Desde el momento en que la vio arrodillada, suplicando por la vida de otro hombre, Credence Foster supo que la quería... y que haría cualquier cosa por tenerla. Danika, desesperada, vendió su libertad para salvar al hombre que amaba. Pero en vez de redención, encontró condena: cuatro años siendo la amante de un monstruo disfrazado de magnate. Para ella, fue un sacrificio. Para él, una posesión firmada con sangre. Su cuerpo se volvió su propiedad. Su dolor, su pasatiempo favorito. Danika soportó. Calló. Se quebró por dentro. Hasta que el amor que protegía la traicionó con la misma crueldad que la empujó a los brazos de su verdugo. Ahora, sin futuro, sin esperanza, solo le queda el infierno que la consume… Y Credence, que no está dispuesto a soltarla. Porque ya no la quiere solo en su cama. La quiere rota. La quiere rendida. La quiere solo suya. Y si para eso tiene que destruirla, entonces que arda el mundo.
Leer másDanika lo miró con los ojos encendidos de ira y dolor. El pecho le ardía, pero su voz salió firme, como un latigazo en medio de la noche:—¡Nunca lograrás tu objetivo, Credence! Si no me das a mi hijo… lo recuperaré por mi cuenta.Se dio media vuelta, negándose a derramar una lágrima frente a él. A sus espaldas, el aire se llenó de una risa que heló la sangre en sus venas.—Está bien, Danika… vete —dijo Credence, su voz impregnada de burla mientras sus ojos afilados brillaban bajo la luz de la luna—. Vete, si crees que puedes.Su carcajada resonó en el silencio, rebotando entre los muros de la mansión como un eco cruel. Danika apretó los puños y siguió caminando, sin mirar atrás.La carretera era un desierto de asfalto bajo el cielo estrellado. No había un alma a la vista, ni un solo auto que cruzara. Solo el susurro del viento entre los árboles y el lejano murmullo de la noche. Cada paso hacía crujir las piedras del camino, recordándole su imprudencia: haberse deshecho del taxi con t
Credence no pudo contener más la emoción. Sus piernas parecían moverse solas mientras corría hacia Mikahil. En un instante, se inclinó y levantó al niño en el aire, sonriendo con una mezcla de alegría y asombro que parecía iluminar toda la oficina.—¡Míralo! —susurró, más para sí mismo que para nadie—. ¡Mi hijo… mi hijo!El pequeño rió, contagiado por la euforia de su padre. Credence lo sostuvo con firmeza, acercando su rostro al del niño, inhalando la dulce fragancia de bebé que lo envolvía. Cada respiración lo llenaba de un amor abrumador, un sentimiento que jamás había experimentado con tanta fuerza.Mikahil, con sus ojitos brillantes y una mezcla de nervios y emoción, rompió el silencio:—Papá… estaba muy emocionado de conocerte al fin. Siempre le he dicho a mamá que me deje conocerte, pero ella nunca quiso. Por eso me escapé de la guardería y vine aquí solito… Encontré la dirección en internet.Las palabras del niño golpearon a Credence como un torrente. Sus ojos se llenaron de l
El silencio se quebró en cuanto Credence abrió la boca. Sus pasos fueron decididos, atravesando el salón como un huracán. Cada mirada se clavaba en él, pero no le importaba. Todo lo que existía en ese momento era la imagen frente a él: Danika, su hijo, y Rayner.—¡Basta! —rugió, la voz retumbando en las paredes—. ¡Danika, ese niño… es mío! —apuntó con furia hacia el pequeño que caminaba entre ellos—. ¡MI hijo!El salón quedó paralizado. Danika sintió un escalofrío recorrer su espalda; sabía que él lo descubriría tarde o temprano, pero no mostró miedo. Se enderezó, levantó la barbilla y lo enfrentó, firme:—No, Credence —dijo con voz clara, sin vacilar—. Este niño es mío y de Rayner. No de tuyo.Esas palabras fueron como gasolina sobre un fuego que ya estaba desatado. Credence sintió cómo la ira y los celos se apoderaban de él. Sus ojos se llenaron de furia, y por un instante perdió todo control. Dio un paso hacia Rayner, levantando la mano con intención de golpearlo, pero los guardias
POV: Credence FosterVerlo llevársela así… me rompió algo por dentro. Quise objetar, quise correr hacia ella, arrancársela de los brazos como si fuera mía, como si nadie más tuviera el derecho de tocarla. Porque nadie lo tiene. Mucho menos ese imbécil de Rayner.Pero por una maldita milésima de segundo, me obligué a quedarme quieto.Contuve las ganas de matarlo ahí mismo. Respiré hondo, me tragué la rabia. Aunque sentía que el corazón se me estaba pudriendo del coraje.Cuando vi que se marchaban, no pude más. Subí al auto y conduje como un maldito loco. El volante casi se rompe con la fuerza de mis manos. Y en mi cabeza, una sola idea: "No voy a permitirlo. No puede quitármela. No a Danika."Porque eso es lo que intentaba hacer. Robármela. Arrebatarme lo único que me calma, lo único que me hace sentir… algo.Rayner. ¿Quién diablos se cree que es?Él no sabe lo que desató.Aparqué de golpe frente a la mansión. Y apenas bajé del auto, lo supe. El ambiente estaba raro. Tenso. Hombres arm
POV: Darlene Volcker (Danika)Desperté de golpe a mitad de la noche. Un tirón brusco, un calambre punzante en el vientre me arrancó de los brazos del sueño. Era ese tipo de dolor que te dobla, que te hace sudar frío en segundos.—Quédate quieta —musitó Credence, medio dormido, con la voz ronca.Yo respiré hondo, intentando no gemir.—Tengo dolor —dije, apenas en un susurro.Él abrió los ojos de inmediato, como si esa palabra le hubiera activado una alarma interna.—¿Dónde te duele? ¿Te sientes bien? Vamos al hospital.—Y dale con lo del hospital —bufé, girando los ojos con fastidio—. No es nada grave, señor Foster. Son calambres… de la regla. Es normal. Solo necesito mis pastillas para el dolor.Vi cómo su expresión cambiaba. Pasó del susto a la confusión, y de ahí a la preocupación desmedida.—Y no solo pastillas —añadí, tomándome el vientre con una mano—. También necesito un té de canela.Sin decir una palabra más, se levantó de la cama como si fuera una emergencia de vida o muerte.
POV: Darlene Volcker (Danika)Credence me tomó del brazo con firmeza y me arrastró hasta el asiento del copiloto. No me dio opción. Cerró la puerta con un golpe seco y se posicionó de inmediato frente al volante. Apenas encendió el auto, salió disparado como alma que lleva el diablo. Estaba furioso. Lo sentía en su respiración, en su mirada, en la forma en que apretaba los dientes. Iba tan rápido que el paisaje se volvió un borrón de luces y asfalto.Pero yo no temblé.No era miedo lo que me recorría por dentro. Era otra cosa… una mezcla amarga de impotencia y ansiedad. Lo único que me dolía, lo único que me hacía tragar saliva con dificultad, era pensar en Mikhail.Mi bebé.Él estaba en casa, esperándome como cada noche. Siempre me decía que sin su beso no podía dormir. Se lo creía de verdad. Me tomaba la cara con sus manitas y me susurraba al oído que el beso de mamá espantaba las pesadillas.Y ahora yo no estaba ahí.Mi corazón se encogía con solo imaginar su carita triste, pregunt
Último capítulo