Mundo ficciónIniciar sesión"Cuando la verdad es un veneno y la venganza, la única cura." Mi vida perfecta era una mentira. Firmé los papeles del divorcio pensando que lo había perdido todo: a mi esposo, Diego, y mi lugar en el imperio farmacéutico de mi familia. Pero el verdadero golpe fue ver el brazalete de oro de mi difunto padre... en la muñeca de Carmen, mi media hermana y la nueva mujer de Diego. Eso fue solo el comienzo. Ahora, recuerdos reprimidos me atormentan: un vial azul, un laboratorio prohibido y la sombra de mi padre, que no murió de un infarto. Fue asesinado. Y la clave está en NeuroVita, una droga experimental que borra memorias y destruye identidades. Para exponer la conspiración, me alío con Rafael Montoya, un periodista marcado por el mismo escándalo. Juntos nos adentramos en un mundo de espionaje corporativo, deepfakes creados por IA y una verdad tan peligrosa que podría costarnos la vida. Pero el peligro más grande no está afuera. Está dentro de mí. Porque cuanto más cerca estoy de la venganza, más riesgo corro de convertirme en el mismo monstruo que estoy cazando. ¿Podré encontrar justicia sin perderme a mí misma en el proceso? Una adictiva novela de thriller psicológico y romance prohibido, donde cada secreto es un arma y cada recuerdo, una batalla.
Leer másRasss.
El sonido de la pluma estilográfica rasgando el papel de alto gramaje fue obsceno. Seco. Definitivo.
No sonó como tinta fluyendo sobre celulosa. Sonó como el chasquido húmedo de un hueso al romperse.
Elena Vargas levantó la pluma. La mano no le temblaba. No le permitiría a sus dedos delatar el terremoto que estaba demoliendo sus órganos internos uno por uno. Dejó el bolígrafo sobre la mesa de caoba con una delicadeza quirúrgica, como si fuera un bisturí ensangrentado.
—Ya está —dijo. Su voz sonó extraña. Hueca. Como si viniera de otra habitación.
Frente a ella, Diego Salazar ni siquiera parpadeó.
Estaba sentado con esa postura impecable que ella solía admirar, enfundado en un traje italiano color carbón que costaba más que el coche de un empleado promedio. Miró el documento, verificó la firma con un barrido rápido de sus ojos oscuros y luego, con una frialdad que heló la sangre en las venas de Elena, miró su reloj.
Un Patek Philippe. Regalo de aniversario de ella.
Hace tres meses. Parecía que hubieran pasado tres vidas.—Eficiente —murmuró él. No hubo un "lo siento". No hubo un "gracias por los cinco años". Solo esa palabra empresarial. Eficiente.
El abogado, el señor Garrido, carraspeó, incómodo. Se aflojó el nudo de la corbata como si de repente le faltara el aire. Nadie quería estar ahí. Ni siquiera el aire acondicionado, que zumbaba con un tono monótono y gélido, parecía querer tocar la piel de Elena.
—Con esto, la transferencia de acciones de NeuroPharma queda completada —dijo el abogado, evitando mirar a Elena a los ojos—. Y el desalojo de la propiedad conyugal tiene un plazo de 24 horas, según lo estipulado en el acuerdo prenupcial modificado.
Elena sintió una náusea violenta subirle por la garganta. Ácido y café frío.
No solo estaba perdiendo a su esposo. Estaba perdiendo su casa. Su puesto como Directora de Marketing. Su legado. Todo lo que su padre había construido, ahora estaba siendo absorbido por la maquinaria corporativa de Diego.
—¿Ni siquiera vas a mirarme, Diego? —preguntó ella. Fue un susurro, pero en el silencio sepulcral de la oficina, sonó como un grito.
Diego levantó la vista. Esos ojos. Esos malditos ojos marrones que alguna vez la miraron con deseo, ahora eran dos pozos de indiferencia absoluta. Un muro de hielo.
