Michael Redford es dueño de una cadena de casinos por el mundo, principalmente en Atlantic City. Uno de sus clientes entra en una mala racha endeudándose hasta el cuello hasta que Michael le pide a su única hija como pago durante un año, pero en matrimonio, él acepta sin dudarlo. Mia es ajena a este trato y cuando lo descubre, está decidida a huir, pero es demasiado tarde, ya que su padre ha firmado, ahora hay un contrato que se tiene que cumplir: tendrá que aparentar ser un matrimonio ante los ojos de la familia Redford y esperar a que termine el tiempo, pero siempre y cuando, el corazón y cualquier sentimiento entre ambos no intervenga. Historia con costo, primeros capítulos gratuitos.
Leer másMia Davis
Manhattan, New York.
Mis dedos maquillaron rápidamente la zona debajo de mis ojos, esas ojeras que se habían formado por falta de sueño y el cansancio me tenían fastidiada. Trabajar de cocinera nueve horas en el restaurante de mi novio, estudiar la maestría por la mañana y todavía llegar a casa para atender a mi padre que tenía adicción al juego, me estaba consumiendo, pero mostraba lo mejor de mí y no me permití para nada el rendirme, menos cuando mi madre nos abandonó por irse con otro.
— ¿Mía? —era mi padre llamando a la puerta del baño.
—Dime—más maquillaje a gran velocidad. —Estoy tarde. —le recordé.
—Dame dinero, —exigió del otro lado de la puerta, detuve lo que estaba haciendo y al verme en el espejo reflejada, solté un suspiro de cansancio. Era la misma historia de todas las mañanas antes de irme a la universidad, la pelea por no darle dinero para su vicio del juego. —Anda, sé qué me has escuchado. —aporreó con fuerza la puerta de nuevo. —Anda. Solo esta vez.
—No tengo. —retomé lo que había detenido, otra vez más fuerte el toque. —Deja de tocar así, realmente voy tarde.
— ¡Dame dinero! —exclamó ya furioso del otro lado de la puerta, dejé de maquillarme y busqué mis propinas en uno de los bolsillos de mi pantalón, conté los dólares arrugados y luego abrí la puerta bruscamente para extendérselos, él sonrió triunfante. — ¿Solo cincuenta dólares? —preguntó al ver que no había más.
—Es todo lo que tengo. —tuve la intención de cerrar la puerta, pero él metió el pie. —Papá, por favor.
—Nada de que “papá, por favor” Dame otros cincuenta, prometo convertirlos dos veces en esto y te los pagaré.
— ¿Cuántas veces no me has dicho lo mismo y nunca me das nada? Y si ganas, te los gastas en alcohol e invitando a tus amigos a tomar en el departamento. Si sigues así, no podré seguir viviendo contigo, tienes que respetar esta casa, yo pago los servicios y pago la renta, todavía tengo que pagar mi maestría a fin de mes. ¿Entiendes?
—Deberías de entrar a ese lugar donde ganas mucho dinero—murmuró entre dientes extendiendo los billetes con sus dedos.
—No puedo creer lo que dices, ¿Quieres que me vaya a trabajar a un burdel para prostituirme? Estás loco, ¿Cómo es que solo dices así? ¡Soy tu hija! —él levantó la mirada.
— ¿No te has visto en el espejo? Eres hermosa, tienes buen cuerpo, podrías ganar los dólares que quieras, eso sí, tienes que cobrar mucho, lo vales. —me quedé estupefacta cuando dijo eso, pero no tenía tiempo para ponerme a discutir o llegaría tarde… De nuevo.
—Tengo que irme. —abrí la puerta y entré a mi habitación, tomé mi celular que tenía cargando, mi mochila y mi filipina blanca del trabajo, luego salí a toda prisa ignorando sus quejas de dinero.
Terminé mis horas de mi máster de negocios, y apenas alcanzaría a llegar al restaurante, tenía más de cinco llamadas de mi novio, Andy. Crucé hasta el otro lado de la ciudad en el metro, me recogí mi cabello en un moño y torpemente sin dejar de caminar me puse mi filipina, un cuerpo alto, fornido y en traje elegante chocó conmigo.
—Lo siento, —me disculpé apenas cuando atrapó mi codo con sus dedos para volverme hacia él.
— ¿Mia Davis? —mis ojos se abrieron un poco más al ver al hombre.
— ¿Quién eres? Suéltame—pregunté intentando soltarme de su agarre, tiró de mí con una facilidad impresionante, — ¡Suéltame! —grité, pero nadie de la gente que cruzaba a mis lados me ayudaba, solo me ignoraban. — ¡Suéltame! —exclamé más alto.
—Si sigues así, será peor. —el miedo me embargó paralizándome.
