3) Humillada y rota

—¿Qué? ¿Pero cómo es que ustedes son sus padres? —pregunté sin poder creer lo que acababa de escuchar.

Mi voz tembló, igual que mis manos. Miraba a esa pareja tan elegante con el corazón en un puño, esperando una respuesta, una explicación… algo.

Pero no dijeron nada.

En cambio, sus ojos se posaron en mí, recorriéndome de pies a cabeza con una expresión de absoluto desprecio. La madre de Lincoln frunció los labios al ver mi vestido sencillo, claramente barato, y el padre levantó una ceja, como si la sola visión de mi ropa fuese una ofensa.

Sentí cómo me desnudaban con la mirada, con desdén. Me juzgaban, me clasificaban… y yo no pasaba la prueba.

Después, simplemente caminaron hacia Lincoln como si yo no estuviera allí, como si mis palabras no tuvieran importancia.

Sentí que el suelo se abría bajo mis pies. De pronto ya no podía respirar. Me sentía fuera de lugar, invisible… como si jamás hubiese existido en la vida de él.

De repente sentí que no encajaba allí. Ese lugar, esa gente, incluso Lincoln… todo me hacía sentir ajena, fuera de lugar. No sabía qué hacía parada en medio de esa sala , rodeada de personas que me miraban como si valiera menos que nada.

Así que decidí darle su espacio. Me dije que volvería por la mañana .

Salí de la sala con el corazón hecho pedazos y tomé un taxi. Pagué con las pocas monedas que tenía en los bolsillos, lo justo para regresar a ese humilde departamento que compartíamos.

Ese era nuestro hogar. Pequeño, viejo, pero era donde solíamos reír, donde yo lo cuidaba, donde nos amábamos .

Abrí la puerta de madera que siempre chirriaba, y el olor a humedad me dio la bienvenida como una bofetada.

No perdí el tiempo. Fui directo al baño, encendí la ducha y me metí bajo el agua fría.

Me restregué el cuerpo con fuerza, con odio, con asco.

Me sentía sucia por haberme vendido como una prostituta a ese hombre… por haber entregado mi dignidad a cambio de la vida de Lincoln .

Me restregué los brazos, el cuello, el pecho… una y otra vez, como si pudiera borrar lo que había pasado. Como si tallarme con fuerza pudiera quitar su esencia. Pero no se iba. No se iba de mi piel, ni de mi cabeza.

Me dejé caer dentro de la tina y ahí, me solté a llorar.

Lloré como una niña perdida.

Lloré como si mis lágrimas pudieran limpiarme.

“¿Qué estoy haciendo con mi vida?”, me repetía una y otra vez.

No sé cuánto tiempo pasó. Tal vez minutos, tal vez horas. Cuando salí del baño, me sentía temblorosa y rota.

Pero aun así, me repetía una y otra vez que todo había valido la pena , que Lincoln estaba vivo .

Aunque con la aparición de sus padres eso me parecía ahora una completa broma .

Después del baño, me puse una camiseta vieja, me tiré en la cama y cerré los ojos.

Estaba agotada. No solo el cuerpo… el alma también me pesaba.

Dormí profundamente, como si mi cuerpo necesitara olvidarlo todo, al menos por unas horas.

El día siguiente llegó demasiado rápido.

El sol apenas se colaba por las cortinas rotas cuando abrí los ojos con una punzada en el pecho. No me sentía descansada… Al contrario, me sentía vacía, desanimada .

Miré el techo por unos segundos, sin ganas de moverme, pero entonces recordé a Lincoln.

Me incorporé de golpe.

Tenía que ir a verlo. Necesitaba asegurarme de que estaba bien.

Me levanté tan rápido que casi me caigo. Caminé descalza por el piso helado, abriendo cajones sin pensar, buscando algo, lo que fuera, para ponerme.

Me puse lo primero que encontré: unos jeans gastados, una camiseta arrugada y mi chaqueta rota de siempre. Ni siquiera me miré al espejo. No importaba cómo lucía. Solo quería verlo.

