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Capítulo 5: Una noche

La brisa fresca de la noche recibió a Angelo al salir al jardín. Descendió los escalones con calma y se alejó de la casa principal, dejando atrás el bullicio de la fiesta mientras seguía el sendero que atravesaba el jardín.

No tardó en darse cuenta de que no era el único que había escapado del evento. A unos metros, sentada en un banco, distinguió la figura de una mujer. Al acercarse un poco más, se dio cuenta que se trataba de Lionetta. Ella estaba ligeramente reclinada hacia atrás, con las manos apoyadas a los costados del banco.

Se detuvo por un instante, dudando si debía acercarse o no. Era evidente que Lionetta había salido en busca de algo de privacidad y no quería imponerse. Sin embargo, la idea de regresar a la fiesta no le resultaba atractiva. Y si seguía allí, observándola desde la distancia, terminaría pareciendo un acosador.

—Así que no soy el único que busca refugio —comentó, volviendo a andar.

Lionetta enderezó el cuerpo y giró la cabeza hacia él.

—Angelo —lo saludó ella con una sonrisa dulce que le resultó de lo más encantador.

Lionetta era una de las hijas de Adriano Morelli, cliente de la empresa de seguridad de su familia, además de amigo de su padre y su tío Giovanni. Hacía al menos un año que no la veía, pero no había cambiado casi nada. Siempre conservaba esa expresión serena y reservada, como si todo el tiempo estuviera evaluando en silencio lo que la rodeaba, muy parecida a su padre. La sonrisa, en cambio, parecía heredada de su madre, Vanessa, porque Adriano rara vez sonreía.

—¿No te molesta que me una a ti?

—Para nada.

Angelo se acercó y se sentó a su lado.

—¿Así que te estás escondiendo? —preguntó, mirándola.

La fiesta la había organizado por Ava y Alessandro, cuñado de Adriano y también buen amigo de su tío Giovanni.

—Sí, hay demasiado ruido adentro —respondió Lionetta.

Angelo ya había notado que ella nunca se andaba con rodeos y procuraba ser honesta, pero sin llegar a ser grosera.

—Y creo que no soy la única que lo piensa —añadió, regalándole otra sonrisa—. Porque si no, no estarías aquí.

—Eres muy observadora —dijo, devolviéndole la sonrisa.

No pudo evitar observarla durante unos segundos. En realidad, no la conocía muy bien. Sus encuentros anteriores habían sido breves, y ella siempre parecía estar en su propio mundo. Sin embargo, cada vez que compartían el mismo espacio, él la había notado, aunque solo fuera por un instante. Era imposible no hacerlo. No solo por su belleza, sino por la seguridad con la que se movía, esa clase de confianza que atrae inevitablemente las miradas.

Lionetta se aclaró la garganta y volvió la vista al frente, rompiendo la breve conexión.

—Hace una noche muy linda —dijo ella e inclinó la cabeza hacia atrás—. Se pueden ver las estrellas con bastante claridad.

Angelo siguió sus movimientos con atención, cautivado, antes de levantar finalmente la mirada hacia el cielo.

El silencio que se instaló entre ellos fue cómodo. La presencia de Lionetta resultaba tranquilizadora. De vez en cuando, Angelo no podía evitar mirarla de reojo, como si algo lo impulsara a hacerlo. Y cada vez que se percataba de ello, desviaba la mirada, como si lo hubieran sorprendido haciendo algo malo.

—Es curioso —dijo de pronto, algunos minutos más tarde, rompiendo el silencio.

—¿Qué cosa?

—No quiero parecer grosero haciendo suposiciones, pero cualquiera pensaría que, al trabajar como modelo, ya estás acostumbrada a fiestas igual o incluso más bulliciosas. Sin embargo, no pareces disfrutar este tipo de eventos y da la impresión de que prefieres no llamar la atención.

—¿Me has estado vigilando? —preguntó ella con un tono juguetón y una sonrisa coqueta.

—Es mi trabajo prestar atención a los detalles.