—No lo hagas más difícil, Elena —dijo él. Su tono era plano, aburrido—. Esto no es personal. Es solo... una reestructuración de activos.
¿Reestructuración de activos?
Elena sintió el impulso salvaje de reírse. Una risa histérica, rota. Su matrimonio, sus promesas, sus noches en vela cuidándolo cuando tenía fiebre... ¿todo eso eran "activos tóxicos" que había que liquidar?
Clavó las uñas en las palmas de sus manos, buscando dolor físico para anular el dolor emocional. «No llores. Si lloras, él gana. Si lloras, confirmas que eres la débil que él cree que eres».
—Me amabas —soltó ella. No fue una pregunta. Fue una acusación.
Diego suspiró, un sonido de impaciencia. Se puso de pie, abrochándose el botón del saco. El olor de su colonia —sándalo, menta y tabaco caro— golpeó a Elena en la cara. Era el aroma de su almohada. El aroma de su seguridad.
Ahora olía a traición.
—Amaba la idea de ti, Elena. Pero las proyecciones cambian.
El dolor fue físico. Una lanza atravesándole el pecho, girando lentamente. «Proyecciones». Él hablaba en hojas de cálculo mientras ella se desangraba en el suelo.
Antes de que pudiera responder, antes de que pudiera reunir los fragmentos de su dignidad para lanzárselos a la cara, la puerta de la oficina se abrió.
Sin tocar.
Sin permiso.El clic de unos tacones de aguja resonó contra el piso de mármol. Tac. Tac. Tac.
Elena se giró. Y el aire abandonó sus pulmones definitivamente.
Carmen.
Su media hermana no entró caminando; entró desfilando. Llevaba un vestido rojo sangre que se ceñía a su cuerpo como una segunda piel, y una sonrisa que no llegaba a sus ojos oscuros. Ojos de tiburón.
—¿Ya terminamos con el papeleo aburrido? —preguntó Carmen, su voz dulce y venenosa, como miel mezclada con arsénico.
Ignoró a Elena por completo. Caminó directamente hacia Diego.
Y él no se apartó.
Elena vio, con una claridad horrorosa, cómo Carmen entrelazaba su brazo con el de Diego. Una posesión casual. Íntima.
Diego se tensó ligeramente, pero no la empujó. De hecho, se inclinó imperceptiblemente hacia ella.
El mundo de Elena se inclinó sobre su eje. El divorcio... Carmen... ¿ellos dos?
—Llegas tarde —dijo Diego. No había frialdad en su voz ahora. Había una familiaridad cómplice.
—El tráfico era terrible —ronroneó Carmen. Luego, giró la cabeza y miró a Elena.
Fue una mirada de triunfo depredador. La mirada de alguien que no solo quiere ganar, sino que quiere ver al perdedor retorcerse.
—Oh, Elena. Sigues aquí. —Carmen hizo un puchero falso—. Debes estar devastada. Pero no te preocupes, cuidaré bien de la casa. Siempre me gustó tu habitación principal. Tiene mejor luz.
Elena se puso de pie. Las piernas le temblaban tanto que tuvo que apoyarse en el respaldo de la silla de cuero.
—Tú... —Elena intentó hablar, pero la garganta se le cerró. La traición era demasiado grande para caber en palabras.
—Nosotros —corrigió Carmen, apretando el bíceps de Diego—. Deberías irte, hermanita. La seguridad te espera abajo para escoltarte fuera del edificio. No queremos escenas, ¿verdad?
Carmen levantó la mano para acomodarse un mechón de su cabello negro, corte bob perfecto.
Y entonces, Elena lo vio.
El tiempo se detuvo. El sonido del aire acondicionado desapareció. El abogado desapareció. Solo quedó ese destello dorado bajo la luz fluorescente de la oficina.
En la muñeca derecha de Carmen, brillando con una burla cruel, había un brazalete de oro.
No era un brazalete cualquiera.
