Mundo ficciónIniciar sesiónLucía Montero cree que ha tocado fondo cuando acepta un trabajo en la poderosa Vanguard Media. Pero el suelo se abre bajo sus pies cuando descubre que su nuevo jefe es Damian Rojas, el hombre que la amó y la abandonó sin explicación cuatro años atrás, destrozando su corazón. Ahora, Damián es más que el heredero arrogante que ella recuerda. Es un tirano implacable que la humilla y la somete a un fuego cruzado de órdenes y miradas cargadas de un odio que, sin embargo, se siente demasiado cercano al deseo. Su compromiso con Elena Vance, la hija de su mayor competidor, es la prueba definitiva de que para él, Lucía nunca fue más que un error. Pero Vanguard Media esconde un secreto mortal. Damián no es solo un ejecutivo despiadado; es un agente encubierto que utiliza su empresa como fachada.
Leer másEl taxista frenó bruscamente frente al rascacielos de cristal donde lucía, en letras plateadas y minimalistas, el logotipo de Vanguard Media.
Lucía Montero apretó su portafolio contra el pecho, como si eso pudiera calmar los latidos desbocados de su corazón. —¡No me lo creo! Valeria, te voy a matar. Su mejor amiga le había asegurado que la "empresa familiar" donde trabajaría era un modesto estudio creativo. No la megaagencia publicitaria más prestigiosa de Barcelona. Y mucho menos esa empresa. El ascensor la depositó en el piso 21. Al salir, una recepcionista con gafas de montura dorada la interceptó con una sonrisa profesional: —¿Señorita Montero? El señor Rojas la espera en su despacho. Al final del pasillo a la derecha. Al abrir la pesada puerta de roble, el aire se le atascó en los pulmones. Tras un escritorio de mármol blanco, con los pies apoyados descaradamente sobre él y un contrato en las manos, estaba Damián Rojas. El hombre que había conocido —y desdeñado con toda la altivez de sus veintidós años— en la fiesta de Navidad de la familia Valdés. —Ah. Tú —dijo él, arqueando una ceja perfectamente delineada, sin apartar la vista del documento—. Mi hermana insistió en que eras "perfecta para el puesto". Aunque dudo que se refiriera a tus habilidades profesionales. Lucía sintió que llamas de indignación —y algo más, algo traicionero— le subían por el cuello. Damián llevaba un traje negro que acentuaba sus hombros anchos y una corbata roja desanudada. Su pelo castaño oscuro, ligeramente ondulado, caía sobre la frente como si acabara de salir de la ducha. O de la cama de alguien. —Si su hermana omitió que yo era la candidata —respondió, cruzando los brazos con determinación, aunque sus nudillos estaban blancos—, supongo que también omitió que usted es un imbécil. Damián soltó una carcajada seca, gutural, y se levantó con la elegancia de un depredador. Con cada paso que lo acercaba, Lucía notaba detalles que odiaba admirar: las venas marcadas en sus manos fuertes, la sombra de barba que delineaba su mandíbula cuadrada, ese aroma a bergamota y tabaco caro que ahora invadía su espacio personal. —Mira, Montero —dijo, deteniéndose a solo un palmo de distancia, lo suficiente para que tuviera que inclinar la cabeza hacia atrás para sostener su mirada—. Firmarás este contrato de prácticas por un año. Cumplirás con todo lo que yo exija. Y si sobrevives, quizá te recomiende en otra empresa. ¿Queda claro? —Cristalino —Lucía arrebató el contrato de sus manos, rozando sus dedos deliberadamente en un gesto de desafío—. Pero una cosa, jefecito: no pienso ser su esclava. —Ya lo eres —sonrió, mostrando unos dientes demasiado perfectos, casi felinos—. Desde el momento en que cruzaste esa puerta. --- Lucía pasó el resto del día en un cubículo minúsculo junto a la cocina, revisando archivos que olían a café rancio y polvo. Cada media hora, la voz grave y autoritaria de Damián retumbaba por los altavoces del teléfono: —¡Montero! ¡Mi café! Negro, sin azúcar. —¡Montero!¡Estos informes están mal! ¡Vuelve a hacerlos! —¡Montero!