CAPÍTULO 4:

**89%...**

La barra de carga verde parpadeaba en la pantalla negra como el pulso de un moribundo.

Elena Vargas miró el porcentaje. No se movía. Se había quedado estancado allí durante los últimos tres minutos, burlándose de ella.

—Muévete —siseó.

El ventilador de su vieja laptop personal zumbaba con un sonido agudo, agónico, luchando por disipar el calor del procesador sobreexigido. En el silencio del apartamento vacío, sonaba como una turbina de avión a punto de estrellarse.

Elena se pasó el dorso de la mano por la frente. Estaba empapada en sudor frío, a pesar de que el aire de la noche entraba húmedo por la ventana rota.

No había dormido. No había comido. La adrenalina era el único combustible que corría por sus venas, quemándola desde dentro. Era un café negro y espeso que la mantenía al borde del colapso, con los ojos tan abiertos que le dolían.

**90%...**

El píxel verde avanzó un milímetro.

Elena tecleó otra línea de comando. No era una hacker de élite, no era un genio de la informática como los de las películas que rompen el Pentágono en segundos. Pero había sido la Directora de Marketing de NeuroPharma durante cinco años. Conocía la arquitectura del servidor mejor que los propios ingenieros. Sabía dónde escondía la gente sus secretos: no en las carpetas encriptadas de nivel militar, sino en los borradores olvidados. En las papeleras de reciclaje no vaciadas.

—Acceso de usuario: E_VARGAS. Nivel de autorización: 4 (Revocación pendiente) —leyó en la pantalla.

El sistema sabía que la habían despedido. El algoritmo de seguridad de Carmen era un perro guardián que ya había olido su sangre y estaba corriendo hacia la puerta trasera para cerrarla.

Una ventana emergente roja saltó en la pantalla, haciéndola saltar en su asiento.

**¡ALERTA DE SEGURIDAD! INTRUSIÓN DETECTADA DESDE IP NO SEGURA. RASTREANDO UBICACIÓN...**

El corazón de Elena golpeó contra sus costillas. *Bum. Bum. Bum.*

—Mierda, m****a, m****a.

Sus dedos volaron sobre el teclado, resbaladizos por el sudor.

—Vamos, vamos... solo necesito un nombre —murmuró, su voz temblando entre la súplica y la histeria—. Solo dame una maldita carpeta antes de que me bloqueen.

Ignoró la advertencia de rastreo. Si Carmen quería encontrarla, que la encontrara. Pero no antes de que Elena tuviera lo que vino a buscar.

Entró en el directorio raíz de su padre. *A_VARGAS_ARCHIVE*.

Estaba vacío.

Elena sintió que el mundo se le caía encima. Carmen lo había borrado. Por supuesto que lo había borrado. Carmen no dejaba cabos sueltos; los quemaba.

—No... no puede ser —gimió Elena, golpeando la mesa con el puño. El dolor en sus nudillos fue un alivio momentáneo—. Papá nunca borraba nada. Era un acumulador digital.

Cerró los ojos. *Piensa, Elena. Piensa como él.*

Su padre era paranoico. Especialmente al final. Si quería esconder algo que Carmen no pudiera encontrar, ¿dónde lo pondría? No en una carpeta oculta. Carmen las encontraría todas.

Lo pondría a plena vista. En un lugar tan aburrido que nadie se molestaría en mirar.

Elena abrió los ojos.

Navegó hacia la carpeta: **"RECETAS_COCINA_ABUELA".**

Era una carpeta que llevaba en el servidor desde 1999. Todos en la empresa bromeaban con que el gran Alejandro Vargas guardaba sus recetas de paella en el servidor de la empresa más segura de Europa.

Elena hizo doble clic.

El sistema se congeló. La pantalla parpadeó.

**DESENCRIPTANDO...**

Elena soltó el aire que no sabía que estaba reteniendo. Ahí estaba.

La carpeta no contenía recetas. Contenía gigabytes de datos brutos. Registros médicos. Videos. Y una subcarpeta con un nombre que hizo que a Elena se le helara la sangre.

**PROYECTO: SOMBRA.**

El nombre era melodramático. Típico de su padre. Pero lo que importaba no era el nombre.

Era la fecha.

Elena acercó la cara a la pantalla, entrecerrando los ojos, asegurándose de que la falta de sueño no le estuviera provocando alucinaciones.

El archivo principal del proyecto tenía una marca de tiempo de "Última Modificación".

**FECHA:** 14 de Octubre de 2007.

**HORA:** 23:45 PM.

Elena dejó de respirar.

El 14 de octubre de 2007 fue el día que su padre murió.

Pero el informe forense oficial, el informe que Diego le había leído con voz sombría mientras ella lloraba en el hospital, el informe que Carmen había usado para cerrar el ataúd... decía que la hora de la muerte había sido a las **21:00 PM**.

Según la versión oficial, Alejandro Vargas había sufrido un infarto masivo en su despacho a las nueve de la noche. Lo encontraron frío a la mañana siguiente.

Pero el archivo decía **23:45**.

Dos horas y cuarenta y cinco minutos *después* de su supuesta muerte.

—Estaba vivo —susurró Elena. Las palabras rasparon su garganta como vidrio molido—. Papá estaba vivo.

No fue un infarto fulminante.

Durante casi tres horas, mientras el mundo creía que estaba muerto, él había estado sentado frente a su ordenador. Trabajando. O tal vez... pidiendo ayuda.

Elena abrió las propiedades del archivo.

El usuario que modificó el archivo no fue *A_VARGAS*.

El usuario era: **SYS_ADMIN_MV**.

Elena frunció el ceño. ¿MV? No conocía a ningún administrador con esas iniciales en esa época.

Entonces, la pantalla se puso roja.

**ACCESO DENEGADO. PROTOCOLO DE PURGA REMOTA INICIADO.**

Los archivos frente a sus ojos empezaron a desaparecer uno por uno. Carmen había apretado el botón nuclear.

—¡No! ¡No, no, no!

Elena intentó arrastrar la carpeta a su disco duro, pero el cursor no respondía. El sistema se estaba comiendo la verdad.

Solo le dio tiempo a leer una última cosa antes de que la pantalla se fuera a negro. El nombre del primer archivo dentro de la carpeta *PROYECTO: SOMBRA*.

No era un documento de texto. Era una lista de sujetos.

Y el primero de la lista, marcado en negrita, decía:

**SUJETO 001: M. TORRES.**

La pantalla se apagó.

Elena se quedó mirando su propio reflejo en el monitor negro. Pálida. Ojeras profundas. Parecía un fantasma.

Pero ahora sabía la verdad.

Su padre no murió de causas naturales.

Alguien estuvo con él esas últimas horas. Alguien con las iniciales **MV**. O alguien que usó esas credenciales.

Y lo más importante: su padre había dejado una lista de nombres. Niños.

Elena cerró la laptop de golpe.

Ya no le importaba el despido. Ya no le importaba la pobreza.

Tenía un nombre: **M. Torres.**

Y tenía una discrepancia de dos horas que convertía una muerte trágica en una escena del crimen.

Se levantó, agarrando su chaqueta. La lluvia seguía golpeando la ventana, pero ya no la escuchaba. Solo escuchaba el latido ensordecedor de su propio corazón gritando una sola palabra:

*Asesinato.*

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