Lionetta estaba sentada entre su madre y su hermana, en absoluto silencio. Casi dos horas habían pasado desde que llegó a la clínica, y por lo que su primo Ignazio había logrado averiguar, estaban sometiendo a Angelo a una cirugía riesgosa para drenar un hematoma en la cabeza, producto de un fuerte golpe que había recibido.
También le explicó que Angelo tenía un par de costillas fracturadas, al igual que una pierna, que más adelante debía ser operada, aunque eso tendría que esperar hasta que lograran estabilizarlo. Su primo había evitado hacer cualquier suposición sobre el pronóstico de Angelo, limitándose a transmitir lo que los médicos sabían hasta ese momento.
Lionetta se sentía atrapada en una pesadilla que no tenía fin. Miraba su celular una y otra vez, mientras los minutos corrían, a la espera de que alguien saliera por la puerta de quirófano y les dijera que su esposo iba a estar bien.
Observó a su alrededor. Su familia estaba allí. Sus padres, sus hermanos y también los padres de Angelo. El hermano menor de su esposo era el único que no había podido llegar porque estaba fuera del país, ni siquiera estaba segura de si Luka e Isabella lo habían llamado para contarle lo sucedido. Giovanni y Mia, amigos cercanos de la familia de Angelo, habían acudido también. Todos esperaban, sumidos en un tenso silencio.
Los ojos de Isabella, la madre de Angelo, estaban hinchados y enrojecidos por el llanto. Aunque en ese momento parecía más tranquila, había lucido destrozada cuando llegó. A su lado, Luka mantenía un brazo sobre sus hombros. A simple vista, parecía estar tranquilo, pero bastaba con observarlo con atención para notar la rigidez en sus hombros y la tensión en su mandíbula.
Lionetta, en cambio, no había derramado ni una lágrima desde que su familia había llegado a hacerle compañía. No porque no quisiera sino porque no podía. Su cuerpo parecía haberse cerrado, como si hubiera congelado sus emociones para no desmoronarse. Podía darse cuenta que sus padres y hermanos la miraban con evidente preocupación, probablemente preguntándose cuando se derrumbaría. Ellos se turnaban, cada cierto tiempo, para acercarse y preguntarle si necesitaba algo y darle palabras de ánimo.
Nunca se sintió más agradecida por tenerlos. No se imaginaba enfrentando todo aquello ella sola.
—Al fin —dijo Luka de pronto, llamando su atención.
Siguió la dirección de su mirada y el corazón le dio un vuelco. Vio que Ignazio se acercaba, acompañado de un médico. Se puso de pie de inmediato, incapaz de esperarlos sentada.
—¿Cómo está él? —preguntó, sin intentar disimular su ansiedad.
—Está estable —respondió el médico.
Un suspiro colectivo se dejó oír en la sala, seguido de un suave sollozo, que parecía provenir de Isabella, aunque no se dio la vuelta para confirmarlo.
—Logramos drenar la sangre acumulada en su cabeza —continuó el cirujano—. Ahora solo nos queda esperar a ver cómo evoluciona. En este momento se encuentra en la sala de recuperación. Luego será trasladado a la unidad de cuidados intensivos, donde le realizaremos una serie de exámenes.
—¿Pero estará bien? —preguntó.
El médico la miró con seriedad.
—Su estado sigue siendo delicado. Sin embargo, aun si evoluciona favorablemente, no sabremos cuáles serán las secuelas del daño provocado en su cerebro por el golpe hasta que despierte. Por ahora, debemos ir un paso a la vez.
Lionetta asintió en silencio. No tenía nada más decir. La incertidumbre le molestaba, pero iba a concentrarse en que al menos Angelo había superado uno de los obstáculos más difíciles y confiaría en que también superaría los que estaban por venir.
Mientras los padres de Angelo hacían algunas preguntas adicionales, ella permaneció en silencio, prestando atención a las respuestas del doctor.
—Debo volver adentro —dijo finalmente el médico, cuando terminó de responder las preguntas.
—¿Podemos verlo? —preguntó Lionetta.
—No todavía. Pero en cuanto lo trasladen a cuidados intensivos alguien vendrá a informarles y podrán verlo. Aunque solo podrá entrar una persona.
El doctor asintió con la cabeza a modo de despedida y se marchó.
Lionetta se volvió hacia sus suegros. No necesitó decir nada. La pregunta estaba en su mirada.
—Debes ir tú —dijo Isabella con voz quebrada—. Él querrá escuchar tu voz, incluso si está dormido.