¡La reunión con los italianos es en cinco minutos! ¿O quieres que los reciba yo? A la sexta llamada, Adrián —un diseñador con gafas de pasta y una sonrisa fácil— se asomó por la entrada del cubículo con un croissant envuelto en una servilleta. —No lo tomes personal —dijo, ofreciéndole el pan—. Rojas solo trata así a la gente que le importa. Lucía lo miró, desconcertada, aceptando el gesto. —¿Y eso cómo se come? —preguntó, mordiendo el pan con rabia acumulada. —Pregúntale a su ex-asistente —respondió Adrián, bajando la voz—. La que ahora está en la cárcel por robarle. Lucía tosió, atragantándose con las migas. —¿Es una broma de mal gusto? Adrián negó con la cabeza, su sonrisa desapareciendo por completo. —Damián la acusó de filtrar campañas enteras a la competencia. Dicen que la destruyó legal, social y profesionalmente con solo una llamada. Tienes cuidado, Lucía. No es un jefe cualquiera. --- Al caer la noche, cuando el edificio ya estaba en silencio y vacío, Lucía llamó a Valeria desde el baño de mujeres, apoyando la frente contra la fría puerta del cubículo. —¡Me tendiste una trampa! —susurró furiosa—. ¿Por qué no me dijiste que tu hermano era el Dueño y Director Ejecutivo de Vanguard? —Porque no habrías aceptado ni en un millón de años —respondió Valeria, su voz demasiado tranquila al otro lado de la línea—. Pero necesitabas este trabajo en tu currículum. Y él... necesita a alguien como tú. —¿Como yo? ¿Una masoquista sin autoestima? —bufó Lucía. —Alguien que no le tema —corrigió Valeria con seriedad—. Alguien que le devuelva el golpe. Confía en mí. El sonido de pasos firmes y medidos en el pasillo de mármol la hizo colgar abruptamente, el corazón en la garganta. Al salir, distraída y acelerada, chocó contra un torso duro como una pared de ladrillo. —Uf. Un par de manos grandes la sostuvieron por los codos antes de que cayera de espaldas. Lucía alzó la vista y se encontró con los ojos color carbón de Damián Rojas, iluminados por la tenue luz del pasillo. —Trabajando horas extras el primer día —murmuró él, sin soltarla, su voz un susurro ronco—. O eres muy dedicada o muy, pero que muy tonta. —Usted eligió contratarme —recordó Lucía, intentando que su voz no temblara, notando, para su horror, cómo sus pulgares se movían casi imperceptiblemente sobre la piel sensible de sus antebrazos. Damián la estudió con esa mirada analítica que parecía verlo todo: su blusa de seda ahora arrugada, sus incómodos zapatos bajos (había aprendido rápido), el tic nervioso en su párpado izquierdo que la delataba. —Mañana a las 8:30 en punto. No soy hombre de esperar —dijo por fin, soltándola tan bruscamente como la había sujetado, dándole la espalda para alejarse por el pasillo. La puerta del ascensor se cerró tras él, dejándola sola en el silencio, con la piel aún caliente donde sus manos habían estado y la certeza de que había metido la pata hasta el fondo.El ascensor hasta el piso 21 de Vanguard Media sonó con su familiar ting. Lucía Montero salió, ajustando la correa de su portafolio en el hombro. En su otra mano, un latte de la cafetería de abajo. Respiró hondo. El aroma a café y a limpiador de oficina era el de siempre. Hoy, todo parecía igual. Y todo era distinto. —Buenos días, Lidia —saludó a la recepcionista al pasar. —Buenos días, señorita Montero. El señor Rojas preguntó si había llegado. —Gracias. Voy para allá en un momento. Al pasar frente a la oficina de Damián, él alzó la vista desde unos papeles. Sus miradas se cruzaron menos de un segundo. Él asintió, una sola vez, breve y seco. Era la señal. Lucía siguió caminando hacia su cubículo, cerca de la cocina. Los nervios le hormigueaban en los dedos, pero sus pasos fueron firmes. Encendió su ordenador. Entre los correos del día, uno llamó su atención: «Recordatorio: Revisión de procesos internos». Lo
La rutina se había instalado, pero era una rutina con agujas. Lucía llegaba a Vanguard, saludaba, se sentaba en su cubículo y empezaba su doble turno: el trabajo visible de asistente y el trabajo invisible de observación. Los nervios del primer día se habían transformado en una alerta constante, un zumbido de fondo que solo se apagaba cuando cerraba la puerta de su apartamento por la noche. Incluso entonces, a veces, soñaba con códigos y miradas furtivas.Esa mañana, mientras revisaba facturas del proyecto Luxury Cosmetics, Adrián se acercó apoyándose en la pared de su cubículo.—Oye, Lucía, ¿te pasa algo con la red? —preguntó, con su tono habitual de complicidad oficinista.Lucía parpadeó, saliendo de su concentración. —¿La red? No, ¿por qué?—Es que he visto que ayer intentabas acceder a la carpeta de presupuestos de diseño como diez veces. Pensé que se había colgado tu sesión.Lucía sintió un pinchazo de alarma. Había estado husmeando,
