Ella lo miró después de la cena, con esa mezcla de decisión y ternura que ya empezaba a conocerle. Leiah tomó su copa de vino, bebió el último sorbo y la dejó sobre la mesita del salón, sin romper el contacto visual. Darren apenas respiraba.
—¿Tienes idea —dijo ella, caminando hacia él— de cuánto he esperado este momento?
—¿Más que yo? —susurró, tomando su cintura cuando ella se acomodó sobre sus piernas.
Leiah no respondió. Lo besó. Con hambre. Con lentitud. Con una precisión devastadora.
Ese primer beso lo desarmó. Lo besó como si supiera exactamente cómo apagar su lógica, cómo callar sus miedos, cómo borrar sus fantasmas. El deseo acumulado entre ellos se liberó de golpe, como una ola imparable.
Darren deslizó los dedos por su espalda, sintiendo cómo el mundo se reducía a ese instante. A ese cuerpo suave, cálido, vibrante, que por fin era suyo. La llevó en brazos hasta la habitación, sin dejar de besarla, y la recostó en la cama recién armada, como si pusiera un tesoro sobre un alt