siempre huelen la carne olvidad por el cazador.
El asistente tragó saliva. No sabía si temerle o admirarla. Paris dio un sorbo al coñac, inhaló con fuerza y murmuró como si su padre aun la pudiera escuchar: —Tranquilo, padre. No dejaré que destruyan lo que te costó una vida construir.
Afuera, el cielo gris de la ciudad reflejaba su propio luto. Pero en el fondo de esos ojos fríos, una chispa encendía el inicio de la guerra impredecible, de una guerra que dejaría cuerpos y mentes desgastadas por el hambre del poder y la desdicha del amor.
El señor Carl Anderson se encontraba en compañía de los inversionistas y el resto del concejo con el que contaba el imperio del padre de Paris, cada uno de ellos sonrió levemente como mostrando su desinterés en que ella fuera la elegida para guiar el imperio.
La mitad de ellos la conocían por extravagante, futurista y vanguardista, pero otra parte solo la observaban como la hija mimada, desobediente y vividora. Para desgracia de Paris, su padre nunca le permitió tomar un solo día en la empresa, por lo que ella conocía muy poco o nada de lo que dentro se manejaba y no conocía mas de la empresa más que la joyas exclusivas y extravagantes que se fabricaban.
Paris fue la inspiración de su padre para crear mas de diez colecciones de joyas con las cuales la mayoría llevaban su nombre y sin dejar de mencionar su belleza. Por lo que la envida, el celo y el descontento entre los inversionistas y el concejo era más que evidente.
—Veo que les incomoda mi presencia. —señaló Paris sin sentirse sorprendida. —sin embargo, aquí estoy. Tomaré las riendas del negocio de ¡Mi padre! Sin importar la opinión de cada uno de ustedes. —puntualizó con serenidad y seguridad en sus palabras.
Carl Anderson, el inversionista que poseía el diecinueve por ciento de las acciones. Le colocó la mano en el hombro, era la persona mas cercana a la familia y el que confió en su padre desde sus inicios, aunque más bien podría considerarse que el padre de Paris confió en el desde el principio.
—¡Hija! —murmuro con un tono amistoso y afectuoso—. Entendemos que tus sentimientos se encuentren en un estado difícil, pero es una decisión que se debe analizar con el consejo e inversionistas. —hizo una breve pausa y retiro su mano del hombro de Paris.
—¿Analizar? —preguntó con ironía en sus palabras— ¿Por qué deberían de analizar lo que es lógico? ¡Era mi padre y soy la heredera por naturaleza! No hay nada que discutir o analizar. —exclamó finalmente y girándose de vuelta hacia el féretro de su padre.
El murmullo entre el concejo y los inversionistas fue inmediato y aunque algunos estaban a favor de ella, no coincidieron con la actitud que ella tomó en el instante y con la supuesta falta de respeto que les faltó a todos.
Carl Anderson no dudó en hablar de inmediato. —Se que debemos comprender el dolor de mi ahijada, pero también soy consiente que ella no es precisamente la empresaria que llevaría un imperio en sus hombros. —señalo con discriminación y arrogancia—. Aun así, considero que seamos prudentes y dejemos que pasen los tres días de duelo para actuar con firmeza. —puntualizó con la plena seguridad que su jugada daría el fruto que buscaba.
Mientras el murmullo ensordecedor de los presentes en la sala de velación ofuscaba a Paris, la calma se estaba deslizando entre sus dedos, nadie estaba ahí para calmarla, para aconsejarla. ¡Hasta sus mejores amigos habían desaparecido ese día!
—¡Pueden callarse maldita sea! —gritó con desesperación—. Es el velorio del empresario que ustedes jamás podrán siquiera soñar en llegar a convertirse. —recalcó como regañadientes.
Los presentes en la sala se ofendieron enseguida y de a uno comenzaron a abandonar la sala, Paris comenzaba a quedarse sola entre la multitud de rosas, diamantes y joyas dedicadas a su padre en su último día dentro de la capilla familiar que fue detallada con precisión y dedicación para cuando el faltara en esta vida.
Los diamantes brillaban como lagrimas de ángeles, los rubies se confundían con el atardecer, y los brillos excesivos de la obsidiana oscurecían el alma de Paris que, entre sollozos silenciosos provenientes de lo mas profundo de su ser, no encontraban el camino a la claridad para darle paz a su pensamiento, un pensamiento que rebotaba sin descanso: —¿Qué debo hacer ahora? ¿Cómo cargaré con el peso del imperio de mi padre?