— ¿Qué es lo que me hará? ¿Por qué me está llevando a la fuerza? —al llegar a la otra esquina, se detuvo frente a un auto blindado, el vidrio de la puerta trasera bajó lentamente, el hombre de un movimiento me puso enfrente de ahí, no alcancé a ver quién estaba sentado, hasta que después palidecí al ver a mi padre sentado en el sillón a lado de un hombre elegante, lo primer que pensé fue “¿Qué es lo que has hecho, papá?”
—Así que tú eres la hija del señor Davis. —escuché una voz ronca y cargada de frialdad pura, me tensé, miré a mi padre quien pareció estar intranquilo. —Súbela en el auto de atrás. —negué rápidamente e intenté salir corriendo, pero fui levantada de la cintura por el hombre del traje, apenas iba a gritar que me bajara cuando estaba ya sentada en el asiento trasero de otra camioneta.
—No te muevas—me advirtió poniéndome tensa. —Te voy a poner el cinturón de seguridad, —anunció, me quitó la mochila y buscó mi celular, escuché a mi corazón latir con fuerza, juraba que aquí mismo me desmayaría, el hombre finalmente subió, pero no me entregó mi celular.
— ¿Me van a matar? ¿Es eso? ¿Mi padre les debe mucho? Dígame cuanto, podemos llegar a un acuerdo. —el hombre sonrió mostrando un diente de oro.
—No, mujer. Nada de matar. Solo iremos al casino para que hablar. —alcé mis cejas y retuve un poco la respiración, el auto empezó a moverse entre el tráfico.
— ¿Por qué no hablar ahora? —pregunté rápidamente.
—No, si vas a hablar es con el señor Redford, así que ahorita, solo estate tranquila.
—Pero tengo que trabajar, ya voy a llegar tarde, por favor, ¿Puedes bajarme en la siguiente parada? Yo me comunicaré con ustedes y…—la risa del hombre grandote sonó en el auto, tan fuerte que hasta el chófer comenzó a reír mirando de vez en cuando por el retrovisor. Al terminar me miró fijamente desde su lugar, luego presionó un botón haciendo que la ventanilla a su espalda se elevara para dar más privacidad, solo estábamos él y yo. Pasé saliva con dificultad.
—Ya no necesitarás trabajar nunca en tu vida. —dijo en un tono cargado de seriedad, no entendí realmente a lo que se refería.
—Tengo necesidad. Tengo que pagar renta, servicios, mi máster en la universidad. —le dije al hombre que seguía quieto con su mirada en mí.
—Ya no tendrás esa necesidad. Ya no tienes casa, así como no la tienes ya, no hay necesidad de pagar servicios, y lo de tu universidad…—hizo una pausa breve—… Te has tomado una licencia hasta dentro de un año es qué volverás.
— ¿Es una broma? ¿Cómo que en un año volveré? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Apostó la casa que rentamos? Es mi padre quien se metió en problemas ¿Por qué tengo que pagar yo sus errores de dinero con el maldito vicio del juego? —estaba empezando a enfurecer.
—Así que aún eres ajena a lo que ha hecho. —mi corazón latió aún más rápido.
— ¿Qué ha hecho? —pregunté en un tono bajísimo, pero que había él escuchado perfectamente.
—Tu padre te ha entregado en forma de pago al jefe. —al escuchar esas palabras, estuve a punto de reírme y él lo notó.
—Por favor, esto es irreal, ¿Quién paga con personas las deudas de juego? —pregunté.
—Tu padre. —respondió.
—Bueno, la pregunta correcta sería, ¿Quién acepta pago con personas las deudas de juego?
—El señor Redford.
