Helena fue la primera en romper el silencio, con esa sonrisa burlona que me revolvía el estómago.
—Vaya, cuñado… —dijo con falsa sorpresa—. No sabía que tenías una relación con la señorita Danika.
Su voz era tan afilada que cortaba el aire.
Jamez se rio con arrogancia, sin soltarme la mano.
—No te equivoques, Helena —respondió con tono burlón—. Ella no es una relación. Es solo mi nuevo juguete.
Y como si no fuera suficiente humillación, levantó mi mano y la besó frente a todos. Mi piel se estremeció, no de placer, sino de asco. Sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo.
Uno de sus amigos, un hombre rubio de traje azul y sonrisa soberbia, se acercó con una copa en la mano.
—Muy bella, por cierto, Jamez —dijo mientras me miraba con descaro, como si yo fuera una pieza más del mobiliario que él podía admirar sin permiso.
—Siéntense, ya que llegaste, empezaremos el juego —añadió otro de los presentes, mientras las miradas se clavaban en nosotros como cuchillas.
Jamez tiró suavemente de mí y