Traicionada, se vende al millonario

Traicionada, se vende al millonarioES

Romance
Última actualización: 2025-06-25
Marnie  Recién actualizado
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Resumen
Índice

Para salvar la vida del hombre que ama, Danika .Desesperada, acepta la oferta del hombre más temido y poderoso de la ciudad: Credence Foster, un magnate frío y despiadado que la compra a cambio de cuatro años como su amante. Lo que comienza como un sacrificio por amor, se transforma en una pesadilla donde su cuerpo es un contrato, su alma una moneda y su dignidad un precio. Pero el golpe más cruel llega después: Lincoln, ya recuperado, la traiciona frente a todos. Danika lo pierde todo. Y en medio de la oscuridad, solo le queda el hombre que la compró… y que comienza a obsesionarse con ella más de lo que jamás imaginó.

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Capítulo 1

1)

El reloj marcaba las tres de la madrugada. Cada segundo era un golpe seco en mi pecho. Estaba sentada, las manos temblorosas sobre el regazo, con la mirada fija en el piso. No podía pensar en nada más que en él. En su rostro pálido. En su cuerpo inmóvil.

El cansancio me pesaba en los huesos, pero no podía permitirme descansar. No mientras no supiera si seguiría con vida. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho. Me ardían los ojos, pero ya no me quedaban lágrimas. Solo miedo. Solo esa desesperación muda que te aprieta la garganta hasta dejarte sin voz.

Entonces se abrió la puerta.

Me levanté de golpe. Mi cuerpo reaccionó antes que mi mente, impulsado por una esperanza débil, casi inexistente. El doctor apareció con el rostro serio, demasiado serio.

—Lo siento, señorita… —dijo, con una pausa que me rompió el alma— pero para salvar la vida de su prometido, necesitaremos una cirugía urgente. El costo es de un millón de dólares.

Un millón.

Sentí que el mundo se desmoronaba bajo mis pies. Me quedé sin aire. La cabeza me daba vueltas.

¿Un millón?

¿Cómo iba a conseguirlo si no tenía nada en la vida? Yo… yo tan solo era una pobre huérfana.

Me quedé quieta. No podía moverme, ni pensar, ni respirar bien. Sentía que el corazón se me partía en pedazos.

Y entonces, empecé a recordar.

Lincoln.

Crecimos juntos en el mismo orfanato. Desde niños solo nos tuvimos el uno al otro. Nadie más.

Nuestros padres nos dejaron como si no valiéramos nada. Nos abandonaron sin mirar atrás, sin preguntarse si íbamos a estar bien. Pero nos teníamos a nosotros . Siempre nos tuvimos.

Recuerdo una noche, una de esas en las que el frío parecía querer colarse dentro de los huesos.Tenía tanto frío que los dientes me castañeaban, y no importaba cuánto intentara acurrucarme en la esquina del colchón, el hielo del invierno se colaba por cada costura de la manta delgada que me cubría. Tenía apenas diez años, y el orfanato... era más cárcel que refugio.

Tiritaba, con los labios morados, intentando no llorar. No porque me doliera el frío, sino porque dolía más la soledad. Entonces lo sentí. Un peso leve junto a mí, y luego unos brazos flacos, pero firmes, envolviéndome con cuidado.

—No tengas miedo, Nika —susurró Lincoln, su voz temblaba un poco, pero aún así me sonó segura. El vapor de su aliento formaba nubecitas entre nosotros.

—Te calentaré. Prometo que siempre te cuidaré.

Me aferré a él, como si fuera lo único real en ese lugar desolado. Por primera vez desde que me abandonaron allí, sentí calor. No del cuerpo, sino de ese que te llena el pecho y te dice que, quizá, no estás tan sola como creías.

Compartíamos todo. La cama cuando teníamos frío, las risas cuando todo dolía. Él era mi refugio, mi protector, la única razón por la que los días oscuros tenían sentido.

Hacíamos promesas... que algún día seríamos libres. Felices. Que íbamos a tener una casa, una vida mejor.

Que nada nos separaría. Que íbamos a estar juntos para siempre. Esas promesas no eran solo palabras; eran el aire que respiraba, la luz que me guiaba en la oscuridad.

Él es todo lo que tengo... y ahora lo puedo perder. Sentí que el alma se me rompía. Un mundo sin Lincoln no era un mundo; era un vacío insondable, una condena peor que la muerte.

No podía imaginar un mundo sin él. Sin su voz. Sin su sonrisa. Sin su abrazo. No podía dejar que se fuera. No podía perder a la única persona que alguna vez me amó de verdad.

