—No debiste venir —susurró ella, sin atreverse a mirarlo. Darren no respondió. Cerró la puerta tras de sí, como si con eso clausurara todo lo que dolía. —¿Y dejar que te casaras con ese imbécil sin decir nada? —sus ojos se clavaron en los de ella—. No. No podía. Leiah retrocedió un paso, pero él la siguió, con esa mezcla de rabia y ternura que la hacía temblar. —Todo fue real, ¿verdad? —preguntó él, apenas un murmullo—. Tus besos, tus risas, tus promesas… —Darren, por favor… —¡Dímelo, Leiah! —explotó, desgarrado—. ¿Fui solo una distracción antes de que te pusieran el anillo? Ella se rompió. Las lágrimas brotaron sin permiso. —¡No! ¡Claro que no! —jadeó—. Te amé. Te amo. Pero no puedo… —¿Por qué? ¿Porque ahora resulta que somos hermanos? —escupió con amargura—. ¿Porque nuestros padre decidió arruinarlo todo con sus secretos? Un silencio brutal los envolvió. —Si me lo pidieras… —susurró ella, temblando—. Si me dijeras que huya contigo, lo haría. Él la miró, como si esa confesión lo partiera en dos. —Pero no puedo salvarte —dijo, con la voz rota—. Porque si lo hago… me destruyo.
Leer másLeiah salió de la alberca con el agua goteándole por las piernas y la rabia ardiéndole en el pecho. El golpe todavía le escocía en la mejilla. Melody O’Connor la había abofeteado frente a todos, sin el menor recato ni vergüenza. Y nadie hizo nada.
Nunca debió haber aceptado esas vacaciones. Aunque ella y Camila crecieron en el mismo círculo social y fueron inseparables en la adolescencia, sus caminos se habían bifurcado hacía años. Ahora, Camila formaba parte de un grupo ruidoso, superficial y cruel. Leiah creyó que se trataría de una escapada relajante con amigas, risas junto al mar, tardes de lectura y noches tranquilas. Pero no. Aquello era una pasarela de egos, copas rebosantes, ropa diminuta y un objetivo compartido: atraer marido. Desde el inicio, no se sintió bienvenida. Melody la miraba con desprecio apenas disimulado, y Samara, la otra chica del grupo, la ignoraba como si fuese un mueble más del hotel. Apenas y le hablaban. Tal vez Camila insistió en invitarla por nostalgia, o por pena. Pero no encajaba. Ya no. La noche anterior, intentó acoplarse. Camila le prestó un vestido que, a su juicio, dejaba poco a la imaginación. Pero era bonito, y Leiah tenía una figura envidiable, así que cedió. Al final, lo usó. El problema comenzó cuando Melody se interesó en un chico. Alto, atractivo, con sonrisa de comercial y ojos que derretían. Pero él, por alguna razón, se interesó en Leiah. Y aunque ella intentó alejarse durante toda la noche, incluso se retiró temprano para evitar tensiones, no sirvió de nada. Al parecer, el chico la siguió y, para impresionar a sus amigos, mintió sobre lo que había ocurrido entre ellos. Y esa mentira detonó todo. Melody se enteró. Y decidió vengarse a la antigua: humillarla frente a todos. Leiah subió a su habitación con el corazón en un puño. Apenas prestó atención al cerrar la puerta, se dirigió al clóset, sacó un cambio de ropa y lo dejó sobre la cama. Después se agachó por su maleta, dispuesta a hacer lo que debía haber hecho desde el principio: marcharse. La abrió de un tirón… y se quedó inmóvil. Dentro había una caja de zapatos que no recordaba haber empacado. Frunció el ceño. La tomó con ambas manos y, al levantar la tapa, el horror la invadió. Dos serpientes vivas saltaron desde el interior, agitadas, tal vez tan asustadas como ella. El grito que escapó de su garganta fue desgarrador. Cayó de espaldas, jadeando, con el pecho oprimido. El mundo comenzó a girar. Sentía que no podía respirar. Las serpientes se arrastraban por la alfombra mientras ella se encogía contra el buró, sacudida por un ataque de pánico. Su visión se nubló. Gritó otra vez, pero su voz ya era apenas un hilo. Entonces, unos brazos fuertes la rodearon. —Tranquila, ya pasó… respira —susurró una voz grave, cálida, increíblemente cerca—. Respira conmigo. Se aferró a su camisa sin pensarlo. Él la sacó de la habitación como si no pesara nada. Ella enterró el rostro en su cuello, aún temblando, mientras él repetía con suavidad cada palabra que la ayudó a no ahogarse en el miedo. Cuando por fin recuperó el control, notó lo primero: su aroma. A limpio, a madera y sol. Después, su voz: profunda, con un dejo de ternura viril. Y al alzar la vista, lo último que pudo ignorar: aquel rostro perfecto. Era guapo. No, era peligrosamente guapo. Sintió el calor extenderse por su pecho, por su vientre. Su cuerpo reaccionó sin su permiso, y al recordar que él la había visto hecha un desastre, gritando y llorando, el bochorno la golpeó con fuerza. Él pareció notarlo. —Estás bien —le dijo, ofreciéndole una sonrisa reconfortante—. ¿Te gustaría salir a comer algo? Tal vez hablar. A veces ayuda. Y sí