Durante todo el camino al hospital, solo pensaba en él. En sus ojos, en su sonrisa. En la última vez que me dijo que me amaba.

Tal vez… solo tal vez, si lo veía, todo cambiaría.

Bajé del taxi y corrí hacia recepción. El corazón me latía con fuerza.

—Quiero ver a Lincoln —le dije a la enfermera con voz temblorosa.

Ella me miró con sorpresa y revisó unos papeles.

—Lo siento… el paciente Lincoln Ferraro fue dado de alta esta mañana.

—¿Qué? —dije, sin entender.

—Su familia vino por él. Ya se lo llevaron.

Mi mundo se detuvo.

—¿ Familia? ¡No! ¡No! Tiene que haber un error… ¡Yo soy su prometida!

La mujer me miró con lástima, pero no dijo nada más.

Me aferré al borde del mostrador con fuerza.

—Por favor… necesito saber a dónde lo llevaron. Se lo ruego… sólo una dirección… sólo una pista…

Nada.

Nadie me ayudó.

Me solté lentamente, sintiendo que todo dentro de mí se desmoronaba.

Salí del hospital tambaleándome, como si no pudiera sostenerme. Como si todo mi cuerpo doliera más que nunca.

Y entonces grité. En medio de la calle, sin importarme quién me mirara.

—¡Lo voy a encontrar! ¡No importa dónde esté, lo voy a encontrar!

Las lágrimas volvieron a caer, calientes y amargas.

Caminaba sin rumbo.… sentí que mi alma ya no sabía cómo seguir. Pero también supe que no me detendría.

Porque Lincoln era mi última esperanza.

Y sin él… yo no era nada.

(.....)

Pasaron semanas…

Semanas de silencio.

Semanas de no saber nada de él.

Busqué por todos lados. Llamé al hospital, pregunté en las clínicas cercanas, incluso traté de acercarme a su familia… pero me echaron . Era como si Lincoln hubiera desaparecido por completo. Como si el mundo se lo hubiera tragado.

Yo me iba apagando poco a poco.

Comía poco, hablaba menos.

Dormía en pedazos de insomnio y pesadillas.

Credence .

No lo vi más desde aquella noche en la que me rompió. Me dejó sola con las sombras, con el dolor, con el frío que no se iba .

Y entonces, una mañana, bajé por inercia a recoger el periódico.

Ni siquiera sé por qué lo hice.

Lo abrí sin pensar… y ahí estaba.

Él.

Lincoln.

Bien vestido, elegante, con una sonrisa falsa que me apuñaló.

A su lado, una pareja mayor. Refinados. Ricos. Seguros.

Bajo la foto, un titular que me hizo sentir que el corazón se me arrancaba del pecho:

“El hijo perdido de los Ferraro regresa a su hogar”

Leí las líneas sin respirar.

“El joven Lincoln Ferraro reapareció en compañía de sus padres biológicos en un evento privado. Esta noche, la familia se presentará oficialmente ante la prensa en la gala benéfica de la Fundación Ferraro…”

La hoja temblaba en mis manos.

Las lágrimas comenzaron a caer, lentas al principio… luego ya no pude parar.

Él estaba bien. Él estaba con ellos.

Y no me llamó. No me buscó. No preguntó por mí.

Era como si yo jamás hubiera existido.

Las lágrimas comenzaron a caer sin que pudiera detenerlas.

Me abracé las rodillas, sentada en el suelo frío, con el periódico hecho trizas entre los dedos.

Pero algo dentro de mí se aferraba.

Una última chispa.

Una última esperanza.

Tenía que verlo.

Tenía que escucharlo decirme que todo esto era un error.

No lo pensé dos veces. Me puse de pie de un salto, limpiándome las lágrimas con el dorso de la mano. Salí del departamento . No importaba cómo me veía. Tania que verlo.

Corrí a la calle, detuve un taxi casi lanzándome frente a él, y le grité la dirección con la voz hecha trizas. El conductor me miró raro, pero no dijo nada.