Salí del hospital sin decir una palabra. Ni siquiera sabía hacia dónde iba. Solo caminé. Como si mis pies se movieran solos, arrastrando mi cuerpo cansado por una ciudad que ni siquiera notaba que yo existía.

Una llovizna fina empezó a caer, mojándome poco a poco, pero no me importó. La sentí en la piel, fría y suave, como si el cielo también quisiera llorar conmigo. A mi alrededor, todo seguía igual: autos pasando a toda velocidad, bocinas, voces, luces de neón encendidas en los restaurantes, risas de personas que no conocían el dolor.

La ciudad seguía su vida… mientras la mía se desmoronaba.

Nadie me miraba. Nadie se detenía. Yo era solo una más, una sombra más entre tantas. Invisible.

Caminé sin pensar hasta que, sin darme cuenta, estaba frente a un restaurante elegante. Las vitrinas brillaban, llenas de luces cálidas. La gente dentro reía, comía, brindaba. Afuera, dos guardaespaldas con trajes oscuros custodiaban la entrada .

Me senté en la acera, justo frente a ellos. La lluvia seguía cayendo, pero ya no sabía si lo que mojaba mi rostro eran gotas o lágrimas.

Lloré en silencio. No tenía fuerzas para más. El pecho me dolía tanto que apenas podía respirar.

¿Cómo se supone que una persona como yo iba a encontrar un millón de dólares?

¿Cómo se supone que iba a salvarlo ?

No tenía familia. No tenía dinero. No tenía a nadie.

Solo lo tenía a él… y estaba a punto de perderlo.

Estaba temblando, con los ojos en el suelo. No esperaba que nada cambiara. Estaba perdida, tan sola que dolía incluso respirar.

Entonces, escuché el ruido de una puerta al abrirse a mi derecha. Alcé la vista, sin fuerzas, sin pensar.

La puerta lateral del restaurante se abrió en silencio absoluto, como si el aire mismo contuviera el aliento. Los guardaespaldas se inmovilizaron al instante, formando un muro humano que aislaba a aquel hombre alto del resto del mundo. Sus ojos – fríos como el acero bajo la lluvia – se clavaron en mí.

—Tú… —dijo, dando un paso hacia mí— eres la chica de aquella vez, ¿no? La del agua.

Mi corazón dio un vuelco.

Un recuerdo cruzó por mi mente como un rayo:

Estaba saliendo de la universidad, apurada, cuando lo vi en un banco del parque. Estaba cubierto de sangre. Herido. Solo. La gente lo evitaba, nadie se atrevía a acercarse. Pero yo… yo lo hice.

Sin pensarlo, saqué mi botella de agua de la mochila y se la ofrecí. No sabía quién era, ni por qué estaba así. Solo supe que tenía sed. Que parecía estar al borde.

Él me miró entonces como si no entendiera por qué alguien haría algo así por él.

Y justo cuando iba a preguntarle si estaba bien, Lincoln me llamó desde lejos.

Tuve que irme. No volví a verlo.

Hasta ahora.

—¿Qué te pasa? —me preguntó, mirándome como si pudiera ver a través de mí.

No supe cómo responder. Las palabras se quedaron atoradas… hasta que salió una sola frase, como un grito mudo, como un último intento de no ahogarme.

—Necesito un millón de dólares...

Mi voz tembló. No dije por qué. No hacía falta. Solo lo dije, como si el cielo me escuchara. Como si alguien pudiera salvarme.

Él se quedó en silencio.

Sus ojos no se apartaban de mí. No tenía expresión en el rostro, pero algo en su mirada me hizo sentir expuesta, desnuda, pequeña.

Y entonces habló.

—Sé mi amante durante cuatro años... y el dinero será tuyo esta misma noche.

—¡Claro que sí aceptas! —espetó con una sonrisa helada, como si la decisión ya estuviera tomada por mí .

Entonces, como si dictara una sentencia, añadió:

—Esos Cuatro años serán de discreción absoluta. Su voz cortó la llovizna como un cuchillo. —Preguntas sobre mí significarán la anulación inmediata del contrato… y consecuencias para ese joven de la camilla.

Al mencionar a Lincoln, uno de sus guardaespaldas giró imperceptiblemente la muñeca, dejando ver el borde de una cicatriz. Un gesto sutil, pero cargado de historia.

El mundo pareció detenerse.

—¿Qué…? —susurré, pero la palabra no alcanzó a salir del todo.

Me quedé helada.

Mi cuerpo entero reaccionó en shock.

Mi corazón latía tan fuerte que dolía.

¿Lo había escuchado bien?

Él se mantuvo firme, esperando mi respuesta. Como si supiera que no tenía más opción …..

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