Credence no pudo contener más la emoción. Sus piernas parecían moverse solas mientras corría hacia Mikahil. En un instante, se inclinó y levantó al niño en el aire, sonriendo con una mezcla de alegría y asombro que parecía iluminar toda la oficina.
—¡Míralo! —susurró, más para sí mismo que para nadie—. ¡Mi hijo… mi hijo!
El pequeño rió, contagiado por la euforia de su padre. Credence lo sostuvo con firmeza, acercando su rostro al del niño, inhalando la dulce fragancia de bebé que lo envolvía. Cada respiración lo llenaba de un amor abrumador, un sentimiento que jamás había experimentado con tanta fuerza.
Mikahil, con sus ojitos brillantes y una mezcla de nervios y emoción, rompió el silencio:
—Papá… estaba muy emocionado de conocerte al fin. Siempre le he dicho a mamá que me deje conocerte, pero ella nunca quiso. Por eso me escapé de la guardería y vine aquí solito… Encontré la dirección en internet.
Las palabras del niño golpearon a Credence como un torrente. Sus ojos se llenaron de l