Era su brazalete.
Oro antiguo. Eslabones entrelazados. Un dije con forma de sol. El brazalete que su padre, Alejandro Vargas, le había puesto a Elena en su lecho de muerte hace dieciocho años. El único objeto que Elena nunca se quitaba. El objeto que había "perdido" misteriosamente hace dos días durante la mudanza forzada.
—Ese brazalete... —susurró Elena. Su visión se llenó de puntos negros.
Carmen bajó la mano lentamente, rozando la tela del traje de Diego. El oro brilló contra el gris oscuro.
—¿Esto? —Carmen sonrió. Una sonrisa llena de dientes—. Diego me lo dio. Dijo que a mí me lucía mejor. Que a ti siempre te quedó... grande.
Elena miró a Diego. Buscando una negación. Buscando un rastro de humanidad.
Pero Diego solo miró hacia otro lado, hacia la ventana, evitando sus ojos.
No fue el divorcio lo que la rompió. No fue la pérdida de la casa.
Fue eso. Ver su historia, su vínculo sagrado con su padre muerto, colgando de la muñeca de la mujer que le había robado la vida.Algo se quebró dentro de Elena. No fue un hueso. Fue su alma.
CARPETA: \ROOT\PROYECTO_ORIGEN\SUJETOS\ELENA_VARCHIVO: RESUMEN_EJECUTIVO_00.LOGEl cursor parpadeaba. Una línea vertical blanca que marcaba el ritmo de los latidos desbocados de Elena.Rafael seguía tecleando a su lado, luchando contra los cortafuegos de Thorne para mantener la subida de datos, pero Elena ya no oía el teclado. El zumbido de los servidores, el frío glacial de la sala, el dolor en su brazo... todo se había desvanecido.Solo existía la pantalla.Y el título que encabezaba el documento, escrito en una fuente Courier New, fría y burocrática.EXPEDIENTE CLÍNICO: SUJETO CERO (ELENA)ESTATUS: PROTOTIPO DE INTEGRACIÓN EXITOSAORIGEN: ORFANATO SAN JOSÉ (LOTE 4)FECHA DE INICIO: 12 DE AGOSTO DE 1999Elena dejó de respirar.—Sujeto Cero... —susurró. La palabra sabía a ceniza en su lengua.Su mente voló hacia atrás, dieciocho años en el pasado. Recordaba el orfanato. Recordaba el día que Alejandro Vargas llegó. Recordaba su sonrisa cálida, sus ojos ámbar llenos de lágrimas cuando
*Thump.*El sonido de las botas de Rafael golpeando el suelo técnico resonó como un disparo en la catedral de silencio blanco. Elena aterrizó un segundo después, amortiguando la caída con una flexión de rodillas, mordiéndose el labio para no gritar cuando el impacto sacudió su brazo herido.Se levantaron.Estaban dentro.La Colmena. El Nivel -5. El santuario más sagrado de Apex AI.Elena había esperado oscuridad, cables colgando, caos. Pero esto... esto era aterrador por su perfección.La sala era inmensa, un cubo blanco estéril que se extendía hacia la oscuridad. Filas interminables de servidores se alzaban como monolitos de hielo, iluminados por luces de estado azules que parpadeaban en un patrón hipnótico.Hacía frío. Un frío polar, artificial, diseñado para mantener a las máquinas felices mientras los humanos temblaban. El zumbido de los ventiladores de refrigeración era tan fuerte que se sentía en los dientes, una vibración constante que borraba el pensamiento.—Es un congelador
