Ariana Torrealba descubre que su matrimonio de cinco años es una mentira, cuando se entera de que su esposo es infiel, gracias a su amante. Decidida a recuperar su dignidad, le entrega los papeles del divorcio y planea huir para siempre. Pero escapar de Sergio Torrealba no será tan fácil. Detrás del hombre encantador que conoció, se esconde alguien capaz de todo por no perderla. Su obsesión se convierte en una amenaza mortal. Ariana deberá elegir entre rendirse a la jaula que él construyó para ella, o arriesgarlo todo por su libertad, incluso su propia vida. Y si logra escapar, ¿podrá volver a amar después de la traición?
Leer más«Mi esposo me engaña», Ariana Torrealba temblaba.
Sus manos apenas podían sostener el teléfono móvil, mientras su corazón latía con fuerza, golpeando su pecho como un tambor de guerra.
Su respiración era errática, entrecortada, y una sensación de ardor le recorría la garganta.
Sus ojos, abiertos de par en par, estaban fijos en la pantalla, en esas palabras que parecían puñales clavándose directo en su alma.
«¿Sabes que tu esposo está en mi cama? Hoy no llegará a dormir, querida socia, puedes esperarlo, yo lo voy a atender muy bien.»
Los dedos de Ariana resbalaron sobre la pantalla mientras se desplazaba por los mensajes, su visión nublada por las lágrimas que corrían sin control por sus mejillas.
Y entonces vio las fotos.
Su esposo, Sergio Torrealba, dormía en una cama que no era la suya.
Su rostro relajado, su brazo enredado en el cuerpo de otra mujer, abrazándola con la misma ternura con la que tantas veces la abrazó a ella.
Esa mujer... Ariana la reconoció de inmediato.
Lorna.
Gerente de la empresa. Compañera de negocios.
Empleada de la empresa que juntos construyeron.
La traición la golpeó en el estómago como si hubiera recibido un puñetazo. Sintió que el aire le faltaba, que el suelo bajo sus pies se desvanecía.
Las fuerzas la abandonaron y cayó de rodillas sobre el frío mármol de su habitación.
Un sollozo desgarrador escapó de su garganta.
Cinco largos años de amor, de entrega absoluta, de sueños compartidos.
Recordó cuando conoció a Sergio en la universidad.
Lo suyo fue amor a primera vista, de esos que solo parecen existir en los libros.
Él la convenció de que juntos podían conquistar el mundo, de que el amor bastaba para enfrentarlo todo.
La persuadió para casarse a los veinte años, para abandonar sus estudios y lanzarse a la aventura de construir una empresa desde cero.
Y lo hicieron.
Convirtieron un proyecto arriesgado en un imperio. Sergio se volvió el magnate poderoso que siempre soñó ser. Y ella...
Ella creyó que era feliz.
Pero la realidad le estallaba en la cara como cristales rotos.
Con la mano temblorosa, Ariana tomó el teléfono y marcó su número.
Quería gritarle. Quería insultarlo. Quería exigirle una explicación.
Pero cuando la llamada se conectó y escuchó su voz al otro lado, sintió que su rabia se volvía debilidad.
—Hola, princesa… —la voz de Sergio sonaba adormilada, ronca, como si estuviera agotado—. ¿Cómo estás, cariño? ¿No puedes dormir?
Ariana sintió que su pecho se apretaba.
Era tan fácil mentir para él.
—¡¿Con quién estás, Sergio?! —su voz salió entrecortada, desgarrada.
Hubo un breve silencio antes de que él soltara una carcajada.
—¿Qué dices, mi princesa? Yo solo tengo ojos para ti, estoy solo y pienso en ti, siempre.
Ariana cerró los ojos con fuerza.
Sabía que mentía.
Lo sabía porque, mientras él hablaba con su tono dulce de siempre, una mujer enredaba sus dedos en su cabello.
Porque mientras él le prometía amor, sus labios besaban la piel de otra.
Porque mientras él decía que solo tenía ojos para ella, sus ojos estaban fijos en el cuerpo desnudo de Lorna, que se reía en su oído.
Y ella recibió fotos como prueba de todo eso.
Ariana sintió que su corazón se rompía un poco más.
—Sergio… —susurró—. ¿Recuerdas nuestra promesa?
Él guardó silencio un momento. Luego sonrió con confianza.
—Por supuesto, princesa. Eso nunca pasará, te amo a ti.
