Jamez fue el primero en acercarse, por supuesto.
Sentí su sombra invadirme como una amenaza antes siquiera de que hablara. Su presencia no me reconfortaba… me enfermaba.
Su voz se deslizó cerca, con ese tono meloso que me helaba la piel.
—Vamos, Danika —susurró, como si le importara. Como si no disfrutara cada segundo de mi humillación.
Sus manos tocaron mis brazos sin permiso, intentando levantarme.
Pero no había ternura en su gesto. Solo una posesión silenciosa.
Como si mi dolor le perteneciera.
Contuve el aliento. El asco me subió hasta la garganta.
No quería que me tocara.
No quería ni respirar el mismo aire que él.
Su cercanía me revolvía el estómago.
Prefería quedarme tirada en el suelo mil veces antes que aceptar su ayuda.
Mi cuerpo temblaba, no solo por el frío del vino empapando mi piel, sino por la humillación que me quemaba hasta el alma. No pude mirarlo, apenas si podía sostenerme.
Antes de poder decir una palabra más, Serenithy apareció frente a nosotros, con su sonrisa f