que ayudó. La tarde que compartieron fue inesperadamente mágica. Comieron en un restaurante frente a la playa, caminaron por la orilla con los pies descalzos, hablaron como si se conocieran de toda la vida. Él se llamaba Darren. Tenía ese aire despreocupado pero profundo, como si escondiera más de lo que mostraba. Pasaron la tarde charlando en la terraza de su habitación. Ella reía con facilidad a su lado. Él no dejaba de mirarla. Había algo entre ellos, una corriente invisible que los atraía con fuerza creciente. Cuando él tomó su mano, no se sintió forzada. Fue natural. Cuando se detuvo para besarla, tampoco hubo resistencia. El beso fue un incendio silencioso. Un instante suspendido en el que el mundo desapareció. Ella se aferró a su camisa mientras sus labios se encontraban. Él la sujetó de la cintura, acercándola aún más. El viento nocturno acariciaba su piel, y la tela húmeda del bikini se volvía una provocación latente. No recordaba haber deseado así antes. Ni con tanta urgencia. Ni con tanto miedo. Se sentó sobre su regazo sin pensar, con las piernas a cada lado de sus caderas. Sus cuerpos se rozaban, sus respiraciones se entremezclaban. Darren deslizó los dedos por su espalda, buscando el nudo de su bikini. Ella cerró los ojos, temblando entre el deseo y la duda. Pero justo cuando la parte superior de su traje comenzó a ceder, Leiah se apartó de golpe. —Espera... Darren, no puedo —susurró, jadeante. Él se quedó quieto, con las manos aún sobre su cintura. —¿Por qué? —preguntó, sin reproche. Ella bajó la mirada. — Vas a pensar que es una tontería, pero en serio me gustas. Nunca había sentido una conexión así con nadie. Y si esto se convierte en solo una aventura... si mañana te vas y para ti no significó nada, yo no podré con eso. Darren no intentó convencerla. Solo acarició su mejilla con el dorso de los dedos y dijo: —No tiene que ser una noche. Yo tampoco he sentido esto antes. Ella lo miró, entre asustada y esperanzada. —No me pidas que me arriesgue —murmuró—. No esta vez. Él asintió. —Entonces quédate. Aquí, conmigo. No tienes porque irte. Sin presiones. Solo tú y yo. Hasta que quieras. Se recostaron en una tumbona de la terraza, arropados por las estrellas. Ella se acurrucó en su pecho, y hablaron hasta quedarse dormidos. Al despertar, el sol ya iluminaba la habitación. Leiah se sobresaltó al darse cuenta de que ni siquiera había llevado su celular. Salió corriendo a buscar sus cosas, pero cuando llegó, sus compañeras ya estaban listas para partir. Melody la miró con odio. Samara con una sonrisa burlona. Camila, con desdén. —¿Dónde diablos estabas? El vuelo sale en menos de una hora. No contestó. Empacó en silencio. No había rastro de serpientes. No dijo una palabra al respecto. Que se fueran al infierno. Al final no tuvo tiempo de despedirse de Darren. Ni siquiera había pedido su número o dejado el suyo. Con el corazón encogido, se acerco a la recepcion, pidio papel y un boligrafo, escribió su nombre completo y su teléfono en una nota y la dejó con la chica de recepción. —¿Podrías entregárselo a Darren, habitación 1207? Estaba conmigo anoche. Alto, cabello oscuro, sonrisa encantadora. La recepcionista la miró con desdén, pero asintió. — Date prisa — la presionaba Melody con fastidio. —Lo haré. Ahora, mientras el avión despegaba, Leiah se aferraba a una sola esperanza: que él sintiera lo mismo, que recordara aquella noche bajo las estrellas y la buscara. Tal vez, solo tal vez, ese viaje no había sido una mala idea después de todo...El diagnóstico cayó como un balde de agua helada.El doctor los recibió en la sala de visitas del hospital, con los brazos cruzados y el gesto sombrío.—El niño ha desarrollado una infección neonatal —dijo con voz grave—. Su sistema inmunológico es muy débil, y las probabilidades de que sobreviva… son limitadas.Katherine sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. La silla bajo ella pareció volverse inestable y apenas notó cuando Darren se sentó a su lado y le tomó la mano con fuerza.—¿Qué… qué podemos hacer? —logró preguntar ella, la voz quebrada.El doctor suspiró.—Seguir el tratamiento, darle soporte, esperar. Pero… tienen que estar preparados para lo peor.Las lágrimas rodaron sin control por el rostro de Katherine. Se giró hacia Darren, incapaz de sostener el peso de esas palabras.—Solo quiero estar con él… —murmuró, casi sin voz—. Si no sobrevive, quiero al menos pasar cada segundo a su lado.Darren la miró, y en sus ojos no había la dureza de antes, sino una determin