Michael Redford Muchos años después… «Ni loca saldrá de esa manera, se puede ver su ombligo y esa diminuta cicatriz por brincar la valla de los viñedos hace tres veranos pasados» «Tienes que mantener tu postura de autoridad, Michael Redford, ignora sus pestañas largas como las agita y esos ojos oscuros haciendo ese gesto del gato con botas, te miente, es una manipuladora, ¿Por qué tenía que tener de mí esa herencia de ser? ¿No pudo heredar una de mis virtudes?» Sí, tenía que ser duro, estricto, si no lo hacía, podría cometer muchos errores en un futuro y… —¿Cómo se mira?—Zoey salió de uno de los probadores con un vestido de noche ahora que llega hasta los pies, no se le ven, pero era de dos piezas y era un tipo de tela que solo cubría sus pechos. Había sacado lo estudiosa de su madre, disciplinada y todo, pero lo manipuladora, de mí. Tenía yo los brazos cruzados contra mi pecho y recargado en el respaldo de aquel sillón felpudo en color gris plata, suspiré drásticamente e hice un ge
Mia RedfordTiempo después…Viñedos «Bella vita», Napa Valley, California.Escuché las risas aproximarse a mi espalda, los pequeños: Lucas, que significaba «Luz», y estaba nuestra pequeña, Zoey, que significaba «Llena de vida» nos recordó el primer grito de su llanto al nacer. Me giré por completo para que Michael soltara a uno de ellos y así ayudarle, entonces quien vino a mí fue mi príncipe, lo levanté y me lo colgué a mi costado, él reía mientras miró a su hermana venir detrás de él, Lucas era idéntico a su padre, cabello negro a excepción del color de sus ojos azules, mientras que Zoey, era idéntica a mí de pequeña, pero con los ojos de su padre. Íbamos camino a nuestro lugar especial, uno que era similar al de los viñedos de los padres de Redford, donde había nacido una tradición, Michael quería una propia con su familia, y aquí estábamos, mirando como empezaría el atardecer para el comienzo de la vendimia del vino.—¿Tienes todo listo para más tarde?—preguntó Michael a mi lado
Meses después, Napa Valley, California. Los viñedos «Bella Vita» Mia dormía finalmente después de haberse sentido incómoda durante la noche, Michael estaba sentado de su lado de la cama, recargado contra el respaldo con la cabeza baja, dormido. Había estado al pendiente de ella durante toda la noche, había quedado en shock cuando notó el movimiento de su vientre muy abultado lleno de estrías por el estiramiento de la piel, impresionado se quedaba corto. De un respingo, despertó. Buscó a Mia y la vio dormir, una sonrisa apareció en sus labios y se estiró, bostezó y decidió levantarse sin despertarla para avisarle a Akira que preparara el desayuno. —No te muevas, bebé, me duele…—susurró Mia acariciando su gran barriga de casi treinta y siete semanas. Michael miró alertado a su esposa, aún faltaba tiempo para que naciera, el doctor había dicho que aproximadamente cuando era un bebé, un embarazo típico duraba cuarenta semanas, pero empezó a preocuparle que Mia estaba más inquieta de l
Mia Davis, futura señora de Redford. Casa de la abuela Redford, Los Ángeles, California. Me alisé de nuevo el vestido de mis costados, pero era señal de nervios, estaba sola en la habitación esperando que llegara O´Kelly con un encargo para después ser llamada para bajar y casarme con Michael. Me llevé las manos a mi vientre, bajé la mirada y algo no estaba bien, era algo extraño, entonces me invadió la duda. «¿Será?» Imposible. Pero las dos tallas que había subido, el dolor de pezones, la libido que tenía por el cielo, luego el comer dos veces más, debe de ser por algo, ¿No? Tocaron a la puerta y me volví. —Adelante—apareció O´Kelly con una pequeña bolsa blanca. —Lo tengo, —me lo extendió y pude notar emoción en su mirada. —¿Está nerviosa? —asentí rápidamente sacando la caja del interior de la bolsa. —Que nadie entre hasta que te diga, por favor. —ella asintió decidida a cumplir mi orden. Tomé aire y lo solté bruscamente, entré al baño armándome de valor y descubrir una verdad
Michael RedfordHabía despertado escuchando la voz de Mia a lo lejos, al abrir un ojo, ella no estaba a mi lado, incluso su ropa y su celular no estaban en el lugar que los dejé horas atrás, el corazón comenzó a latir tan rápido que pensé que era ridículo sentir pánico en este momento, pero mi cuerpo era quien había reaccionado mientras que mi cerebro siguió dormido, al darme cuenta estaba caminando a la puerta envuelto en la sábana blanca a la cintura. Al abrirla lentamente sin hacer mucho ruido, vi a Mia a unos pasos de la entrada y estaba en el celular hablando con alguien. —Bien, estate tranquilo, cuando vaya, hablaremos. —dijo para después terminar la llamada, ella se giró y me miró sorprendida bajo el marco de la entrada a la habitación. —¿A dónde cree que va sin mí, mi futura señora Redford? —pregunté intentando despertar del todo, quería estar despierto para saber qué era lo que estaba pasando. Ella cortó la distancia entre los dos, y luego me rodeó con sus brazos, hizo la c
Mia Davis Los Ángeles, California. Tres meses se cumplían hoy desde que Michael y yo habíamos firmado el divorcio, tres meses sin saber de él, sin saber si estaba bien, su familia no había roto comunicación conmigo, al contrario, querían estar al pendiente de mí y yo se los permití. Decían que era parte de su familia aunque no estuviera con él. La abuela, era un amor. Ella era quien me preocupaba más, su salud se había empezado a deteriorar y ahora viajaba menos. Lo más sorprendente de ella fue que había comprado una casa en Los Ángeles para estar cerca de mí, simplemente era una persona excepcional, siempre aconsejándome y apoyándome a pesar de ya no ser parte de los Redford decía que para ella era su nieta. —¿Te gusta?—preguntó la abuela de Michael, me mostró una de tantas habitaciones vacías, pero esta, era hermosa, entraba mucha luz y estaba alfombrada. —¿Para qué crees que pueda usar esta habitación? —Ya tienes seis para huéspedes, una más, ¿No es mucho?—ella sonrió. —Sí,
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