Para salvar la vida del hombre que ama, Danika .Desesperada, acepta la oferta del hombre más temido y poderoso de la ciudad: Credence Foster, un magnate frío y despiadado que la compra a cambio de cuatro años como su amante. Lo que comienza como un sacrificio por amor, se transforma en una pesadilla donde su cuerpo es un contrato, su alma una moneda y su dignidad un precio. Pero el golpe más cruel llega después: Lincoln, ya recuperado, la traiciona frente a todos. Danika lo pierde todo. Y en medio de la oscuridad, solo le queda el hombre que la compró… y que comienza a obsesionarse con ella más de lo que jamás imaginó.
Leer másPOV : Danika Respiraba con dificultad. El aire no me entraba bien en los pulmones, como si algo invisible me apretara el pecho. Sentía el corazón desbocado, el temblor en las manos, y las piernas débiles como si fueran de papel mojado.Olimpia, que seguía a mi lado, me regaló una mirada que dolía más que cualquier palabra. Era una mezcla de resignación y tristeza. Como si quisiera abrazarme, pero supiera que ya nada podía salvarme del dolor que me estaba ahogando.Las secretarias a mi alrededor no dejaban de murmurar. Los susurros se mezclaban con risas contenidas, con miradas furtivas , hacia ellos. —Ella sí es una mujer para el señor Foster —escuché.—Alta, elegante, fina… de familia poderosa.Dijeron, bajando la voz, pero no lo suficiente.Como pude pensar que el se quedaría con una pobre huérfana sin apellido, sin fortuna, sin nadie que me respaldara. A la que solo le quedaba el recuerdo de un contrato firmado con lágrimas.Mi cuerpo temblaba, pero no me moví.Entonces los vi.A
Pensé que ya no podía doler más. Que después de los golpes, del abandono de Lincoln, ya no quedaba nada en mí que pudiera romperse. Pero me equivoqué. —¿Y nosotros? —pregunté, aunque mi voz apenas salió. Un susurro tembloroso, ahogado por el miedo y la humillación.Credence no se detuvo. Seguía frente al espejo, ajustándose la corbata con calma, como si lo que acababa de decir no hubiera sido una sentencia, como si yo no estuviera ahí… como si nunca hubiera estado.—¿Y nosotros qué? —respondió, sin emoción, sin mirarme.—¿Qué va a pasar con nosotros? —repetí, más firme, aunque sentía que el alma se me rompía con cada palabra.Debemos terminar… No .Lo vi alzar una ceja, como si la pregunta le molestara por lo absurda que le parecía. Después se arregló la chaqueta, perfecto, impecable, como siempre. Como si la perfección en su reflejo fuera más importante que lo que había en la habitación conmigo.— Así es —dijo, seco, definitivo.—Mi matrimonio necesita… una pureza de mentira —soltó
La oscuridad no fue el final.Desperté en una fría habitación de hospital, atada a máquinas que pitaban como aves de mal agüero. El dolor era una entidad viva que habitaba cada célula de mi cuerpo. Las costillas fracturadas, la contusión pulmonar, las magulladuras profundas... todo recordatorio de las patadas de Lincoln, del desprecio que selló el fin de nuestro mundo.Los médicos hablaban en términos clínicos, pero sus miradas decían más: "¿Quién haría esto a una mujer?".Las semanas se arrastraron en un limbo de dolor físico y una agonía mental aún más profunda. Lincoln. Su nombre era un mantra de dolor. ¿Por qué? ¿Por qué negarme? ¿Por qué la violencia?Tan pronto como pude sostenerme, intenté encontrarlo. Lo llamé mil veces , incluso me atreví a acercarme a las imponentes puertas de la mansión Ferraro. La respuesta fue siempre la misma: guardaespaldas implacables, miradas de desdén, la orden fría de "Alejarse o habrá consecuencias". Era como si Lincoln Ferraro hubiera nacid
—¿Qué? ¿Pero cómo es que ustedes son sus padres? —pregunté sin poder creer lo que acababa de escuchar.Mi voz tembló, igual que mis manos. Miraba a esa pareja tan elegante con el corazón en un puño, esperando una respuesta, una explicación… algo.Pero no dijeron nada.En cambio, sus ojos se posaron en mí, recorriéndome de pies a cabeza con una expresión de absoluto desprecio. La madre de Lincoln frunció los labios al ver mi vestido sencillo, claramente barato, y el padre levantó una ceja, como si la sola visión de mi ropa fuese una ofensa.Sentí cómo me desnudaban con la mirada, con desdén. Me juzgaban, me clasificaban… y yo no pasaba la prueba.Después, simplemente caminaron hacia Lincoln como si yo no estuviera allí, como si mis palabras no tuvieran importancia.Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. De pronto ya no podía respirar. Me sentía fuera de lugar, invisible… como si jamás hubiese existido en la vida de él.De repente sentí que no encajaba allí. Ese lugar, esa gente, in
Temblaba.Cada fibra de mi cuerpo gritaba que corriera. Que dijera que no. Que me levantara de aquella acera húmeda y huyera lejos de ese hombre y de su propuesta indecente.Pero entonces… Lincoln.Su rostro pálido, su cuerpo inmóvil, los pitidos de las máquinas, la palabra urgente en la voz del doctor…Un millón de dólares.Un millón de dólares o la muerte.Tragué saliva con dificultad.¿Qué estoy haciendo? ¿Y si me arrepiento? ¿Y si él es peligroso?Mis labios se entreabrieron, apenas un susurro, apenas una rendición.—Acepto… —dije, sin mirarlo directamente, con la voz quebrada por el miedo y la vergüenza—. Lo haré.Hubo un segundo de silencio. Como si hasta la lluvia contuviera el aliento.Él no dijo nada. Solo se giró con calma y caminó hacia un auto negro estacionado a un costado. Un chofer abrió la puerta trasera.Me miró por encima del hombro.—Entra.Y lo hice.Dí el primer paso hacia una vida que ya no me pertenecía.El interior del auto era tan silencioso que podía oír mis
El reloj marcaba las tres de la madrugada. Cada segundo era un golpe seco en mi pecho. Estaba sentada, las manos temblorosas sobre el regazo, con la mirada fija en el piso. No podía pensar en nada más que en él. En su rostro pálido. En su cuerpo inmóvil. El cansancio me pesaba en los huesos, pero no podía permitirme descansar. No mientras no supiera si seguiría con vida. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. Me ardían los ojos, pero ya no me quedaban lágrimas. Solo miedo. Solo esa desesperación muda que te aprieta la garganta hasta dejarte sin voz. Entonces se abrió la puerta. Me levanté de golpe. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, impulsado por una esperanza débil, casi inexistente. El doctor apareció con el rostro serio, demasiado serio. —Lo siento, señorita… —dijo, con una pausa que me rompió el alma— pero para salvar la vida de su prometido, necesitaremos una cirugía urgente. El costo es de un millón de dólares. Un millón. Sentí que el mundo se desmoronab
Último capítulo