Pero su voz no tenía peso. No tenía alma.
Ariana apretó el teléfono con más fuerza, sintiendo que sus uñas se clavaban en su propia piel.
Recordaba perfectamente aquella promesa.
Cuando comenzaron su relación, ella temía ser lastimada. Él le juró que nunca la engañaría.
«Y si llego a hacerlo, si llego a engañarte —había dicho con solemnidad—, que juro no sucederá, te dejaré ir sin disculpas, sin peleas, sin ruegos. Te dejaré libre de mí y aceptaré que te perdí. Lo prometo.»
Esa promesa ahora no valía nada.
—Si me engañas, sabes que todo se acabó, Sergio… —susurró Ariana con un tono firme—. Si descubro una infidelidad, me iría tan lejos que nunca sabrías de mí.
Su voz sonó tan segura que, por un instante, Sergio sintió miedo.
Pero rápidamente se burló de su propia reacción.
Ariana era suya. Siempre lo había sido.
Siempre volvía a él.
—Tonta… —susurró con una sonrisa—. Yo te buscaría. Nunca podrías escapar de mí, Ariana. Incluso si tengo que mover mar y tierra, te encontraría… pero nunca te dejaría ir.
"Nunca te dejaría ir."
Las palabras hicieron que un escalofrío recorriera la espalda de Ariana.
Colgó la llamada sin decir una sola palabra más.
El silencio en la habitación era abrumador.
Su respiración era lo único que se escuchaba, rápida, descontrolada.
Tomó de nuevo el teléfono, sus manos aún temblorosas, y volvió a mirar las imágenes.
Era real. Sergio la había traicionado.
Y lo peor de todo era que no se arrepentía.
El dolor se transformó en furia.
Se puso de pie con la mirada encendida, con una determinación que nunca había sentido.
No iba a llorar más. No iba a rogarle.
Si Sergio pensaba que podía jugar con ella y seguir adelante como si nada… se equivocaba.
Ariana se miró al espejo.
Vio a una mujer destrozada… pero también vio algo más.
Vio fuego en su interior.
Vio a una mujer que estaba a punto de recuperar su dignidad.
Tomó aire y dejó escapar la última lágrima.
—Sergio… —susurró con voz firme—. Nuestro matrimonio se acabó. Quiero el divorcio.
Cuando Luciana y Octavio se enteraron de la boda de Samuel y Olivia, una oleada de emociones los envolvió.No solo se alegraron por ellos, sino que sintieron que, de algún modo, también estaban cerrando un ciclo que había dejado heridas, traiciones y verdades dolorosas.Cuando la pareja les pidió ser sus padrinos, no lo dudaron ni un segundo.—Queremos que sea un cierre —dijo Luciana con voz serena mientras acunaba entre sus brazos a la pequeña Ariana, que jugaba con sus dedos y lanzaba carcajadas suaves—. Al final, creo que cada uno tiene el lugar que merece.Su esposo asintió, con una sonrisa que era mezcla de alivio, gratitud y una pizca de nostalgia. Cargaba a su pequeño niño, quien balbuceaba sin parar, lanzando sonidos dulces al aire, sus hijos eran hermosos, y estaban felices, cada vez más enamorados.***Olivia no quiso una boda grande. No le interesaban los lujos, ni las fotos perfectas para redes sociales, ni los vestidos de revista.Quería algo íntimo, algo que le recordara
Días antes del bautizo, Olivia estaba llena de nervios y dudas en su corazón.Sabía que debía enfrentar a sus padres, hablar sobre el odio y el amor, debía decidir si iba a perdonarlos o no, llevarles una invitación para el bautizo de su hija Celeste, y quizás, lo más importante, abrir la puerta a un posible reencuentro, a volver a ser la familia que fueron antes y que se perdió en medio del caos que los arrasó.Durante semanas, esa idea rondó en su mente como un fantasma que no la dejaba descansar, pero también la fortalecía.No estaba sola en esta decisión: Samuel la acompañaría, y llevarían con ellos a la pequeña Celeste, al menos eso la hacía sentir fuerte para enfrentarlo todo.Ese día salieron en el auto y Samuel condujo hasta llegar hasta ahí.Antes de entrar a la casa familiar, Olivia tomó aire profundo y le pidió a Samuel que la dejara ir primero, sola, para poder hablar con sus padres cara a cara, quería ser ella la primera en hablar, ver que pensaban ellos, antes de exponer
Olivia y Samuel acudían casi todos los días al hospital, como un ritual sagrado.Apenas cruzaban la puerta de la unidad neonatal, los ojos de Olivia se llenaban de lágrimas.Allí estaba su hija, la pequeña Celeste, tan frágil como una flor recién brotada, tan pequeña que parecía imposible que estuviera viva… pero lo estaba. Y cada día que pasaba, su lucha por vivir le arrancaba un suspiro más de admiración.Samuel observaba a Olivia con un nudo en la garganta.Ella se sentaba junto a la incubadora, abría con delicadeza esa pequeña compuerta de plástico, y con una ternura casi sobrehumana, le daba de comer a la niña. Después la arrullaba, aunque Celeste estuviera dentro de la incubadora.Le hablaba en voz baja, como si sus palabras pudieran envolverla en una manta de amor. A veces, Samuel se preguntaba si realmente lo hacían, porque en solo dos meses, Celeste empezó a mejorar.Día tras día, ganó peso. Su piel se volvió más rosada, sus latidos más fuertes. Se volvía más fuerte. Más viva.
