Ariana Torrealba descubre que su matrimonio de cinco años es una mentira, cuando se entera de que su esposo es infiel, gracias a su amante. Decidida a recuperar su dignidad, le entrega los papeles del divorcio y planea huir para siempre. Pero escapar de Sergio Torrealba no será tan fácil. Detrás del hombre encantador que conoció, se esconde alguien capaz de todo por no perderla. Su obsesión se convierte en una amenaza mortal. Ariana deberá elegir entre rendirse a la jaula que él construyó para ella, o arriesgarlo todo por su libertad, incluso su propia vida. Y si logra escapar, ¿podrá volver a amar después de la traición?
Leer másHospital comunitarioMedianocheLos pasillos del hospital olían a desinfectante y ansiedad.Cada segundo se sentía como una eternidad para Miranda, que iba y venía como una sombra sin rumbo, con los dedos entrelazados en un nudo de nervios y los ojos rojos de tanto llorar.Su madre estaba junto a ella, sentada, intentando darle apoyo, aunque también se le notaba al borde del colapso.—Tiene que salir bien… tiene que salir bien… —murmuraba Miranda una y otra vez, como si ese mantra pudiera cambiar el curso de lo que pasaba tras las puertas frías del quirófano.Finalmente, el doctor apareció.Su rostro cansado decía mucho incluso antes de hablar.—Hemos logrado detener la hemorragia interna —informó con un tono profesional, pero compasivo—. Ahora hay que esperar. Si su cuerpo no presenta más complicaciones esta noche, será un buen indicio de recuperación.—¿Puedo verlo…? Por favor.Él asintió, y una enfermera de rostro amable se acercó para guiarla.Miranda asintió con la cabeza, aunque
Imanol tomó la mano de Marfil y, con un gesto instintivo, la colocó detrás de él, como si fuera un escudo humano dispuesto a protegerla de cualquier amenaza.Su cuerpo se tensó por completo, como una muralla de carne y hueso erguida frente al enemigo.No iba a permitir que Sergio se acercara, mucho menos que le hiciera daño a la mujer que amaba.Los ojos de Sergio brillaron con algo más que rabia: había un extraño resplandor en ellos, una mezcla de dolor contenido, resentimiento y obsesión. Pero no atacó. Aún no. Necesitaba respuestas.«Quiero saber si tú sabes quién soy, Imanol... Quiero ver si tienes el valor de admitirlo.»Marfil temblaba. Su cuerpo, aunque cubierto por la cálida brisa marina, sentía un frío punzante.La sola presencia de Sergio le revolvía el estómago. Su voz, su sombra, ese tono burlón disfrazado de calma... Todo en él era una amenaza latente.—¡¿Qué haces aquí, Sergio?! —gritó Imanol, con un nudo en la garganta—. ¿Cómo nos encontraste?Imanol giró su cabeza ráp
El sol comenzaba a desvanecerse sobre las aguas tranquilas del mar Adriático, tiñendo el cielo de naranjas y lilas, como si el mundo entero se preparara para dormir.Pero no para él. No para Sergio Torrealba.Miró por la ventana del auto, una pequeña colina cubierta de hierba reseca, podía imaginar la bahía donde el crucero había anclado. Sabía que ese barco zarparía al amanecer.Tenía solo esta noche. Solo unas pocas horas para alcanzarla… o perderla para siempre.Clavó la mirada en el horizonte y apretó los dientes con fuerza.Dentro de él, un huracán lo consumía. Su corazón, endurecido por el rencor y la pérdida, latía con violencia.—Ariana… —murmuró, con la voz quebrada—. Estás con él. Te entregaste a otro hombre. ¿Cómo pudiste?Una sonrisa amarga se dibujó en su rostro mientras una lágrima resbalaba por su mejilla, cálida, silenciosa, traicionera.Se la limpió con furia. La pena se transformaba en ira. Su pecho ardía.No podía permitir que otro la tocara. No a ella. No a su espo
Sergio Torrealba miraba hacia el horizonte desde el asiento trasero de su lujoso automóvil.La brisa del atardecer no lograba calmar el fuego que crepitaba en su interior.Aquel hombre, que había construido una vida sobre el poder y el control, sentía ahora que todo se le escapaba de las manos.Esperaba ansioso ver llegar a sus guardias con las dos piezas clave de su juego: Miranda e Imanol.Pero cuando los vio regresar solos, sin aliento y con la mirada baja, un presentimiento oscuro le mordió el pecho.—¿Dónde están? —rugió, levantándose de golpe.Uno de los hombres tragó saliva, incapaz de sostenerle la mirada.—Señor… lo sentimos… pero, ¡ellos escaparon!Sergio lanzó un puñetazo al aire que casi derriba un jarrón de cristal junto a él.—¡Maldita sea! —gritó, tan fuerte que los ventanales vibraron—. ¡Debemos irnos, ahora!La rabia que sintió fue tan intensa que por un momento pensó que su corazón iba a estallar.Pero no era solo furia. Era miedo. Miedo a perder el control. Miedo a
