Lionetta levantó el celular una vez más, revisó la pantalla en silencio y lo dejó sobre la mesa con un suspiro resignado. Era evidente que Angelo no llegaría a tiempo para la cena.
Comenzó a comer antes de que la comida se enfriara, pero al poco tiempo empujó el plato a un lado, sin apetito. Se levantó sin prisa y se dirigió a su habitación. Estaba agotada. La sesión de fotos de esa mañana la había dejado sin energía, pero la emoción por aquella cena le había dado fuerzas durante el día. Fuerzas que se habían terminado por desvanecerse al darse cuenta que Angelo le había fallado otra vez.
Su esposo llevaba semanas demasiado ocupado. Al principio, Lionetta intentó ser comprensiva. Entendía que el trabajo podía absorberlo, dirigir una de las empresas de seguridad más famosas del país no era nada fácil. Pero conforme las situaciones se repetían —cenas canceladas, noches interminables en la oficina, fines de semana en los que apenas cruzaban palabras—, ya no se sentía tan comprensiva.
Lionetta le había pedido que cenaran juntos esa noche, una especie de cita romántica, y Angelo había prometido llegar a tiempo. Le creyó. O al menos quiso creerle. Y, sin embargo, una vez más, él había fallado a su palabra.
Lo que más odiaba de todo aquello era que, en el fondo, lo había estado esperando. Una parte de ella ya sabía que él no llegaría.
¿En qué momento había perdido la confianza en su esposo?
En su habitación, se dirigió directo al vestidor lista para cambiarse. Al ver su reflejo en el espejo, dejó escapar una risa seca, casi burlona. Se había arreglado con esmero, tardándose su tiempo para impresionar a Angelo, pero no había tenido ningún sentido.
Sintió una punzada en el pecho. Una grieta más en un corazón que ya venía herido.
¿Hasta cuándo iba a seguir así?
Intentaba ser comprensiva con Angelo, pero dolía cada vez que él la decepcionaba. Dolía ver cómo, con cada día que pasaba, él parecía menos interesado en ella.
La única parte de su relación donde aún parecía haber cercanía era en la cama. Pero ella necesitaba más. No quería sentirse como una esposa decorativa, esa a la que se buscaba solo cuando él necesitaba desahogarse.
Llevó la mano hasta el collar que adornaba su cuello y sonrió, apenas, mientras sentía cómo la vista se le nublaba. Había sido un regalo de Angelo en uno de los viajes que habían tenido juntos. Con delicadeza, desabrochó la joya y la guardó en su estuche. Luego se desvistió en silencio y se puso la ropa de dormir. Sus movimientos eran lentos como si apenas le quedaran fuerzas para moverse.
Regresó a la habitación y se sentó en el borde de la cama, mientras los recuerdos comenzaron a mezclarse unos con otros en su mente. Risas compartidas, promesas susurradas al oído, conversaciones hasta tarde.
No sabía con certeza en qué momento había comenzado la distancia entre ellos. Tal vez hacía medio año. Al principio pensó que solo era una etapa, una mala racha provocada por el estrés, por las exigencias de la rutina. Su trabajo como modelo también era demandante, y a veces viajaba demasiado.
Quizá no todo había sido culpa de Angelo. Lo reconocía. Ella también cometió errores. Pero aun así, había tratado de enmendarlo. Estaba haciendo un esfuerzo por mejorar las cosas.
Y Angelo simplemente parecía no notarlo. Ni siquiera estaba segura de si él se daba cuenta que su relación no era la misma de antes.
Se limpió las mejillas con la palma de la mano, justo cuando escuchó el motor de un auto acercarse. Minutos después, la puerta se abrió y Angelo entró.
Su corazón dio un brinco al verlo. A pesar de todo, no había dejado de amarlo ni un poco. Lo observó en silencio. Se veía tan atractivo como siempre. El traje le daba una apariencia seria y formal que siempre le había resultado magnética.
