Lionetta se incorporó con una mueca. El cuerpo le pesaba y los ojos le ardían. A pesar del cansancio que sentía la noche anterior, no había logrado dormir hasta que estaba amaneciendo. Demasiados recuerdos, demasiadas cosas en las que pensar. Todas acosándola al mismo tiempo sin darle un respiro.
Estiró el brazo y tomó su celular. Pasaban de las ocho de la mañana.
Se levantó con esfuerzo y salió de la habitación de invitados. La casa estaba en un silencio casi absoluto, por lo que asumió que Angelo ya se había marchado. Una mezcla de emociones divididas la invadió. Por un lado, estaba aliviada porque no se sentía preparada para enfrentarse a él tan pronto, pero también se sentía decepcionada al pensar que se había marchado como si nada hubiera sucedido.
Empujó la puerta de la habitación principal, pero apenas dio un par de pasos antes de detenerse en seco al darse cuenta que sus suposiciones habían sido incorrectas. Angelo estaba allí, sentado en el sofá junto a la ventana. Se había duchado y ya estaba vestido para el trabajo, aunque por la hora seguramente llegaría tarde.
De repente, él levantó la mirada y la observó con intensidad. Su rostro no mostraba ninguna emoción, así que era difícil saber lo que pasaba por su cabeza.
Lionetta no pudo moverse durante unos segundos y tampoco pudo hablar. Una parte de ella quería retroceder, correr a esconderse. Pero reunió todas sus fuerzas y se dirigió hacia el vestidor.
—Tenemos que hablar —dijo Angelo, con voz firme.
Una punzada le atravesó el pecho, tan aguda que le cortó la respiración. Aquello dolía más de lo que había imaginado.
Se dio la vuelta lentamente y encontró a Angelo de pie en la puerta del vestidor con los brazos cruzados en el pecho. Su primer instinto fue correr hacia él y refugiarse en sus brazos. Él le Quería que él le dijera que todo estaría bien, pero, sobre todo, quería poder creerle. Siempre había confiado en él y odiaba ya no poder hacerlo. Odiaba haber perdido la fe ciega que tenía en él.
—Hagámoslo... pero no ahora —murmuró.
—Lio...
—Todavía creo que los dos necesitamos tiempo pensar.
—¿Cuánto tiempo necesitas?
—No lo sé.
—Entonces un mes —dictaminó él, con decisión—. Un mes, y después hablaremos. Vamos a arreglar esto.
—¿Y si ya no tiene solución?
Los ojos de Angelo brillaron con una mezcla de furia y dolor. Apretó las manos a los costados, en el primer gesto visible de que perdía el control.
—No voy a aceptar eso sin luchar. Eres mía, así como yo soy tuyo —declaró Angelo con la mandíbula tensa—. Hicimos una promesa.
—Hicimos muchas promesas, y los dos las hemos roto —dijo ella, con la voz temblorosa.
—Lo sé —respondió Angelo—, pero todavía podemos arreglarlo. Dejé que las cosas se alargaran demasiado y no hablamos cuando debimos hacerlo, pero no puedes tomar una decisión precipitada y acabar con lo nuestro.
Sin esperar respuesta, Angelo se giró y salió de la habitación con pasos firmes, casi violentos.
Lionetta se quedó allí, inmóvil, sin saber cuánto tiempo pasó antes de que sus piernas finalmente reaccionaran. Con pasos lentos, casi mecánicos, se acercó a uno de los cajones superiores, sacó la maleta y comenzó a empacar. Apenas había doblado algunas prendas cuando las lágrimas la vencieron. Las rodillas le fallaron y tuvo que apoyarse en la isla del vestidor hasta que se dejó caer al suelo.
Se abrazó a misma, tratando de consolarse. No quería hacer aquello. No quería marcharse. Amaba a Angelo tanto que le costaba imaginar un futuro en el que él no estuviera.
Tal vez debía quedarse. Tal vez aún podía luchar por ellos. Pero ¿cuánto más podía resistir? ¿Y si al final todo ese esfuerzo no servía de nada? ¿Y si el amor no bastaba y al final solo terminaban hiriéndose más?
Sintió unos brazos rodearla con fuerza, y el aroma inconfundible de Angelo la envolvió.
—Está bien, mi pequeña leona. Todo estará bien —murmuró él, con una ternura que la desarmó.
Lionetta se aferró a su camisa como si con ello pudiera detener el tiempo. Lloró sin contenerse, mientras Angelo la mecía suavemente, susurrando palabras dulces junto a su oído. Cuando los sollozos se transformaron en pequeños hipidos, levantó la cabeza. Sus miradas se encontraron.
No sabría decir quién se acercó primero, pero pronto sus labios se encontraron en un beso desesperado, ansioso y cargado de muchas emociones. Tristeza, arrepentimiento, dolor, miedo, amor.
—Recuérdalo —susurró Angelo cuando sus labios se separaron. Apoyó su frente contra la de ella y le acunó las mejillas con ambas manos—. Un mes... y luego volverás aquí.
Él le dio un beso en la frente, una despedida que le costó más de lo que estaba dispuesto a admitir. Se levantó y salió del vestidor, luego de la habitación, con pasos pesados. No podía permanecer allí más tiempo o usaría cualquier truco, por muy bajo que fuera, con tal de hacer que Lionetta se quedara. Y si eso no era suficiente, la encerraría en la habitación hasta que ella aceptara que su lado seguía siendo a su lado.
Sacudió la cabeza.
Cuando se trataba de Lionetta, apenas lograba conservar la cordura. Los pensamientos posesivos lo consumían y apenas lograba actuar con moderación. Día tras día luchaba para no sofocarla, por darle espacio y no exigir su completa atención. Pero ahora, con el miedo latente de perderla, su autocontrol colgaba de un hilo.
Escuchar su llanto lo había destrozado. Siempre había odiado verla llorar y saber que era el causante lo hizo mucho peor.
¿Cómo demonios había permitido que la distancia creciera entre ellos? ¿En qué momento se volvió tan ciego como para no notar que su esposa había llegado al límite de pensar en dejarlo?
Le había prometido un mes. Un castigo que quizás merecía por su descuido. Pero ella no había dicho que no podía buscarla, y eso era lo único a lo que se aferraba. Se había perdido en el trabajo, dejando que ella pensara que no era importante. Había llegado el momento de demostrarle con hechos que estaba equivocada.
No iba a perderla.
Subió a su auto y pisó el acelerador, mientras se aferraba al volante. Con cada kilómetro que lo alejaba de su esposa, la ansiedad crecía dentro de él y le costaba no dar la vuelta y regresar.
Un auto lo adelantó bruscamente en una curva. Angelo lo notó, pero no tuvo tiempo de reaccionar del todo. Otro vehículo apareció de frente, obligando al primero a volver a su carril de golpe. Él intentó hacerse a un lado para evitar la colisión, pero el movimiento repentino lo hizo perder el control.
Después todo ocurrió en segundos. El chirrido de los neumáticos, el crujido del metal, el estallido del impacto, el dolor. Luego, la inconsciencia.