El pasillo del hospital olía a desinfectante y a miedo. Katherine se había repetido toda la mañana que ese día iba a ser distinto: le darían el alta, saldría de esa habitación blanca y fría, y volvería a casa con Darren, aunque el bebé aún tendría que quedarse ingresado. Había llorado en silencio durante la madrugada, sintiendo que los monitores y el zumbido de las máquinas eran su única compañía.Cuando la enfermera se retiró con los últimos papeles firmados, Katherine respiró profundo y se recostó un instante. Fue entonces cuando la puerta se abrió sin previo aviso.—Marcus… —susurró, con el corazón encogiéndosele.Él entró con paso seguro, como si aquel hospital le perteneciera. Sus ojos brillaban con esa mezcla de arrogancia y amenaza que la hacía temblar.—Venía a felicitarte por seguir viva —dijo con ironía, cerrando la puerta tras de sí—. Pero no olvides que nada ha terminado, Katherine. El contrato.Ella se irguió, sujetándose el abdomen aún adolorido.—¿De verdad no lo entien
El calor dentro de la oficina era sofocante. No era la calefacción, ni el bullicio de sus alumnos o compañeros; era el fuego extraño que Leiah sentía recorrerle la piel desde hacía días, un ardor que la debilitaba cada vez más. Tenía las manos heladas y los labios partidos, pero transpiraba como si hubiese corrido un maratón. Apenas había podido comer en toda la semana: cada sorbo de agua se convertía en una tortura y cualquier bocado terminaba en arcadas violentas que le desgarraban la garganta. —Leiah, ¿estás bien? —le preguntó una de sus compañeras, al verla tambalearse sobre el escritorio. Ella intentó asentir, pero lo único que consiguió fue que todo girara en círculos. Los sonidos se desdibujaron y las luces del techo se convirtieron en destellos que le lastimaban la vista. Dio un paso en falso, y antes de poder sujetarse de la mesa, se desplomó. El golpe seco alertó a todos. El pánico se desató. —¡Llamen a emergencias! —gritó alguien. —¡Traigan agua! En cuestión de minuto
Johan no podía soportar un minuto más dentro de aquel departamento. Sentía que cada palabra de Eva había abierto un muro más alto entre ellos, y lo que más lo frustraba era no comprender del todo por qué. Ella insistía en que no podían estar juntos, hablaba de secretos y de la sombra de Darren y Leiah como si fueran cadenas invisibles. No entendía. No podía entenderlo. Así que recogió sus cosas con brusquedad y se dirigió a la puerta sin mirar atrás.—No te vayas —pidió Eva con un hilo de voz, casi como una súplica.Johan se detuvo, apenas un segundo. Su mano ya estaba sobre la perilla, sus hombros tensos, su mandíbula apretada.—No puedo quedarme aquí —dijo sin girarse—. No cuando te empeñas en cerrarte de esa forma.Eva dio un paso hacia él, sintiendo que la distancia se le escapaba entre los dedos.—Solo intento que entiendas… —murmuró.Pero él negó con la cabeza y abrió la puerta. El aire frío del pasillo lo golpeó en el rostro, pero lo que lo detuvo un instante no fue el viento,
Ella no dijo nada y Johan salió del departamento sin decir más. Eva lo observó desde el marco de la puerta, con el corazón latiendo con fuerza. Quiso llamarlo, quiso detenerlo, pero se obligó a permanecer inmóvil, a dejar que decidiera. Él no se detuvo. Bajó la mirada y se marchó con paso firme, llevándose consigo un silencio que pesaba más que cualquier reproche.La puerta se cerró, y con ella, la sensación de vacío se hizo insoportable. Eva permaneció ahí, inmóvil, en el umbral, preguntándose si debía dejarlo ir. Tal vez era lo mejor. Tal vez no había otra salida que permitir que la distancia los protegiera de un desastre mayor. Pero al pensarlo, una punzada le atravesó el pecho. Johan podía creer que ella jugaba con él, que se burlaba de sus sentimientos o que lo utilizaba como un escape pasajero. Si dejaba que se marchara con esa idea, era cómo permitir que su silencio construyera un malentendido tan parecido al que había destruido a Darren y Leiah.—No —susurró, casi sin darse cu
Johan había asumido el mando de la empresa con una seriedad que sorprendía incluso a los socios más veteranos. Darren necesitaba tiempo, la llegada del bebé había cambiado su mundo y él no iba a permitir que las tensiones de los negocios lo arrastraran aún más. Así que se calzó el traje de líder, y comenzó a resolver todos los pendientes. Aquel día acudió a una reunión importante con un grupo de inversionistas. La sala estaba impecable, con las paredes cubiertas de madera oscura y un aire solemne que imponía respeto. Se ajustó la corbata, revisó por última vez sus notas y se preparó para escuchar. Lo que no esperaba era verla allí. Eva entró acompañando a su padre, discreta pero imposible de ignorar. Vestía sobria, con el cabello recogido y una expresión que intentaba ser profesional, aunque sus ojos evitaron cruzarse demasiado con los de Johan. Cuando al fin lo hicieron, ella lo saludó con un leve gesto de cabeza, cortés, distante. Él respondió del mismo modo, consciente de que el
Último capítulo