Cuando Samuel se enteró de que Olivia había despertado, su corazón dio un vuelco.Apenas procesó la noticia, salió disparado del lugar donde estaba. No le importó el tráfico, ni el frío de la mañana que aún acariciaba las calles. Necesitaba verla. Ahora mismo. No podía esperar un segundo más.En el hospital.El sonido del pasillo se volvió un murmullo lejano cuando llegó al área de terapia intermedia. El doctor estaba saliendo de la habitación justo cuando Samuel apareció, agitado, con el rostro tenso y la respiración entrecortada.—¿Cómo está Olivia? —preguntó sin siquiera saludar, con la voz cargada de ansiedad.El médico lo miró con una mezcla de cansancio y esperanza.—Despertó. Está aún delicada, pero estable esta vez. Si todo sigue así, pronto podría recuperarse del todo.Samuel no pudo evitar sonreír, aunque las lágrimas le ardían en los ojos.—¿Puedo verla?El doctor asintió con una leve sonrisa y le abrió paso.Sin perder tiempo, Samuel caminó hacia el área de ingreso, donde u
Su padre se acercó lentamente, sus pasos eran pesados, como si cada uno cargara con años de dolor acumulado.Lo miró con ojos apagados, pero llenos de una determinación que solo nace del sufrimiento.—Hijo… —dijo con voz temblorosa, pero firme.Samuel alzó la vista, su mandíbula apretada por la tensión, pero sus ojos mostraban algo más: rabia contenida, desilusión, una herida abierta que no terminaba de sanar.—Es Tamia —dijo sin rodeos, con un tono seco y amargo—. Voy a encontrarme con ella. Llamemos a la policía. Pondremos una trampa. Ella merece pagar. No solo por lo que me hizo a mí, sino por todo el daño que causó. Tiene que ir a prisión, aunque sea mi propia madre.El silencio se instaló por un momento entre ellos. Luego, su padre lo abrazó con tristeza, un abrazo lleno de pesar, de esos que no pueden reparar el pasado, pero que intentan sostener lo poco que queda.—Lo siento tanto, hijo —susurró con un nudo en la garganta—. Nunca quise que pasaras por todo esto. Nunca imaginé… q
Samuel sintió una presencia detrás de él. Era algo sutil, como una brisa cálida en medio del frío que sentía en el pecho. Cuando giró, se encontró con los ojos húmedos de Luciana.—Luciana… Yo…Las palabras se le rompieron en la garganta, atrapadas entre el remordimiento y la necesidad desesperada de redención. Pero ella no esperó más. Dio un paso al frente y lo abrazó.No pudo evitarlo. Verlo tan destruido, con el rostro manchado de lágrimas y el alma hecha jirones, le dolió profundamente.A pesar de todo, alguna vez lo había querido tanto… que su dolor ahora le era insoportable.Samuel se aferró a ella con fuerza, como un náufrago que encuentra un último pedazo de madera para no hundirse del todo.Lloraron los dos. Sin palabras. Solo la verdad cruda de lo que habían vivido y lo que ya no serían.—Lo siento, Lu —dijo él con la voz rota, enterrando el rostro en su hombro—. Fui tan malo contigo… Tal vez merezco todo esto, pero me arrepiento. Te juro que me arrepiento.Luciana negó suave
Último capítulo