—Lamento llegar tarde —dijo él.
Lionetta no respondió de inmediato. Por un instante se sintió tentada a ponerse de pie, acercarse a él, ayudarle a quitarse el saco y la corbata, luego llevarlo a la cama y frotarle los hombros para aliviar la tensión que se acumulaba en ellos. Pero no lo hizo.
No era la primera vez que quería acercarse a él, pero se contenía a sí misma. Antes de salir con Angelo no había sido una persona abiertamente expresiva, pero había cambiado al comenzar su relación con él. Sin embargo, ya no se sentía con la misma libertad. Se preguntó cuándo había empezado a contenerse con él.
—Tenía una reunión que se prolongó demasiado —dijo Angelo, rompiendo el silencio. Sabía que había metido la pata cuando entró al comedor, guiado por los sonidos, y la encontró recogiendo los restos de lo que prometía ser una velada romántica.
Había soltado una maldición al recordar que debía cenar con su esposa y había corrido al segundo piso en busca de ella.
—Supongo que ya no importa —respondió Lionetta.
—Por supuesto que importa. Debería haber estado aquí.
Lionetta sostuvo la mirada unos segundos antes de hablar:
—Así es, pero otra vez no estuviste. Tal vez deberíamos darnos un tiempo —dijo con una calma que incluso a ella le sorprendió. Por dentro, sin embargo, la historia era otra. La sola idea de separarse de él le oprimía el pecho y le impedía respirar con normalidad.
Las palabras quedaron suspendidas entre ellos. Angelo no respondió de inmediato. Incapaz de creer lo que acababa de oír.
—Lo nuestro ya no está funcionando —agregó ella.
—Mi pequeña leona… —dijo él, dando un paso hacia adelante.
Ella retrocedió de inmediato. Sabía que, si él la tocaba, su determinación se desmoronaría y terminaría rindiéndose. Y entonces todo seguiría igual.
Angelo le estaba haciendo daño, cuando alguna vez le prometió que jamás lo haría.
El apodo que solía sacarle una sonrisa, en ese momento solo le causaba más dolor, porque traía consigo el recuerdo de una etapa que sentía lejana.
—Tú también necesitas pensar en lo que realmente es importante —continuó ella, con la voz más firme.
—Tú eres importante.
Lionetta esbozó una sonrisa carente de humor.
—No lo parece. No puedes negar que nuestro matrimonio ha cambiado y si no te has dado cuenta es porque te importa aún menos de lo que creo. Esta noche era mi último intento para que pudiéramos hablar, para ver si todavía quedaba algo que salvar… pero me fallaste. —Lionetta suspiró, agotada—. Esta noche dormiré en la habitación de invitados. Mañana me iré a casa de mis padres.
No estaba segura de si quería hablarles a sus padres sobre los problemas que estaba atravesando su matrimonio.
Dio un paso hacia la puerta, luchando por no quebrarse allí. Pero Angelo no la dejó marcharse, él la tomó de la muñeca cuando pasaba junto a su lado.
—Quédate, por favor —pidió él. Incluso en lo que parecía una súplica, su voz seguía sonando controlada.
Siempre había amado esa faceta suya. Su calma inquebrantable, incluso en los peores momentos. Sentía que podía apoyarse en él y encontrar fortaleza cuando la suya flaqueaba.
Pero ahora lo detestaba por eso. Odiaba que no estuviera enloqueciendo como ella.
—Sabes que te amo.
Lionetta lo miró. Se maldijo por hacerlo, porque bastó una mirada para que su determinación temblara. Estuvo a punto de ceder.
—La verdad es que ya no lo sé —dijo, tragando el nudo en su garganta.
Se soltó de su agarre con un tirón firme y salió sin decir más.
Apenas se recostó en la cama de la habitación de invitados, sintió cómo las lágrimas comenzaban a brotar. Los sollozos no tardaron en sacudir su cuerpo.