—Saber que estás a su lado le dará fuerzas —estuvo de acuerdo Angelo.
Isabella se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Luego regresaron todos a la sala de espera.
—Iremos por café —anunció su padre, permaneciendo de pie. A su lado estaba Giovanni, que prácticamente como un tío para Angelo—. ¿Alguien quiere algo más?
Lionetta negó con la cabeza. No creía que su estómago pudiera recibirle nada.
Su padre y Giovanni se alejaron en silencio.
A su alrededor, los demás intentaban mantener el ánimo, tanto el suyo como el de los padres de Angelo. Hablaban sobre lo fuerte que era él y sobre su espíritu luchador. Mia, la esposa de Giovanni, compartió algunas anécdotas sobre él y logró arrancarles algunas sonrisas tensas
Cuando su padre regresó con los cafés, repartió un vaso a cada uno. Luego se puso de cuclillas frente a ella y le tendió el suyo con una sonrisa.
—Aquí tienes, cariño —le dijo él con voz suave.
Lionetta tomó el vaso y le dio las gracias. Su padre alzó una mano y le acarició la mejilla con ternura. No dijo nada más, pero aquel gesto fue tan reconfortante, como lo había sido el abrazo silencioso con el que la envolvió apenas había llegado al hospital junto a su madre. Se había sentido otra vez como aquella niña que corría a su padre cuando algo malo le sucedía.
***
Había pasado al menos una hora desde que les informaron sobre el estado de Angelo cuando finalmente una doctora salió al pasillo y se dirigió directamente hacia ellos. Ella preguntó quién entraría a ver a Angelo y cuando Lionetta dio un paso al frente, le indicó que la acompañara.
Lionetta se puso en marcha de inmediato y la siguió por los pasillos grises del hospital, sintiendo cómo el estómago se le encogía con cada paso. Los hospitales siempre le habían parecido lugares lúgubres y fríos. Pero ese día, todo parecía aún más oscuro. Era más consciente que nunca del olor penetrante a desinfectante, el frío estéril de las paredes, el murmullo apagado de voces.
—Necesita ponerse esta ropa de protección —indicó la doctora, extendiéndole una bata, guantes y una mascarilla.
Lionetta no perdió tiempo. Se colocó la protección encima de su ropa con movimientos mecánicos. Entonces, la doctora abrió una puerta y le hizo un gesto para que pasara primero. Al cruzar el umbral, la recibió el pitido constante de las diferentes máquinas y el susurro rítmico de los respiradores artificiales.
La doctora la condujo hacia una de las camas y luego se hizo a un lado.
—Tiene quince minutos —informó la mujer con amabilidad.
Lionetta asintió con la cabeza, aunque apenas había escuchado lo que dijo. Toda su atención estaba puesta en la figura inmóvil sobre la camilla frente a ella.
Se acercó a Angelo conteniendo la respiración. Aunque ya le habían explicado los daños sufridos, verlo en persona era diferente. Su esposo tenía el rostro marcado por moretones, y en las zonas visibles de su cuerpo asomaban otras huellas del accidente. El lado izquierdo de su cabeza había sido rapado, y una gasa, desde la que salía un tubo, cubría parte del cráneo. Su pierna izquierda estaba completamente inmovilizada. Un tubo salía de su boca y varios cables estaban pegados a su pecho.
El verlo así le rompió algo por dentro.
Tomó una de sus manos con delicadeza, como si temiera lastimarlo aún más.
—Oh, mi amor —musitó. Se inclinó y apoyó su frente en la de él, cerrando los ojos con fuerza—. ¿Puedes escucharme? —preguntó y esperó en silencio, aunque sabía que no obtendría respuesta. Le habían explicado que Angelo estaba sedado y que no despertaría pronto.
Inspiró con fuerza y tragó saliva antes de continuar.
—Dijiste que no aceptarías nuestra separación sin luchar. Pues creo en ti. Así que no puedes rendirte. Si de verdad querías pelear por nosotros, entonces más te vale despertar. —Soltó un suspiro—. Nos sentaremos a hablar durante horas y luego volveremos a ser felices. —Hizo una pausa antes de continuar—. Te amo, nunca he dejado de hacerlo, y nunca lo haré. Estaré aquí cada día hasta que despiertes. —La voz se le quebró al final.
Apretó su mano con más fuerza, esperando que él pudiera sentir su tacto aun estando inconsciente. Esperaba que él se diera cuenta que no estaba solo.