Sus preguntas se contradecían con la firmeza que había mostrado hace apenas unos instantes ante los inversionistas.
Carl Anderson fue uno de los pocos que aún permanecían en la sala y tras unos abrazos a la viuda, madre de Paris. Se acercó nuevamente con Paris, esta vez con un tono mas serio. —Esas actitudes son las que no hacen que los inversionistas crean en ti. —murmuro muy cerca de su oído—. Deberías de considerar lo de permanecer al lado de tu madre y dejar que me haga cargo del resto. ¡Tu padre así lo hubiese deseado! —añadió con la intriga marcada en sus palabras.
—¡No lo creo señor Anderson! —reprochó con una mirada fría y lagrimas que se ocultaban entre el brillo del atardecer—. ¡Usted se equivoca! Solo deseaba la caída de mi padre para quedarse con todo. ¿Acaso me equivoco? —le preguntó como si ya supiera la respuesta.
El señor Anderson sonrió irónicamente y apenas tapándose la mitad del rostro con su mano derecha. —Pero que ocurrencias las tuyas… Paris. ¡Por supuesto que no es así! Tu padre y yo éramos entrañables amigos y fundamos esta compañía con esmeró y noches enteras de desvelo.
Paris sostuvo la mirada, midiendo cada palabra que salía de los labios del señor Anderson, entonces surgió la duda, esa duda que parecía señalar y condenar. —Entonces… dígame porque fue usted el único que recibió la llamada del accidente de mi padre y no mi madre como debió haber sucedido. —Paris observó el semblante del señor Anderson—. No se preocupe que se cuidarme sola y se hasta donde puedo llegar, pero no permitiré que buitres como usted se aprovechen de esta situación.
Al señor Anderson no le sentó nada bien las palabras acusadoras de Paris, respondiendo en ese preciso instante. —¡No deberías señalar con las manos sucias! —la respuesta se volvió personal entre ambos—. ¿Oh quieres que tu madre se entere de los millones que le robaste a tu padre con la última colección? Así como también podrías ganarte una demanda por difamación y eso podría alejarte aun mas de la empresa y ¡Para siempre! —enfatizó con la voz cargada de resentimiento y desprecio.
Paris intentó justificar lo que en ese momento parecía una declaratoria de guerra entre ambos. Pero en lugar de aclarar esa lamentable situación, ella dijo sus ultimas palabras tocando el féretro de su padre. —Que el tiempo me juzgue señor Anderson, pero le diré que aquí se hará la ultima voluntad de mi padre y esa esta escrita en su testamento. —sentencio finalmente con soberbia.
Carl Anderson se distancio sin marcharse del lugar, su interés aun permanencia en el lugar y nada de lo que había sucedido hasta ese momento era la sentencia final para ambos.
Las campanadas sonaron como anunciado el final de ese día, estaban anunciando la sentencia de muerte o el nacimiento de una guerrera. Aun así, nada estaba escrito y aun existían decisiones que tomar y decisiones que leer en un testamento que era resguardado por quien parecía inquebrantable ante la ley y ante la sociedad.
Paris no logró contener el llanto por mas tiempo, pero el llanto era provocado por colera contenida, celo y compromiso de hacerse cargo de la empresa. Colocó ambas manos en el féretro, cansada y dando su último adiós antes que fuera conducido hacia el área de cremación.
Antes de marcharse, tomó entre sus dedos el viejo collar de su padre. El metal precioso aún conservaba el leve calor, como si se negara a olvidar su dueño. Entonces, una voz rasgó el silencio, rasgo el ambiente: ronca, cargada de una sensualidad atrevida que parecía abrirse paso entre el aire denso de frustración. —Lamento profundamente su pérdida… ¡Señorita París!
