6) Mentiras

POV : Danika

Respiraba con dificultad. El aire no me entraba bien en los pulmones, como si algo invisible me apretara el pecho. Sentía el corazón desbocado, el temblor en las manos, y las piernas débiles como si fueran de papel mojado.

Olimpia, que seguía a mi lado, me regaló una mirada que dolía más que cualquier palabra. Era una mezcla de resignación y tristeza. Como si quisiera abrazarme, pero supiera que ya nada podía salvarme del dolor que me estaba ahogando.

Las secretarias a mi alrededor no dejaban de murmurar. Los susurros se mezclaban con risas contenidas, con miradas furtivas , hacia ellos.

—Ella sí es una mujer para el señor Foster —escuché.

—Alta, elegante, fina… de familia poderosa.

Dijeron, bajando la voz, pero no lo suficiente.

Como pude pensar que el se quedaría con una pobre huérfana sin apellido, sin fortuna, sin nadie que me respaldara. A la que solo le quedaba el recuerdo de un contrato firmado con lágrimas.

Mi cuerpo temblaba, pero no me moví.

Entonces los vi.

A él.

A Credence.

Y a ella.

Helena Rothschild.

Él no me miró. Ni siquiera una sola vez. Como si no existiera, como si nunca me hubiera tocado, como si no supiera ni mi nombre. Pero su mirada… su mirada estaba puesta en Helena. Con esa mezcla de dulzura y orgullo que yo tantas veces soñé que algún día me regalaría.

La observaba como si fuera un tesoro. Como si su sola presencia llenara el mundo. Como si no hubiera nada más importante que ella. Sus dedos se deslizaban con naturalidad por la parte baja de su espalda desnuda, esa misma que tantas veces marcó en mí con rabia. Esa misma que me dolía recordar.

Sentí los ojos arderme, pero no parpadeé.

No iba a llorar.

Apreté los puños con tanta fuerza que sentí las uñas clavarse en la palma. Cuántas veces… cuántas veces había deseado que me mirara así. Que me tocara con ternura. Que me llamara con dulzura. Que me tratara como algo más que un objeto comprado. Que me viera como una mujer.

Y entonces, lo escuché decirlo.

—Por aquí, Rosa —le dijo a Helena con una voz suave, casi susurrada, como si le hablara a una flor.

Mi mundo se detuvo.

Rosa.

El mismo apodo que él me decía a mí en la intimidad.

El mismo que me susurraba al oído después de tomarme. Cuando yo, ingenua, pensaba que quizás ese nombre significaba algo especial. Que quizá, en el fondo, yo le importaba. Que él no era tan frío conmigo porque… tal vez había una parte de él que me quería, aunque fuera un poco.

Pero no.

Era mentira.

Era a ella a quien amaba. Era a ella a quien veía cuando estaba conmigo. Cuando cerraba los ojos y me tocaba como si le perteneciera… no era a mí a quien imaginaba. Era a ella. A Helena. A su prometida.

Y yo… tan estúpida.

Tan ciega.

Tan desesperada por una migaja de afecto, que me convencí de que ese apodo era una señal de cariño. Que era algo nuestro. Que era mío.

Me tragué el nudo en la garganta con fuerza. El corazón me dolía, pero no solo por el engaño… sino por lo tonta que fui.

"Qué estúpida."

Me lo repetí en silencio, mientras lo veía caminar de la mano de Helena. Reía con ella. Le acomodaba un mechón de cabello con cuidado. La rodeaba con el brazo como si quisiera protegerla del mundo.

Una de las secretarias, con esa voz chillona y entusiasmo ridículo, soltó lo que fue el golpe final.

—¡Chicas! ¡Muero de ternura! Investigué todo anoche. El señor Credence y la señorita Helena han sido novios desde pequeños. ¡Literalmente una pareja de cuentos de hadas!

Todas suspiraron como si estuvieran viendo una escena de película.

—Él es tan perfecto —agregó otra—, tan frío con todos, pero tan dulce con ella… eso solo pasa cuando hay amor verdadero.

No pude más.

Mi estómago se revolvió y mis piernas comenzaron a temblar. Sentí que me asfixiaba. El corazón me latía tan fuerte que dolía. No escuchaba con claridad, solo zumbidos, como si el mundo se alejara de mí.

Me levanté de golpe.

Ni siquiera supe cómo salí del cubículo. Mis pasos eran torpes, desordenados, desesperados. Solo quería escapar. Salir de ahí. Correr a donde nadie pudiera verme romperme otra vez.

Las lágrimas me nublaban la vista, pero no me importó. Caminé derecho hacia el baño.

Quería llorar en paz.

Quería gritar.

Pero justo cuando estaba por entrar… una mano me agarró con fuerza por el brazo y me tiró hacia atrás. Antes de que pudiera gritar, una palma me cubrió la boca. Me arrastró al interior del baño y cerró la puerta de golpe.

—¡Mmh! —quise gritar, patalear, pero no pude. La fuerza de esa persona era descomunal. Me tenía inmovilizada.

Y entonces, lo sentí.

Unos labios calientes y ansiosos en mi cuello. Besándome con hambre. Con lujuria. Con asco.

Mi cuerpo entero se tensó.

No… no…

Conocía ese olor.

Ese perfume empalagoso. Esa colonia que parecía sudor disfrazado de lujo.

Era él.

—¿Sorpresa, belleza? —susurró con la voz rasposa y burlona de siempre—. ¿No te alegra verme tan de cerca?

Jamez Foster.

El hermano menor de Credence.

El mismo que, desde que llegué a esa empresa, se encargó de hacer mis días un infierno. Que me perseguía con miradas sucias, que buscaba cualquier excusa para rozarme, para hablarme con doble sentido, incluso cuando iba a la mansión. Siempre ahí. Siempre al acecho.

