La conversación en la mesa era un caos encantador. Luka acababa de terminar una de sus anécdotas sobre las travesuras de sus dos hijos. Entre la historia detrás, las expresiones que hacía y las bromas que soltaba de rato en rato, todos habían terminado riendo a más no poder.
—Ambos eran muy buenos para causar desastres… todavía lo son —concluyó con una sonrisa cómplice.
—No puedo creer que nuestro propio padre piense así de nosotros —dijo Teo, con una sonrisa ladina en los labios. Estaba de vacaciones por un par de semanas antes de iniciar un nuevo proyecto, así que lo veían bastante a menudo—. ¿Alguien puede pasarme el pastel de carne?
—Muy tarde, amigo —dijo Sebastian, tomando la bandeja de vidrio que estaba cerca de él.
Lionetta sonrió al ver cómo su hermano llenaba el plato con calma, poco a poco, sin dejar de mirar a Teo con un brillo travieso en los ojos, como si quisiera provocarlo sin decir una palabra.
—Si comienzan a pelearse por la comida, los mandaré a ambos a un rincón —a