Se avecinaba la tormenta y la traición en contra de Paris Helmont, que de momento y con la presencia de su madre. Existía la posibilidad que Paris no continuara la batalla que la vida y su padre la obligaron a tomar de manera inesperada.—¿Por qué has vacilado, madre? —le cuestionó Paris a su madre de manera desesperada—. ¿Hay algo que deba saber sobre mi padre? ¿Le sobreviven otra familia de la cual no este enterada? —cuestionó de manera apresurada.La madre de Paris no bajó la mirada, pero se limitó a responder de manera sencilla y sin alzar la voz. —¡No se trata de eso, hija! Tu padre no sería capaz de tal atrocidad. —murmuro con convicción—. Tu padre siempre me demostró fidelidad y me hizo una mujer muy feliz y aún más cuando llegaste a nuestras vidas.Paris no comprendía la situación que había sembrado discordia, incertidumbre y duda en su corazón el señor Anderson. —Entonces… —se pausaron sus palabras y luego mencionó tras observar de nueva cuenta el sobre que aún estaba en el e
Carl Anderson se desmoronó como castillo forjado en la arena, no sabía si aquellas palabras eran en su contra o solo el momento incomodo entre ambos por la manera en la que se estaba expresando de Paris Helmont el señor Anderson.Andrew salió de la residencia sin estremecerse, ahora existían más preguntas que certezas en la cabeza de Carl Anderson. ¿Andrew seguía estado de su lado? ¿Esta situación podría afectar los acuerdos previos a su aparición?Circunstancias que el mismo Carl Anderson averiguaría el día que estaba programada la reunión y en la que Andrew debía aparecer para ser nombrado el CEO de la empresa.Andrew se encontraba estresado, confundido y alterado por la situación suscitada en la residencia con quien ahora se sabía que era su padre, ¿Aunque no llevaba su apellido? ¿Realmente llevaba la sangre del señor Anderson? Las preguntas podrían ser retoricas, pero imprescindibles en la lucha de poder que se estaba gestando.Andrew no lo pensó más y se detuvo a beber en un bar
La noche estaba dispersa por la inmensa ciudad de New York con un peso ambiente extraño, todo se percibía como si los secretos comenzaban a salir de la oscuridad. El auto de Andrew se detuvo frente a la residencia escondida entre edificios de manera discreta, de fachada oscura, sin rótulos ni luces visibles. Solo una ventana en el segundo piso dejaba escapar una línea delgada de humo y penumbra.Andrew apagó el motor y permaneció unos segundos en silencio, sabiendo que esa charla que le aguardaba no sería ligera. Luego salió, desabrochándose el abrigo con la calma de quien sabe que nada ocurre por casualidad. Llego y la puerta se abrió ante su presencia para posteriormente dirigirse hacia las escaleras, y antes de tocar la puerta en el segundo piso, esta se abrió.El señor Carl Anderson lo esperaba, con un vaso de whisky en la mano y esa sonrisa tensada que no alcanzaba a los ojos. —Llegas justo a tiempo —apartándose para dejarlo pasar.El lugar olía a madera encerada, antigua, a robl
Las campanadas aún chocaban entre sí en lo alto de la capilla familiar, cuando la voz la alcanzó. Cuando esa voz invadió sus oídos y le causó extrañeza. —Lamento profundamente su pérdida… señorita París.El sonido fue un roce, como un murmullo, una vibración que atravesó el aire espeso del funeral. París giró lentamente la cabeza, con el alma aún húmeda de lágrimas que inundaron su interior, sin reconocer de inmediato a quien le hablaba.Frente a ella, un hombre de porte elegante, alto y expresión serena le ofrecía una mirada que no terminaba de encajar con la ocasión: demasiado intensa para ser simple cortesía, demasiado contenida para ser consuelo. Demasiado confortante para ser amistosa.—¿Nos conocemos? —preguntó, intentando ocultar la descortesía en su voz.Él sonrió apenas, un gesto leve, casi triste. —¡Es posible que no, señorita! Pero espero que por lo menos mi nombre le recuerde algo. Mi nombre es Andrew Kayser. Conocí a su padre en el ámbito empresarial. Fue un hombre admira
El sonido de los pasos sobre el mármol era lo que rompía el silencio en el camposanto familiar. El ataúd dorado con visibles diamantes descansaba en el centro de la sala extensa y rodeada de rosas blancas y rojas, rodeado de rostros hipócritas. ¡Nadie! En verdad lloraba de tristeza, excepto ella, aunque no dejara caer una sola lágrima. Su interior estaba inundado como mar desbordado y saliéndose de su cauce.Paris Helmont sostenía un vaso con coñac entre los dedos como si fuera una extensión de su control. Vestía de blanco absoluto: traje ajustado, cabello recogido, labios color sangre. Parecía hecha de hierro, pero por dentro era cristal quebrado. Un diamante quebrantado.Su padre, el hombre que había construido Diamond Helmont desde una pequeña tienda en Baltimore, hasta convertirla en un imperio en Ney York, yacía frente a ella. Y con él, todo lo que había jurado proteger.Una voz sin escrúpulos a su espalda interrumpió su pensamiento, interrumpió el silencio de su mente y la priva





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