El baño del bar *El Refugio* olía a orina rancia y a pino sintético barato.
Elena entró tambaleándose, cerrando la puerta con el pestillo oxidado. Necesitaba agua. Necesitaba lavarse la cara para borrar la imagen de esa niña con uniforme gris que Rafael le había mostrado.
Carmen. Comprada.
Su padre. Un comprador.
Abrió el grifo. El agua salió marrón al principio, luego transparente y helada. Elena ahuecó las manos y se echó el líquido en la cara, esperando que el choque térmico la despertara de esa pesadilla.
Pero al inhalar, el mundo se rompió.
No fue un sonido. Fue un olor.
El dispensador de jabón goteaba un líquido rosado, pero el olor que golpeó las fosas nasales de Elena no era floral.
Era amoníaco.
Cloroformo.
Etanol puro.
Era el olor de la limpieza absoluta. El olor de la muerte estéril.
—No... —gimió Elena, retrocediendo.
Su espalda chocó contra la puerta, pero no sintió la madera astillada del bar. Sintió metal frío. Acero inoxidable.
El espejo sucio frente a ella comenzó a o