20:58 PM. Ático de Apex AI. Sala de Conferencias Principal.El mundo era azul.Azul eléctrico. Azul corporativo. Azul NeuroVita.Diego Salazar estaba de pie tras las cortinas de terciopelo pesado del escenario. El zumbido de la multitud al otro lado era como el sonido del mar antes de un tsunami. Quinientos inversores. Prensa de treinta países. Y millones de ojos observando a través de las cámaras de streaming.Se ajustó el nudo de la corbata. Le temblaban las manos con tal violencia que tuvo que agarrarse los dedos entrelazándolos.—Señor Salazar —dijo el regidor de escenario a través del auricular—. Está usted en posición. Dos minutos para la introducción de la Sra. Vargas-Thorne.Diego asintió, aunque nadie lo miraba. Sintió el peso del teléfono en su bolsillo. El teléfono con la confesión escrita. El teléfono que iba a ser su granada de mano.—Solo hazlo —se susurró a sí mismo—. Sé un hombre por una vez en tu maldita vida.20:59 PM. Conductos de Servicio. Nivel -2.—Está a punto d
La mesa no era una mesa. Era un campo de batalla hecho de madera aglomerada y manchas de grasa de pizza barata.Sobre ella, desplegados como la piel de un animal disecado, estaban los planos arquitectónicos de la sede central de Apex AI.El "Piso Franco" que Rafael había conseguido a última hora era, en realidad, el almacén trasero de una lavandería industrial en las afueras de Hospitalet. Olía a detergente químico, a vapor caliente y a desesperación. El zumbido constante de las lavadoras gigantes al otro lado de la pared servía para enmascarar cualquier conversación.Diego Salazar se aflojó la corbata de seda por quinta vez en diez minutos. Parecía un animal exótico atrapado en un zoológico de mala muerte. Su traje italiano de tres piezas, ahora arrugado y manchado de sudor, era un insulto en aquel lugar.—Deja de moverte —gruñó Rafael. Estaba sentado frente a él, limpiando su navaja con un trapo sucio. La mirada que le lanzaba a Diego era más afilada que el acero—. Me pones nervioso
*Toc. Toc. Toc.*El sonido de los zapatos italianos de Diego Salazar resonaba contra el hormigón desnudo del estacionamiento subterráneo como el tictac de un reloj de cuenta regresiva.Nivel -3. El nivel VIP.Aquí el aire era más frío. Olía a gasolina quemada, a caucho y a ese silencio denso y artificial que solo el dinero puede comprar. No había coches familiares abollados. Solo tiburones de metal: Ferraris, Lamborghinis, y su propio Aston Martin plateado, brillando bajo la luz parpadeante de un fluorescente defectuoso.Diego caminaba rápido. Demasiado rápido.Miraba por encima del hombro cada tres pasos. Se aflojó la corbata, que sentía como una soga de seda alrededor de su cuello.La imagen de Carmen en la gala, sonriendo mientras destruía el escáner de Elena, se repetía en su cabeza. La frialdad. La maldad absoluta. Y luego, la mirada que Carmen le había lanzado a él antes de salir.*"No creas que no vi lo que hiciste en el vestíbulo, Diego. Hablaremos en casa".*Diego le temblaba
*Piiiiiiiiiiiiiiiiii.*El chirrido del columpio oxidado se estiró hasta convertirse en una aguja sónica perforando el tímpano de Elena.El cielo gris del Bloque 12 se fracturó como un espejo golpeado por un martillo. Los edificios de hormigón se derritieron, goteando como cera caliente, y fueron reemplazados por paredes blancas.Blancas. Cegadoras. Impecables.El olor a basura podrida del parque desapareció. En su lugar, el aire se llenó de ese aroma químico que Elena odiaba con cada fibra de su ser. Etanol. Ozono. Y el olor metálico de la sangre seca.Elena ya no tenía veintinueve años. No llevaba una chaqueta militar sucia. Tenía doce años. Llevaba un vestido de domingo, almidonado y picante, que su padre le había obligado a ponerse para "la visita".Estaba en la Sala de Observación B.—¿Elena? —la voz de Rafael sonaba lejana, como si estuviera gritando desde el fondo de un pozo—. ¡Elena, respira!Pero Elena no podía respirar. Estaba atrapada en el ámbar del pasado.En el recuerd
Último capítulo