—Por supuesto —dijo ella, negando suavemente con la cabeza—. Bueno, ya sabes… —se encogió de hombros—. Hago lo que tengo que hacer. Voy a los eventos, sonrío, interactúo con los invitados... y cuando ya he me he quedado lo suficiente como para no molestar a mi agente ni poner en riesgo mi trabajo, desaparezco entre la multitud. Sé que tengo suerte por mi apellido y que no todos pueden hacer eso.

Angelo admiró la madurez con la que hablaba.

—¿Así que es una costumbre tuya huir de las fiestas?

—Es mejor así —respondió ella—. No soy muy buena bebedora, y la última vez que me pasé de copas casi di un espectáculo.

—Oh, creo que lo recuerdo —dijo sonriendo—. Algo sobre

Ella soltó un suspiro, claramente avergonzada.

—No puedo creer que lo sepas. A mi padre casi le da un infarto cuando se enteró a través de mi guardaespaldas y mi madre parecía realmente divertida. Yo solo estaba agradecida de que mi guardaespaldas interviniera antes de que llegara a más.

Angelo soltó una carcajada.

—Todos tenemos nuestros momentos salvajes. Si supieras cuantas veces me he metido en problemas.

Un mechón de su cabello se movió sobre su rostro con la brisa. Antes de pensarlo, estiró la mano y se lo colocó detrás de la oreja. Ella parpadeó y, tras un segundo, se puso de pie.

—Creo que debería volver adentro.

—¿Ya te aburriste de mi compañía? —bromeó.

—Para nada. Pero como ves, no vine preparada para pasar mucho tiempo afuera.

Angelo bajó la mirada y fue entonces cuando notó su atuendo por primera vez. Llevaba un vestido azul marino de satén que resaltaba con la piel clara de Lionetta. El corte de hombros caídos que se unía a un escote en forma de corazón insinuaba el contorno de sus senos. El corsé ajustado abrazaba su cintura y la falda caía en pliegues hasta rozar el suelo. Se veía elegante, pero también cautivadora y sensual. 

Escuchó unas risas acercándose y desvió la mirada, dándose cuenta de que la había estado observando por demasiado tiempo.

—Parece que no somos los únicos que buscamos algo de privacidad. Vamos, te acompaño —dijo, poniéndose de pie y ofreciéndole el brazo.

Lionetta vaciló un segundo, pero finalmente lo tomó. Caminaron de regreso a la casa en completo silencio. Por algún motivo, él se detuvo justo frente a la puerta. Del interior llegaban los sonidos de la música, las conversaciones y las risas.

—¿Te gustaría ir por un café un día de estos? —preguntó, sin pensarlo demasiado.

Ella lo miró, evaluándolo por un instante.

—Estaré de viaje las próximas dos semanas... pero si después aún te interesa, puedes llamarme.

—Lo haré.

Lionetta soltó su brazo y entró primero. Angelo se quedó atrás, con las manos en los bolsillos, observando cómo ella se alejaba.

***

Angelo abrió los ojos, pero tuvo que cerrarlos de inmediato. La luz lo cegó y le provocó una punzada de incomodidad. Se sentía como si hubiera estado bebiendo toda la noche y ahora cargara con una resaca de mil demonios. Aunque no sentía dolor físico, sí estaba experimentando una molestia general. Se preguntó que había hecho para sentirse así, pero las respuestas se le escapaban entre los dedos, incapaz de pensar con claridad.

—Señor Benedetti, ¿puede escucharme? —La voz sonaba lejana y pensó que quizás podría tratarse de su imaginación.

Volvió a abrir los ojos, esta vez los mantuvo entrecerrados, y trató de mover la cabeza para identificar de dónde venía la voz. Pero su cuerpo no respondió, era como estar en uno de esos sueños en los que podía escuchar, pero no hablar ni moverte. Se limitó a recorrer la habitación con la mirada hasta que localizó al hombre que le hablaba. Llevaba una bata celeste y una mascarilla.

Miró una vez más a su alrededor, esta vez más consciente del sonido constante de las máquinas, del olor a desinfectante y de las paredes blancas que lo rodeaban. Aunque debería haber deducido de inmediato donde estaba, le tomó más de lo usual. Era como si su cerebro no pudiera ponerse al corriente.

Cuando por fin la palabra “hospital” se formó en su mente, solo una pregunta surgió en su mente.

¿Qué demonios le había sucedido?

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