Sergio miró a Lynn con desconfianza.Sus ojos fríos parecían intentar atravesarla, buscando una mentira en su voz, una grieta en su determinación.—¿Estás segura de que hablarás? —preguntó, arrastrando las palabras como una amenaza apenas velada.—Sí. —La voz de Lynn tembló ligeramente, pero su mirada no vaciló—. Y para probarlo... cuando los dejes ir, yo me quedaré contigo.Un silencio espeso cayó entre ellos. Sergio ladeó la cabeza, estudiándola.Esa ya no era la Lynn que lo adoraba, la sustituta imperfecta de Ariana que él había moldeado a su antojo.Ahora la veía claramente: una mujer rota, sí, pero no vencida.El odio en sus ojos era idéntico al de Ariana, ese asco que tanto lo enfurecía.Se encogió de hombros, con una media sonrisa torcida.—Está bien. Tú ganas... por ahora.Miranda, al escucharla, dio un paso hacia ella, horrorizada.—¡Lynn! ¿Qué demonios haces?—¡Par de tontos! —gritó Lynn, con un dolor tan feroz que apenas podía respirar—. ¡No los voy a dejar morir por su mal
Sergio lanzó una mirada fría a Lynn antes de hacer una señal con la mano.De inmediato, uno de sus guardias entró en la habitación, cerrando la puerta tras él como si sellara su destino.Sergio se acercó lentamente a Lynn, disfrutando del terror que veía en sus ojos, y le quitó la venda de la boca con un movimiento brusco.—¡Por favor, déjanos ir, Sergio! —suplicó Lynn, la voz rota por el miedo—. ¿No has hecho ya suficiente daño?Una sonrisa torcida se dibujó en el rostro de Sergio. No respondió con palabras.Solo alzó una mano, y el guardia, obediente, se dirigió hacia Arturo.Sin piedad, comenzó a golpearlo brutalmente.Miranda soltó un grito ahogado, sus lágrimas comenzaron a correr sin control.—¡Basta! ¡Déjalo, por favor! —clamó, extendiendo una mirada hacia ellos, como si pudiera detener el horror con solo un gesto.Pero Sergio, implacable, ni siquiera parpadeó.—Entonces, ¡habla! —rugió—. ¡¿Dónde está Ariana?!Miranda lo miró entre sollozos, el rostro bañado en lágrimas y deses
Mientras tanto, en un hotel lujoso de Lisboa, Lorna se sumergía en la calidez de una bañera de mármol blanco, rodeada de espuma perfumada.Una copa de vino tinto descansaba en su mano derecha, y en la izquierda sostenía su teléfono móvil.La pantalla iluminaba su rostro con un brillo frío, mientras sus ojos, delineados con esmero, se abrían con una falsa sorpresa al leer la noticia que esperaba desde hacía tanto tiempo.Una sonrisa torcida, cargada de venenosa satisfacción, curvó sus labios pintados de rojo intenso.«Se ha descubierto una red de lavado de dinero que está salpicando con dureza a grandes empresarios del Mediterráneo. Entre ellos, destaca Sergio Torrealba y su conglomerado, el Grupo Torrealba. Tras una minuciosa auditoría iniciada esta mañana, se ha confirmado la existencia de pruebas contundentes que acusan al importante empresario de participar en una red de lavado de activos que supera los miles de millones de dólares. Actualmente, la policía continúa la búsqueda del
Sergio clavó su mirada en la mujer que se burlaba frente a él, deseando borrar esa sonrisa insolente de su rostro de un solo golpe.Sus manos se crisparon a los costados, y la furia le hervía en las venas.Estaba a un paso de perder el control.Pero entonces, el sonido agudo de las sirenas cortó el aire como un cuchillo.Varias patrullas aparecieron en la propiedad, rodeándolo.Sergio, a regañadientes, contuvo su ira.Respiró hondo, ocultando bajo una máscara de aparente calma el huracán que le devastaba por dentro.—Señora Darson, ¿hay algún problema que necesite nuestra ayuda? —preguntó el comisario, bajándose de su vehículo, con una expresión de cautela.Freya, imperturbable, sonrió como si la situación no fuera más que un juego.Luego dirigió una mirada llena de veneno hacia Sergio.—¿Y bien? —preguntó, dejando caer las palabras con ironía—. ¿Hay algún problema, Sergio?El nombre de él en su boca sonó como un escupitajo.Sergio sintió la sangre hervirle aún más, pero logró esbozar
Pronto, el auto fue rodeado por muchos guardias que parecían estar dispuestos a lo peor.Un miedo palpable recorrió cada rincón de sus cuerpos, como si el aire se hubiera vuelto pesado, imposible de respirar.—¡Miranda! —exclamó Arturo, su voz ahogada, llena de angustia, mientras sus ojos buscaban desesperadamente ver que ella estaba bien.Miranda, con el rostro pálido y los ojos brillando de rabia, no apartaba la vista de Sergio, quien, implacable, no tardó en acercarse con paso firme y calculado.Los guardias, fríos como máquinas, los rodearon y les ordenaron salir del auto.Las armas que sostenían apuntaban con precisión, una amenaza constante, acechante.Un sudor frío recorrió la espalda de todos, mientras el peligro se cernía sobre ellos.Lynn, con el corazón palpitando en su garganta, fue la primera en salir.Su voz, cargada de una furia que apenas podía contener, se alzó sobre el caos.—¡Sergio! ¡¿Cómo te atreves a hacernos esto?! —gritó, su tono desgarrado por el dolor y la de