El amanecer comenzaba a teñir de azul pálido el cielo tras los ventanales, arrastrando consigo la cruda realidad. La pregunta de Lucía —¿qué somos?— aún flotaba en el aire cargado de piel, sudor y verdad.Damián no respondió de inmediato. Su mano, grande y cálida, se deslizó por la espalda desnuda de Lucía con una ternura que no le había mostrado en cuatro años. Era la misma caricia lenta, casi reverente, que solía darle en las madrugadas de su apartamento, cuando el mundo se reducía a ellos y a la promesa tácita de un futuro. Al mirarla, toda la armadura del ejecutivo y del agente se desvaneció. En sus ojos verdes solo quedaba el hombre que ella había amado: vulnerable, agotado y desesperadamente sincero.—Egoístamente —comenzó, su voz ronca por la noche y la emoción—, quiero esto. Quiero despertar así, contigo aquí, cada maldito día que me queda. Quiero reclamarte como mía frente a quien sea. —Hizo una pausa, su mirada nublando con el peso de lo que venía—. Pero
El Aston Martin negro se deslizó como un espectro por las calles adoquinadas del Barrio Gótico, deteniéndose finalmente frente a la puerta discreta que Lucía recordaba demasiado bien. El motor se apagó, sumiéndolos en un silencio solo roto por su respiración agitada.—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó Lucía, sin mirarlo, sus palabras cargadas de una rabia que empezaba a ceder ante la confusión—. ¿No tenías suficiente con humillarme delante de medio Barcelona? ¿Ahora tienes que seguir con tu... tu secuestro?Damián no respondió de inmediato. Salió del coche, dio la vuelta y abrió su puerta. Cuando ella se resistió a salir, se inclinó y la tomó en brazos con una facilidad exasperante, cerrando la puerta con el pie.—¡Suéltame, Damián! ¡Ya basta! —exigió ella, golpeándole el pecho, pero su fuerza se estaba agotando, reemplazada por un temblor interno.Él cruzó el umbral y la dejó en el suelo con brusquedad en el centro del amplio salón, donde so
Salir de la oficina de Damián fue como caminar sobre un campo minado de emociones contradictorias. Por un lado, una sensación acre de victoria le recorría las venas. Había funcionado. Su farsa con Javier había logrado sacar al monstruo de su guarida, y no era un monstruo de hielo, sino de fuego. Un fuego que ardía por ella.Pero por otro lado, la rabia hervía a borbotones. ¿Quién se creía él para manejarla así? Para besarla con esa ferocidad posesiva y luego despedirla con un gesto, como si fuera una molestia de la que debía deshacerse. Como si todo, incluida ella, girara a su antojo. Esa arrogancia era insufrible.No. No podía dejar que se saliera con la suya. Decidiendo que la mejor defensa era un buen ataque, Lucía no se dirigió a su cubículo. En cambio, tomó el ascensor hasta el departamento Legal.—Javier —dijo, apoyándose en el marco de su puerta con una sonrisa calculada—. Siento lo de antes. Damián... ya sabes cómo se pone si dejas de trabajar 10 s
El atrio principal de Vanguard Media se había transformado. Donde antes reinaban el silencio y el clic de los teclados, ahora resonaba el murmullo elegante de cientos de voces, la música de un quinteto de cuerda y el tintineo de copas de cristal. Banderas con el logo de la empresa colgaban del techo alto, y pantallas gigantes proyectaban imágenes del exitoso proyecto Luxury Cosmetics, cuyas ventas habían batido todos los récords. Era la fiesta de aniversario de Vanguard, un evento de gala para celebrar el triunfo. O eso creían todos.Lucía, enfundada en un vestido negro sencillo pero cortado a la perfección que le había costado una pequeña fortuna, se sentía como un bicho raro en medio de tanto glamour. Desde que Damián la había acorralado en el baño, una tensión eléctrica y no resuelta pendía entre ellos. Él había sido frío y distante, dándole órdenes por el intercomunicador como si nada hubiera pasado, pero sus miradas... sus miradas la desnudaban en cada pasillo, recordá
Último capítulo