El silencio en el apartamento de Rafael no era paz. Era la calma eléctrica antes de que el rayo parta el árbol por la mitad.
Elena seguía de pie frente al televisor apagado, con la imagen de los ojos aterrorizados de Diego grabada a fuego en sus retinas. Rafael caminaba de un lado a otro, murmurando teorías, conectando cables, intentando levantar un cortafuegos digital alrededor de su ubicación.
—Si usaron reconocimiento facial en la transmisión, podrían haber triangulado mi IP —decía él, tecleando en el aire—. Pero el servidor proxy debería haber aguantado...
*Sssshhhh.*
El sonido fue suave. Casi imperceptible.
Como el siseo de una serpiente arrastrándose sobre el linóleo.
Elena y Rafael se congelaron al mismo tiempo. Sus miradas se cruzaron. Luego, bajaron lentamente hacia la puerta de entrada.
Allí, deslizándose por la rendija inferior, un sobre blanco acababa de entrar.
No hubo pasos en el pasillo. No hubo el chirrido del ascensor. Quienquiera que lo hubiera dejado, se movía como