Durante todo el trayecto, mis manos no paraban de temblar. Tenía el periódico arrugado en el regazo, con esa foto que me perseguía como una pesadilla: Lincoln, impecable, irreconocible, rodeado de lujo. Sin mí.

—Por favor, que sea un error… —murmuraba una y otra vez.

Cuando llegamos, el auto apenas se detuvo y yo ya había bajado.

Frente a mí, un edificio iluminado como un palacio. Alfombra roja, flashes de cámaras, risas elegantes, vestidos de diseñador, trajes caros.

Miré mi reflejo en una de las vitrinas cercanas: mi chaqueta rota, mis jeans gastados, el cabello revuelto por la prisa. Era evidente… yo no pertenecía a ese lugar.

Pero no me importó.

Empujé a través de la multitud. Escuchaba murmullos a mi alrededor, risas ahogadas, comentarios como cuchillos:

—¿Quién la dejó pasar?

—¿Qué hace esa mujer vestida así aquí?

—Debe estar perdida.

Pero yo no estaba perdida.

Yo sabía exactamente a quién buscaba.

Y entonces lo vi.

Lincoln.

De pie, al centro de todo.

Rodeado de gente poderosa, de mujeres hermosas que se reían como si el mundo les perteneciera.

Él también reía.

Como si nunca hubiera estado roto.

Como si nunca me hubiera amado.

Mis pies se movieron solos.

Avancé entre la multitud con pasos temblorosos.

Cada paso era un latido desesperado.

Tenía miedo. Tenía tantas ganas de correr…

Pero más me dolía no saber.

Cuando estuve cerca, sus ojos se posaron en mí.

Y supe que algo estaba mal.

Me miró como si fuera una extraña.

Como si yo no existiera en ninguno de sus recuerdos.

Frunció el ceño. Dio un paso atrás.

Y con voz fría, me preguntó:

¿Qué haces aquí?

Sentí un hueco en el pecho.

Quise reír, llorar, gritar.

—Soy yo… Lincoln. Soy yo, Danika…

Estiré la mano, queriendo tocarlo, sentirlo real.

Pero él se apartó bruscamente.

—No me toques. No te conozco. ¡Aléjate de mí, basura!

Sus palabras me cortaron por dentro.

—Por favor… —susurré entre sollozos—. Soy yo…

Entonces cambió.

Su rostro se llenó de rabia.

Gritó.

—¡Lárgate!

Me empujó con fuerza.

Caí al suelo. Escuché risas, murmullos, teléfonos grabando.

Nadie me ayudó.

Nadie.

Intenté levantarme.

—Lincoln…

—¡Desaparece! .… Gritó, su rostro distorsionado por una rabia que parecía alimentada por el miedo... miedo a que su nuevo mundo se derrumbara si alguien descubría su conexión conmigo, con su pasado de orfanato. Y entonces... me pateó.

Una. En el estómago, recordándome las noches en vela por él.

Dos. En el costado, haciéndome toser, como si quisiera expulsar los recuerdos compartidos.

Tres veces. En el pecho, justo donde guardaba su foto desgastada, intentando matar no solo mi cuerpo, sino el último vestigio del amor que una vez juró.

Cada golpe era un mensaje claro: "Tú representas la miseria que quiero olvidar. Tu sacrificio es una deuda que nunca reconoceré. Desaparezcas".

Un ardor insoportable me quemaba el pecho. Como si cada patada hubiera roto algo dentro de mí.

Llevé la mano a la zona donde me había golpeado, y al presionar un poco…

Un sabor

Sentí todas las miradas encima de mí, pero no eran de compasión.

Eran de burla.

De asco.

Como si yo fuera basura que se había colado en su mundo perfecto.

Estaba sola.

Tirada en el suelo como un perro moribundo.

Y aún así… aún así, lo busqué con la mirada.

Lincoln.

Ayúdame .

Pero él solo se alejó.

Dio media vuelta, con el ceño fruncido, como si yo no fuera nada.

Y entonces, la oscuridad me invadió.

Como un manto frío…..

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