Intenté liberarme, pero no pude.

—¡Suélteme! ¡Déjeme! —suplicaba con el corazón en un puño, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas.

Pero él solo rió, una risa baja, cruel, como si disfrutara del miedo que me invadía.

—No voy a hacerlo, tesoro. Ya me enteré que Credence terminó contigo… así que ahora, me toca a mí.

Me apretó contra la pared, sus manos bajando por mi cintura, su aliento caliente y repugnante en mi cuello.

—Ahora tú serás mi juguete, Danika. Mi amante. Créeme, no creo que a mi hermano le moleste. Después de todo, ya te usó… y te desechó.

Cerré los ojos con fuerza. Sentía náuseas. El asco me subía desde el estómago hasta la garganta.

—Nunca. Nunca lo seré —le escupí con toda la rabia que aún me quedaba.

—Ah, Danika… —dijo en tono burlón, pegando aún más su cuerpo al mío—. Tengo formas de conseguir lo que quiero. Y tú… eres tan hermosa. Tan perfecta para lo que necesito.

Sus manos empezaron a subir por mi blusa.

—¡No! —grité, forcejeando con todas mis fuerzas.

Pero él no se detuvo. Me sujetó las muñecas con una sola mano, mientras la otra seguía recorriendo mi cuerpo sin permiso. Sentí que me rompía por dentro. La sensación era tan sucia, tan violenta, tan invasiva que creí que iba a vomitar ahí mismo.

—Siempre supe que eras para mí —susurró—. Desde que te vi en la oficina, supe que tenía que hacerte mía.

Me revolvía el alma.

Me asfixiaba.

Me estaba quebrando.

Y de pronto, se detuvo.

Se separó de golpe, como si nada hubiera pasado.

Se acomodó la corbata y sonrió.

—¿Sabes? Se me acaba de ocurrir una idea maravillosa —dijo, como si habláramos de un plan de negocios—. En unos días tengo una reunión muy importante con algunos socios… y tú vas a acompañarme.

Lo miré con los ojos abiertos de par en par, el pecho agitado, el corazón hecho trizas.

—Me comunicaré contigo —añadió con esa sonrisa arrogante—. Hasta entonces, belleza.

Me lanzó un guiño repugnante y se acercó una vez más a mi rostro.

—Por ahora te dejaré… pero recuerda esto, Danika: ahora tú me perteneces.

Y se fue.

Me quedé ahí, paralizada en el baño. Con las manos temblando. El cuerpo pegado a la pared. Sintiendo que ya no podía respirar.

El asco me dobló sobre el lavabo. Vomité sin poder contenerlo. El llanto me sacudía el cuerpo como una tormenta. Ya no podía más. Ya no sabía cómo seguir.

¿Qué más iba a quitarme esta vida?

¿Qué más me iban a hacer?

Me abracé a mí misma, como si pudiera juntar los pedazos de lo que quedaba de mí.

Salí del baño como pude. Aún sentía el cuerpo temblando, la piel ardiéndome por donde Jamez me había tocado. El asco me revolvía el estómago con cada paso. Quería correr lejos, esconderme, desaparecer. Pero no podía. No tenía adónde ir.

Entonces lo vi.

Eusebio.

Parado cerca del pasillo, con esa expresión tranquila y neutral que siempre llevaba en el rostro. Pero sus ojos me vieron. Me vieron de verdad. Supo, en ese segundo, que algo no estaba bien. Pero, como siempre, no preguntó.

Solo dijo con voz firme y seca:

—Señorita, por favor… lleve un café a la oficina del señor Foster.

Me quedé paralizada.

Mi garganta se cerró. Quise decir “no”, gritarlo, negarme con todas mis fuerzas… pero no podía. No tenía opción. No podía permitirme un solo error.

Asentí en silencio.

Me encaminé a la pequeña cafetería, arrastrando los pies, sintiendo que cada paso dolía. El temblor en mis manos era tan fuerte que apenas podía sostener la taza sin derramar el contenido.

Pero lo preparé como siempre.

Tal como a él le gustaba.

Sin mucha azúcar. Amargo.

Lo sabía de memoria. Viví demasiado tiempo a su sombra como para no conocer sus costumbres, sus manías, sus gustos. Yo había aprendido a leerlo incluso cuando él jamás me miraba.

Respiré hondo. Una. Dos veces.

Tomé la bandeja.

Y caminé hacia la oficina de Credence, sintiendo que mi cuerpo no era mío, que era una carcasa vacía arrastrándose por un pasillo interminable.

El guardia de seguridad me vio llegar. Me miró de reojo y sin decir nada, abrió la puerta.

Entré.

Y lo que vi… me destrozó.

No necesitó palabras. No necesitó explicación.

Ahí estaba él.

Credence.

Sentado en su silla de cuero negro, con el cuerpo echado hacia atrás.

Y en sus piernas, Helena.

Estaba sobre él, con los brazos alrededor de su cuello, los labios sobre los suyos en un beso profundo, ardiente, desesperado. Como si el mundo no existiera más allá de ellos dos. Como si el aire, el tiempo y todo lo demás no importara.

Los vi moverse al compás de una intimidad que nunca conocí.

La forma en que él la sujetaba de la cintura.

La manera en que ella se reía entre beso y beso, y él le respondía con una mirada cálida… dulce.

Esa palabra que nunca había visto en su rostro cuando estaba conmigo.

Sentí que algo dentro de mí se rompía.

La bandeja me tembló en las manos.

El café vibraba en la taza. Mis ojos ardían, pero no podía parpadear. No podía dejar de mirar. No podía entender cómo un corazón seguía latiendo mientras lo hacían pedazos frente a ti.....

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App